ROMA, lunes, 14 julio 2008 (ZENIT.org).- Proporcionar una educación adecuada a las potenciales víctimas del tráfico de seres humanos es una de las claves para poner fin a esta lacra social, afirman algunas religiosas empeñadas en Tailandia en esta batalla.
El país asiático está en el segundo nivel del Informe de este año del Departamento de Estado estadounidense sobre el Tráfico Humano, hecho público el mes pasado.
El segundo nivel se asigna a aquellos gobiernos que están «realizando esfuerzos significativos para adecuarse a los estándares mínimos para eliminar el tráfico humano».
Tailandia aprobó este año una ley más severa sobre esta práctica, aunque no será fácil garantizar su aplicación a causa de la corrupción extendida entre los miembros de la policía.
Zenit ha hablado con tres religiosas que están afrontando la cuestión desde otro punto de vista: evitando que las posibles víctimas caigan en esta forma actual de esclavitud.
Sor Anurak Chaiyaphuek, de las Hermanas del Buen Pastor, afirma que las religiosas en Tailandia «realizan incansables esfuerzos para evitar […] que los niños caigan en un abismo de abusos, desempeñando entre ellos la propia misión».
«Lo que hemos hecho hasta ahora ha sido fundar escuelas basadas en la educación nacional obligatoria, en zonas remotas o incluso en las montañas, y abrir centros para niños y estudiantes que han recibido la educación obligatoria permitiéndoles acceder a los estudios superiores en las escuelas públicas de las ciudades», explica.
«Esperamos que nuestros niños tengan la oportunidad de adquirir más conocimientos y tener una formación cultural y espiritual».
La religiosa explica cómo viven las religiosas con los más jóvenes, «penetrando en su cultura y comprendiendo sus antecedentes y sus condiciones, ayudándoles con palabras y hechos».
«Queremos dar un currículum de vida que consideramos raro y valioso –explica–. Sobre todo, es una bendición para nosotras».
Los traficantes de Tailandia atraen a las personas de los países pobres fronterizos, como Myanmar. Estos esclavos modernos son trasladados a otro lugar y obligados a desempeñar una serie de trabajos a menudo peligrosos o son explotados sexualmente.
Sor Kanlaya Trisopa, de las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús de Bangkok, relata a Zenit la historia de la Escuela Princesa Ubolratana, de Ban Khao Din, fundada después de que quince chicas casi acaban en la red de la trata.
«Se salvaron porque los jefes fueron arrestados –relata–. La policía se puso en contacto con nosotras para que acogiéramos a las chicas, si no hubieran sido devueltas a su padres».
«Conscientes de que se hubieran encontrado pronto en situación de peligro, no dudamos en ayudarlas. Dialogamos con las chicas y con sus padres y ofrecimos asistencia. Algunas optaron por volver a su familia, otras quisieron quedarse con nosotras».
«Prometimos darles una formación con la esperanza de que adquirieran autoestima y ayuda de las propias familias».
Las religiosas promovieron un programa de costura y artesanía y nació una pequeña escuela.
«Nos sentimos aliviadas y felices del hecho de que no deberían buscar trabajo en la ciudad, corriendo el riesgo de potenciales peligros relativos al tráfico humano», dice sor Trisopa.
La formación en la artesanía local y en la agricultura de base hace que los jóvenes no se vean obligados a buscar fuera los medios de vida.
Sor Françoise Jiranonda, de las religiosas de San Pablo de Chartres, explica a Zenit que a sus estudiantes «se les enseña a emplear el tiempo de modo sabio y constructivo. Aprenden a tejer y a realizar los bordados tradicionales. Aprenden también agricultura de base, para ser autosuficientes. Cultivan arroz, verduras y fruta».
«Se les aconseja utilizar fertilizantes orgánicos o naturales como los excrementos animales, de manera que no deban afrontar gastos añadidos».
A las estudiantes, afirma, se les anima «a ser diligentes y a trabajar duro». «Aprenden a cocinar y a mantener la casa limpia. Se insiste mucho en la higiene -subraya la religiosa–. Seguimos diciéndoles que la familia es más feliz si la madre y las mujeres saben cómo mejorar las condiciones de vida».
Las religiosas han iniciado también una formación para un grupo de chicos «que habían sido víctimas de los problemas sociales. […] Les damos alimentación y alojamiento, así como educación y formación laboral»; «Esperamos que se ganarán la vida de modo honesto y serán capaces de comprenderse a sí mismos y a los demás, y sobre todo querrán asumir la responsabilidad de cabeza de familia y tratar a las mujeres equitativamente con amor y cuidado».
A las estudiantes se les enseña también la importancia de la caridad y la bondad respecto al prójimo. Las víctimas del vih/sida son una oportunidad para poner en práctica esta lección, dijo sor Jiranonda.
«Las estudiantes han aprendido mucho sobre el vih/sida -afirma–. Muestran su amor y su simpatía a los niños enfermos de los que se ocupan. Les abrazan, les alimentan y les bañan».
Las chicas son formadas para una vida futura digna, subraya la religiosa: «Las animamos a sentirse dignas y orgullosas de su femineidad y maternidad. Las preparamos para saber estar al lado de sus hombres y de sus futuros maridos para construir sus familias».
«Los que hemos hecho por estas chicas, en un tiempo posibles víctimas del tráfico humano, es un currículum no escrito», observa la religiosa.
«Está automáticamente, naturalmente y espiritualmente inspirado por el amor arraigado en el corazón de las religiosas y de los laicos que han sido testigos de las crueldades y la injusticia social y han recibido algunas orientaciones y una formación contra la trata», concluye.
[Por Mirko Testa. Ha colaborado Kathleen Naab; traducido por Nieves San Martín]