KORAZIM (Israel), jueves, 3 abril 2008 (ZENIT.org).- El pasado sábado 29 de Marzo, durante un encuentro con cerca de 170 obispos europeos, se inauguró un monasterio construido en la parte derecha de la Domus Galilaeae donde tendrá lugar la adoración perpetua del Santísimo Sacramento.
Se cumple de esta manera, después de casi un siglo, el deseo contemplado por el beato Charles de Foucauld cuando se encontraba en Nazaret, de crear en este monte un lugar donde Cristo Eucaristía fuera una presencia permanente y adorada.
Con este fin, él había pensado reunir una pequeña familia monástica cuya vocación estuviera basada en la imitación de la vida oculta de Jesús en Nazaret, la adoración eucarística perpetua y la evangelización en los países de misión.
Como signo concreto de comunión con la figura del fundador de los Pequeños Hermanos, una reliquia del beato Charles de Foucauld será depositada bajo el altar de la capilla circular donde el Santísimo será expuesto noche y día para ser adorado por cuantos habiten el monasterio y por los que se encuentren en la Domus.
La Adoración Perpetua sobre ese monte sostendrá «el dialogo entre el judaísmo y la Iglesia católica», según las indicaciones de la carta enviada por el Papa Juan Pablo II a la Domus con ocasión de la inauguración de su biblioteca, así como la promoción del dialogo ecuménico por la unidad de las Iglesias cristianas.
El Monasterio se compone de 23 celdas; en su centro se encuentra la capilla circular sobre cuyo techo se ha colocado un complejo escultural realizado por Kiko Argüello, que representa a Jesús y a los doce apóstoles durante la predicación del Sermón de la Montaña.
De esta manera, el Monte en el que se proclamó por vez primera lo más esencial de la predicación de Cristo, será un signo visible de la oración de la Iglesia por la evangelización hasta los confines de la tierra.
La inauguración del monasterio fue presidida por el patriarca latino de Jerusalén, Su Beatitud Michel Sabbah, acompañado de otros obispos de varios ritos, del Custodio de Tierra Santa, el padre Pierbattista Pizzaballa, el arzobispo Antonio Franco, nuncio de Su Santidad, y de todas las autoridades civiles de la región. También participaron numerosos embajadores.