Emilia Palladino
(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 01.02.2024).- Me detendré en los aspectos que más me han llamado la atención del Mensaje del Papa para la Cuaresma 2024, debido a mi experiencia y sensibilidad personal.
Partiré de un pasaje concreto:
El camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles. …. Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad.
Debemos admitir que esto es verdad. Casi parece mejor vivir dentro de una cárcel conocida, en el interior, inmóvil, que fuera, al aire libre, donde hay cambios que afrontar (lo sabemos bien) y la exigencia de un cierto coraje para evolucionar y trabajar por ese auténtico desarrollo integral… orientado a la promoción de cada hombre y de todo el hombre, como diría Pablo VI (PP,14).
En cambio, el Papa Francisco advierte de lo peligroso que es que «¡el Éxodo pueda interrumpirse!». Ese paso misterioso y salvífico de toda la humanidad y de cada individuo que forma parte de ella, de las cadenas a la tierra prometida, puede detenerse. En efecto, todos estamos en el umbral de la fraternidad universal y en niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico capaces de garantizar la dignidad de todos; sin embargo, tambaleamos en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos.
¿Cuántas esclavitudes personales y sociales desconocemos totalmente? ¿A cuántas somos totalmente indiferentes? ¿Con cuántas sentimos que podemos hacer algo? Y si es así, ¿nos «movilizamos» por ellas, salimos de la inmovilidad?
Las desigualdades actuales son una abominación: no se trata sólo de la distancia en términos económicos entre los que tienen y los que no tienen, sino también de la negación de la dignidad humana y de los derechos humanos básicos para porciones enteras de la humanidad mantenidas en la esclavitud.
Algunos datos:
- según la Organización Mundial de la Salud, en 2023 tres de cada diez personas no tendrán acceso a los servicios sanitarios esenciales y se calcula que dos mil millones de personas tendrán que reducirse a la pobreza para hacer frente a los costes de la atención médica y los medicamentos;
- según la Oficina Internacional del Trabajo, en 2023, todavía hay 152 millones de niños y adolescentes (64 millones son niñas y 88 millones son niños) que son víctimas del trabajo infantil, entre los cuales 40.000 extraen coltán en las minas de la República Democrática del Congo, y el coltán es el elemento fundamental para construir smartphones, tabletas, ordenadores… esas herramientas que en no pocos casos producen una forma de adicción en quienes las utilizan;
- según un informe de la ONU, en 2021, 28 millones de personas se verán obligadas a realizar trabajos forzados y 22 millones a contraer matrimonios forzados; por no hablar de la trata de seres humanos de la que oímos hablar casi a diario.
El déficit de esperanza actúa aquí su poder: en la deprimida justificación de que no conseguiremos vaciar el mar con una cuchara, ni siquiera actuamos en lo que nos parece posible. Y, sin embargo, podríamos cambiar lo poco que se nos da: un estilo de vida más respetuoso con uno mismo, con los demás y con el medio ambiente; reaprender la solidaridad y la fraternidad, ante todo en nuestros propios hogares; colaborar para construir entornos de trabajo saludables, promotores del bien común y no esclavos del beneficio a toda costa -como quisiera el sistema al que todos obedecemos, como idólatras de un Faraón supremo-.
Esta Cuaresma, por tanto, puede ser también una «conversión social» si, al ver la realidad tal como es, podemos actuar deteniéndonos y cambiando lo poco que podamos, recuperando el aliento y la esperanza. Podemos elegir, como dice el Papa, abrazar el riesgo de pensar que no estamos en agonía, sino en parto.
Como mujer que ha dado a luz, puedo decir que viví un momento muy real en el que creí que la muerte ganaría a mi vida y a la de mi hija, que estaba a punto de nacer. No sé si todas las mujeres que dan a luz pasan por este terrible momento, en el que la muerte y la vida se funden, la agonía y el nacimiento luchan por quién debe prevalecer.
Independientemente del aspecto médico y neonatológico, el paso por este momento se convierte en transformador, precisamente cuando abrazamos el riesgo de pensar que la vida es victoriosa de todos modos, «antes» de que termine el trabajo de parto.
En medio de las abominaciones de la esclavitud en estos tiempos y lugares, podemos decidir -en esta Cuaresma- tener el valor, mezclado con el miedo (¡es efectivamente un riesgo!), de pensar que la vida es de todos modos victoriosa, «antes» de que termine el trabajo de parto. Podemos entonces acoger las sugerencias de cambio contenidas en este Mensaje y permitir así que la esperanza, aunque sea pequeña, vuelva a caminar, llevando consigo la fe y la caridad, hacia el exterior, donde hay espacios para promover la vida y actuar la fraternidad humana.