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Los empresarios y el Año de la Misericordia

La empresa debe buscar la eficacia, sin olvidar que la misericordia es poner en el centro a la persona humana

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Por José Ricardo Stok – PAD, Universidad de Piura (Perú)

El Papa Francisco ha deseado que 2016 sea el año de la Misericordia, y esta convocatoria no solo se dirige a los católicos sino a todas las personas de buena voluntad. Los empresarios no están excluidos de este llamado; antes bien, son actores principales de pequeñas o grandes manifestaciones que pueden contribuir para que este mundo sea mucho más humano.

Es importante destacar que, como señala el papa en la Bula de convocación del Año Jubilar, en el punto n.6, «Misericordia no es signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios». Así, la relación entre justicia y misericordia, aún estando en planos distintos, es de complementariedad.

Hay dos aspectos en que los empresarios son extremadamente acertados, y en los que cabría introducir la misericordia.

En primer lugar, es obvio que el empresario es experto en la búsqueda y logro de eficacia. Sin embargo, cuando su acción se circunscribe al corto plazo, con mirada de inmediatez, muchas veces cae en una trampa respecto al largo plazo.

Así las presiones en la obtención de resultados inmediatos, para cumplir cuotas o metas, o para ampliar mercado llegan a obnubilar la mirada o la perspectiva de sus acciones futuras, perdiendo flexibilidad para el mañana.

Lo importante es determinar tres cuestiones: saber si tales objetivos son medios o fines; recordar que el fin nunca justifica los medios; y precisar si tales acciones mejorarán o no a las personas.

Misericordia es poner en el centro a la persona humana, y esto no es perder eficacia: la coherencia cristiana exige que no se haga de la empresa un territorio intangible; es saber que hay situaciones que no conviene forzar, aunque genere una aparente ineficacia, o haya algo que se sacrifica, si en cambio fortalece y consolida la organización.

Aunque distante la comparación, piénsese qué sentido tiene procurar un buen clima organizacional, o lograr estar entre los “grandes lugares para trabajar”. La misericordia va mucho más lejos, pone matices que trascienden, y ayuda a encarnar unas palabras de Jesús: «Seréis medidos con la medida que uséis» (Lc 6, 37-38).

El segundo aspecto es la gran capacidad de los empresarios para descubrir necesidades insatisfechas en potenciales clientes y generar así oportunidades de negocio.

La mirada del empresario tiene que saber descubrir otro tipo de necesidades, aquellas cuya satisfacción, aunque no dará oportunidad a ganancia, enriquece de otra manera. Aquí está el amplio campo de las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y los difuntos.

¿No es verdad que en el diario vivir en la empresa, en su interior y en su entorno, encontramos múltiples posibilidades de practicar estas obras? Más de uno podrá decir que la empresa no es para esto; entonces, ¿para cuándo lo dejamos?

En el diario entramado de relaciones humanas que se dan en el trabajo, hay multitud de ocasiones que pueden dar vida a las obras de misericordia espirituales antes señaladas. Animo a que se intente practicar una de ellas, una vez a la semana; como ocurre con los bienes espirituales, el mayor beneficiado es quien da, no quien recibe.

Decía el papa Francisco recientemente (16-01-16): «Debemos formar, educar a un nuevo humanismo del trabajo, donde el hombre, no la ganancia, esté en el centro; donde la economía sirva al hombre y no se sirva del hombre».

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ZENIT Staff

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