La naturaleza del hombre es relación con el infinito

El tema del Meeting de Rimini analizado en la intervención de Javier Prades López, rector de la Universidad San Dámaso de Madrid

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Por Luca Marcolivio

RIMINI, miércoles 22 agosto 2012 (ZENIT.org).- La desproporción entre realidad y deseo es la que impulsa al hombre a una búsqueda sin confines. Es precisamente esta más o menos consciente relación con el infinito la que pone en movimiento a los hombres de todo tiempo, también en esta época dominada por la horizontalidad.

El tema del Meeting de este año, La naturaleza del hombre es relación con el infinito, está inspirado en una frase de don Luigi Giussani y la conferencia central del mismo tema ha sido confiada a don Javier Prades López, uno de los más ilustres hijos espirituales de Giussani.

Ayer por la tarde, ante una abarrotada sala B7 de la Feria de Rimini (doce mil personas, sin contar quienes siguieron la conferencia por las maxipantallas exteriores), el teólogo español, rector de la Universidad de San Dámaso de Madrid, ha ido sin vacilar a las raíces de la universal y bíblica pregunta: ¿quién es el hombre para que te cuides de él? (Sal 8).

Inevitables los paralelos entre la tradición y la modernidad en torno al decisivo interrogante pero Prades López tuvo éxito en el no fácil intento de eludir tal dualismo, citando a don Giussani, sin descuidar otros nombres menos previsibles pero igual de significativos.

«La eterna disociación entre realidad y deseo –explicó el rector de San Dámaso- desde siempre atribula y hace penar al hombre. Cada uno de nosotros debe aceptar que la vida que le espera es demasiado limitada para que se puedan albergar en ella todos aquellos deseos que llevamos dentro».

El drama del hombre que desea demasiado –tanto más cuando logra realizar todos sus propios deseos o gran parte de ellos- es la pérdida del sentido de sus pensamientos y sus acciones: se convierte en un hombre incapaz de verdadera experiencia, por tanto no tiene sustancialmente nada que decir.

El anhelo de infinito es más o menos manifiesto en todos pero nadie lo ha percibido nunca en modo más nítido que quien ha tenido la experiencia personal de Jesucristo, el Dios hecho hombre, el infinito que ha entrado físicamente en la finitud de la vida y de la muerte.

Una metáfora de la tensión hacia el infinito es la del horizonte que, como argumentaba el escultor Eduardo Chillida, «es inalcanzable» y, si nosotros avanzamos, se desplaza. Por su naturaleza, «el horizonte es la patria común de todos los hombres».

El escritor Ernesto Sábato se detiene sobre similar concepto de «absoluto», extrayendo consecuencias no muy diversas: la necesidad de absoluto es «una nostalgia de algo a lo que nunca he llegado», decía Sábato, y con esta nostalgia «confrontamos toda la vida».

Don Giussani, por su parte, formuló la categoría de la «experiencia elemental», es decir aquél «conjunto de exigencias y evidencias originales con las que el hombre se ve proyectado a confrontar con todo lo que existe».

Estamos ante un anhelo y una inquietud a los que sólo Jesucristo puede dar respuesta, siendo su Resurrección «el primer y fundamental acontecimiento en el que el punto de fuga se hace experiencia del hombre».

Porque en la realidad «el punto de fuga es el índice de un más allá, este más allá se ha convertido en carne y huesos».

Si una barca, acercándose al horizonte, se hace cada vez más pequeña (como dicen las populares «Sevillanas del adiós»), don Giussani explicaba que la novedad del cristianismo consiste en lo contrario, es decir el horizonte que, sorprendentemente, se acerca al hombre.

Es de tal manera rompedor el cristianismo, el infinito que se asoma a la historia de cada uno de nosotros, que es imposible reducirlo a pura experiencia subjetiva, confinada al ámbito personal, como pretenderían las ciencias naturales y sociales actuales.

El cristianismo debe por tanto afrontar la puesta en cuestión de la mentalidad contemporánea de tres asuntos fundamentales e irrenunciables: la unicidad del hombre en cuerpo y alma; su intrínseca constitución sexual como hombre y mujer; la plenitud del hombre en la sociabilidad natural.

Sobre el primero de los tres asuntos citados, sin embargo, está la sorprendente respuesta que proporcionan las neurociencias, que ponen en crisis «una explicación del hombre puramente inmanente, de tipo material, incapaz de dar cuenta del enigma del hombre».

Podemos conocer por tanto a Cristo, máxima expresión humana del Infinito manifestado en la tierra, y podemos conocerlo mejor en la mendicidad. «El verdadero protagonista de la historia es el mendicante: Cristo mendicante del corazón del hombre y el corazón del hombre mendicante de Cristo», afirmó Prades hacia la conclusión de su intervención.

Traducción al español de la edición italiana de ZENIT

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ZENIT Staff

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