ROMA, viernes, 25 julio 2008 (ZENIT.org).- Un total de 161 las religiosas provenientes de Italia, España, Francia, República Dominicana, Perú, Inglaterra y Estados Unidos participaron en el Curso de Verano «Encuentro Internacional de Superioras de Comunidad», organizado del 14 al 22 de julio por el Instituto Superior de Ciencias Religiosas del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (APRA), de Roma.
El curso, con el fin de ofrecer una ayuda teológica, pastoral y espiritual para la formación de comunidades religiosas sanas, equilibradas, amantes del propio carisma institucional y al servicio de las necesidades de la Iglesia, fue patrocinado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, por la Unión de Superioras Mayores de Italia (USMI) de la Región Umbria, por la USMI de la Diócesis de Nápoles, por la USMI de la Diócesis de Bolonia, por el Departamento de Atención a Religiosas (DAR) de México y por las Superioras Generales de Polonia.
Entre los argumentos tratados, la vida fraterna en comunidad; la misión y el verdadero sentido del apostolado; la formación de la persona consagrada; diálogo y comunicación en la vida religiosa y el reciente documento «El servicio de la autoridad y la obediencia», que fue presentado por el teólogo Pier Giordano Cabra, F.N.
En el curso intervino también el cardenal Franc Rodé, C.M., prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, quien explicó que una equivocada comprensión de los conceptos de libertad, obediencia, fidelidad, autoridad y espiritualidad ha debilitado el carisma de la vida consagrada.
El cardenal Rodé subrayó el papel de la autoridad como servicio, explicando que «en la Sagrada Escritura es llamado significativamente ‘diaconia’ es decir ‘ministerio'», servicio.
El prefecto recordó que según san Pablo la autoridad en la Iglesia tiene por objeto la edificación del Pueblo de Dios, y que «en Jesús encontramos el modelo, el paradigma, el ejemplo para comprender, ejercitar y vivir la autoridad y la obediencia. Es una autoridad y obediencia centrada en la búsqueda de la voluntad de Dios, aunque todos somos conscientes del hecho de que el ejercicio de la autoridad comporta una serie de desafíos que debemos afrontar».
Hablando de estos desafíos, el purpurado subrayó que la cultura moderna parece adversa al testimonio de los consejos evangélicos de «castidad, pobreza y obediencia», aunque la elección de éstos, «lejos de constituir un empobrecimiento de valores auténticamente humanos, se propone más bien como su transfiguración».
Hablando de la relación entre autoridad y obediencia, el cardenal observó que «en el pasado el riesgo podía venir de una autoridad orientada preferentemente hacia la gestión de las obras, con el peligro de descuidar a las personas; hoy, en cambio, el riesgo puede venir del temor excesivo a tocar las susceptibilidades personales, o de la fragmentación de las competencias y responsabilidades que debilitan la convergencia hacia el objetivo común y anulan el mismo papel de la autoridad».
El prefecto del dicasterio vaticano puso en guardia ante la secularización que «amenaza con hacer irrelevante la fe».
«Debemos darnos cuenta de que estamos asistiendo a una marcha atrás de la dimensión religiosa, porque las legislaciones de los estados se alejan cada vez más de los principios cristianos», observó.
El purpurado se dijo muy preocupado por la secularización interna, que se manifiesta en un «lenguaje que ha perdido el contenido religioso», la «disminución del tiempo de oración y de los actos religiosos comunes», la «pérdida de la visibilidad de los consagrados», «la opción por las actividades sociales en detrimento de las eclesiales (catecismo, preparación a los sacramentos…)», la «concepción de la misión como agente de progreso social más que como forma de evangelización».
«Debemos intensificar la oración en común, la visibilidad como consagrados, el uso de un lenguaje con más referencias cristianas, subrayar la dimensión religiosa y pastoral de nuestras obras, manifestar la comunión visible con los pastores de la Iglesia», afirmó.
Respecto a la libertad, el prefecto criticó a quien «subraya de manera enfática la libertad de los individuos, sin presentar el aspecto de las obligaciones que derivan de la libertad», y precisó que «libre es aquella persona que vive constantemente atenta a captar en cada situación de la vida, y sobre todo en cada persona que vive a su lado, una mediación de la voluntad del Señor».
Sobre la fidelidad, el purpurado subrayó que «el espíritu de nuestros tiempos es poco favorable a la fidelidad»: se manifiestan «fragilidad de las decisiones tomadas, poca duración de los compromisos, facilidad con la que se renuncia a los proyectos y a las obligaciones asumidas», por esto hay que reforzar la vida consagrada como «ejemplo de fidelidad, también en las dificultades de la vida».
La vida consagrada, precisó, «no despega su mirada de Cristo», que por amor ha sido «testigo fiel».
Dirigiéndose a las superioras y respecto a la autoridad, subrayó; «No debéis nunca olvidar que antes que todo habéis sido llamadas a ser las primeras en obedecer, poniendo en evidencia con vuestras vidas y actitudes que estáis al servicio de la comunidad. Sólo así podréis guiar y ayudar a las hermanas a obedecer».
El prefecto de la Congregación para los institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, concluyó subrayando que «ningún superior puede renunciar a su misión de animación, de ayuda fraterna, de propuesta, de escucha, de diálogo» porque «el Señor Jesús considera este oficio como un acto de amor hacia Él».
Por Antonio Gaspari, traducido del italiano por Nieves San Martín