CAACUPÉ, lunes, 11 diciembre 2006 (ZENIT.org).- Dos obispos paraguayos, durante las celebraciones de la Virgen de Caacupé, 50 kilómetros al este de Asunción, se refirieron a la situación que vive el país. Mientras uno de ellos criticó la «corrupción generalizada» reinante en el Gobierno, otro rechazó la violencia desatada en desacuerdo por el fallo de un tribunal.
Durante la homilía en la misa de la mayor festividad religiosa de Paraguay, a la que asistieron unas cincuenta mil personas el pasado 8 de diciembre, el obispo de Caacupé y presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Claudio Giménez afirmó que «la corrupción generalizada compromete el correcto funcionamiento del Estado».
El prelado agregó que esa situación «influye negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados e introduce una cada vez mayor desconfianza en las instituciones públicas».
Sostuvo también que la corrupción distorsiona el papel de las instituciones representativas porque usa a éstas para objetivos clientelistas y prebendarios.
Por su parte el obispo de Benjamín Aceval, monseñor Cándido Cárdenas, durante el último día novenario de la Virgen de Caacupé, criticó los violentos disturbios registrados el pasado día 6 de diciembre en algunos puntos de Asunción, tras conocerse el débil fallo de un tribunal respecto a la responsabilidad de los acusados por el incendio de un supermercado en el que murieron 350 personas y mil quedaron heridas.
«Decimos a aquellos que recurren a la violencia para conseguir los cambios, que la violencia no es el camino justo y humano que nos puede conducir al cambio, a la transformación. Si no tenemos la justicia y el respeto a la persona en nuestras mentes y en nuestro corazones difícilmente podemos cambiar», manifestó.
Dijo que «la Iglesia nunca ha recurrido a la violencia como medio para alcanzar la vigencia de los derechos humanos y el respeto a la dignidad de la persona».
Sostuvo que la historia de la salvación enseña que siempre hubo lucha, esfuerzo, empeño con inteligencia para la defensa y protección de la dignidad humana, para la defensa de los derechos fundamentales de la persona.
Agregó que la Iglesia siempre ha ido por el camino de la persuasión porque la violencia engendra violencia y donde hay violencia difícilmente puede existir el amor al prójimo, difícilmente se puede practicar la justicia y difícilmente se podrá respetar la dignidad humana «como está pasando en nuestro país».
El prelado también se refirió a la importancia y la trascendencia de la vida de la persona humana desde su concepción hasta la muerte. «Nadie tiene derecho a destruir o a mutilar la vida», sostuvo. «La persona no debe ser destruida por ningún motivo: ni económico, ni político, ni social ni religioso. La persona humana es presencia de Dios», añadió el obispo.
También exhortó a la práctica del amor porque «solamente con el amor se puede vencer al mal y es la única fuerza capaz de convertir al enemigo en amigo».
El obispo aseguró que la Iglesia siempre apostará por el bien común y para ello estará siempre cerca de la defensa del ser humano. Por ello instó a mantener la cordura y a que haya más justicia en Paraguay.