Padre Patrick Briscoe
(ZENIT Noticias – Our Sunday Visitor / Estados Unidos, 07.11.2023).- El pasado mes de diciembre, cuando empezaron a salir a la luz noticias sobre las acusaciones «muy creíbles» de abusos cometidos por el ex padre jesuita Marko Rupnik, advertí contra la retirada de su arte.
Ante la indignación que vi, abogué por una respuesta más comedida. Aún no conocíamos el alcance de los hechos y las acusaciones en torno al padre Rupnik.
Por aquel entonces, intenté articular algunos principios para preservar su arte. Realmente intentaba ser paciente, imparcial y justo. Y me equivoqué.
Conociendo ahora la magnitud de los abusos del padre Rupnik -y su apetito por detentar el poder sobre personas vulnerables-, mi anterior postura es poco menos que insostenible.
Resulta especialmente atroz saber que algunos abusos se produjeron mientras Rupnik creaba su arte. Imagínense rezar o contemplar ante una imagen que fue creada en medio de conocidos actos de maldad. Esa es una razón fundamental por la que el arte del padre Rupnik debe ser tratado de manera diferente a las obras de otros artistas católicos que han cometido incluso pecados graves.
Cómo responder
Los símbolos importan, como me han argumentado pacientemente muchos buenos amigos católicos. «¿Cómo puede considerarse su obra de arte de otro modo que como un símbolo de la podredumbre y la decadencia moral que ha envenenado a la Iglesia en las últimas décadas?», insistían mis amigos. Me costó aceptarlo, diciéndome a mí mismo que la mayoría de los católicos no sabrán quién es el padre Rupnik. Pero es importante que lo sepan, y aún más importante que, cuando lo sepan, vean que la Iglesia responde adecuadamente, con justicia para sus víctimas y acciones destinadas a sanarnos a todos.
El arte del padre Rupnik debe desaparecer. Ya no puede utilizarse en nuestros espacios sagrados. No puede aparecer intacto en libros ni en nuestros medios de comunicación. Las diócesis y los ministerios católicos no deben utilizarlo para ilustrar retiros o eventos. Y lo que es más urgente, debe ser despojado de nuestros lugares consagrados. Y para ello, hay dos puntos en los que quiero insistir.
El arte debe ser eliminado públicamente
En primer lugar, como las ondas sonoras, o como un guijarro arrojado a un estanque, el mal tiene resonancias. El arte rupnikiano, manchado por el pecado, lleva el recuerdo del abuso y el desprecio humano. Eliminar el arte nunca será suficiente. No puede simplemente olvidarse.
No puede eliminarse al amparo de la oscuridad ni ocultarse tras un paño. Eso es lo que más temo: renovaciones silenciosas en las que no se diga nada. Esto sería demasiado parecido a incardinar silenciosamente a Rupnik en Eslovenia mientras continúa su vida como si nada hubiera pasado – exactamente la miserable práctica que ha creado y ocultado a cientos de miles de víctimas en todo el mundo. El traslado tiene que ser público, con fotos de las demoliciones y deconstrucciones publicadas y explicadas. Debería haber actos y conversaciones para explicar la situación. Deberían escribirse libros al respecto y producirse documentales, todos ellos explicando que cuando el pecado impregna las obras de arte, esas obras no tienen cabida en la Iglesia.
Y deberíamos rezar. Oh, ¡cómo tenemos que rezar!
La redención es posible
En segundo lugar, espero que pueda haber redención. Espero que la salvación eterna del Padre Rupnik no esté perdida. Pero eso requiere arrepentimiento y una vida de penitencia alejada de la mirada pública. La justicia exige reparaciones públicas. Y algo de esa esperanza cristiana podría transmitirse con lo que hacemos cuando se retira el arte. Trituremos los mosaicos, exorcicémoslos y bendigámoslos. Hagamos entonces algo nuevo, algo para las víctimas de abusos sexuales por parte del clero que ninguno de nosotros pueda olvidar jamás. Algo para la curación. Algo para la esperanza.
Con su arte por todo el mundo, el caso del padre Marko Rupnik pide a gritos una acción constructiva. Quizá sólo un esfuerzo así pueda demostrar a las víctimas de todo el mundo que la Iglesia les cubre las espaldas en serio. Restaurar la confianza y vivir el Evangelio lo exigen.
Traducción del original en lengua inglesa realizada por el director editorial de ZENIT.