Hechos 5, 12-16: “Crecía el número de los creyentes en el Señor”
Salmo 117: “La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Apocalipsis 1, 9-11, 12-13. 17-19: “Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo para siempre”
San Juan 20, 19-31: “Ocho días después, se les apareció Jesús”
Los días de Cuaresma y Semana Santa fueron muy intensos en encuentros y confesiones con diferentes personas. Una de las preocupaciones acuciantes de varias de ellas es sentirse inseguras, no poder tener bases firmes frente a los problemas y dificultades. No es raro encontrar personas que nos dicen: “Estoy perdiendo la fe”. Quizás sea este uno de los fenómenos de nuestro tiempo: la pérdida de fe. Pero la fe no es sentirnos seguros y contentos con unas leyes y unos pocos actos piadosos. La fe es mucho más que una tabla de salvación. Habíamos reducido la fe a una serie de prácticas, de normas y de dogmas, que nos daban una gran seguridad y olvidábamos lo esencial de nuestra opción: una experiencia personal de Jesús resucitado. Este domingo es una gran oportunidad para mirar hacia dentro de nosotros y descubrir qué tan madura es nuestra fe. Con frecuencia aducimos que la fe es creer en lo que no se ve y así nos volvemos conformistas y descuidamos el encuentro personal con Jesús, el mirar su vida y lo que hace por nosotros, el dialogar con Él.
Santo Tomás nos da la gran oportunidad de mirarnos en su experiencia como en un espejo y confrontar nuestra vida. Él había sido un fiel seguidor de Jesús. Es más, aparece como uno de los más comprometidos cuando Jesús, a pesar de los peligros, decide ir a Jerusalén. Anima a sus compañeros a asumir las consecuencias de seguirlo: “Vayamos también nosotros a morir con Él’” (Jn 11, 16). No es un simple admirador, se consideraba un discípulo comprometido en serio. Pero ahora está derrotado. Entre sus planes no entraban la cruz, la muerte, la burla y el desplome estrepitoso de su pequeño mundo. Muy lejos quedaban aquellos sueños de construir un mundo nuevo, un nuevo Reino, una nueva vida. Todo se ha derrumbado y ahora se niega a creer.
Nada extraño que Tomás se niegue a aceptar que sus compañeros hayan tenido la experiencia del Resucitado, que les haya cambiado la forma de ver el mundo, los haya vuelto más humanos y más sensibles. No quiere ilusionarse de nuevo. Es más, exige mirar las huellas de lo que él consideraba el fracaso: la señal en las manos y los agujeros de los clavos. Es curioso, lo que exige no son muestras de la resurrección sino de la muerte.Tomás no acepta el testimonio de sus compañeros. Él quiere tener su propia experiencia con el Señor. Y es respetado por el grupo, que comprende que los caminos de cada persona son diferentes y que hay quien tarda más tiempo para reconocer que Jesucristo el Señor se ha levantado de entre los muertos por el poder de Dios. Llegado el momento Tomás se encuentra con el Señor resucitado. El evangelista narra de manera solemne ese encuentro con el Señor, poniendo como fondo un profundo cambio interior en Tomás, que le hace experimentar al Señor resucitado más cerca y de una forma más impresionante que los encuentros de los otros discípulos con el Resucitado: ¡Señor mío y Dios mío!
Para llegar al Resucitado, Tomás ha necesitado pasar por las huellas del dolor y de la cruz, en un ambiente de comunidad. Es el camino para llegar a Jesús. A veces quisiéramos llegar directamente al triunfo. Jesús escogió otro camino: el de los pobres, el de los humillados, el de la cruz, el de dar la vida. Tampoco nos podemos quedar en el fracaso. Vamos siguiendo a un Cristo crucificado pero vivo y resucitado, que ha triunfado sobre la muerte. El Apocalipsis nos presenta muy claro este camino. Escrito en tiempo de las persecuciones romanas contra la primitiva Iglesia, nos muestra la valentía de los primeros hombres y mujeres que fueron aceptando en sus vidas a Jesucristo como su Señor y la manifestación plena de Dios. San Juan nos cuenta que se encuentra en Patmos, desterrado “por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús”, lo que nos ilustra sobre las verdaderas consecuencias de la predicación apostólica. Desde la exclusión y desde el destierro, Dios envía un mensaje de vida a toda la Iglesia primitiva para que, en medio de la persecución, siga firme y fiel, ya que quien ha sido resucitado de entre los muertos es “el principio y fin de todo”, y acompañará a sus seguidores hasta el final de la historia.
Las consecuencias de una fe sólida nos las presenta de manera ideal la primera lectura de este domingo En el pasaje de los Hechos, el acontecimiento de la Resurrección ha llegado a ser el centro y la fuerza para los discípulos, que habían estado aturdidos y desconsolados con la muerte del Maestro. En cambio ahora los apóstoles se convierten en presencia del Resucitado en medio de la comunidad. Los signos y prodigios que realizan son la ratificación del cambio que estaba produciendo el anuncio de la resurrección de Jesús. Anuncio que es capaz de transformar la vida de hombres y mujeres para que se adhirieran a la fe del Señor. Es importante anotar que, en la nueva experiencia en torno a Jesucristo, la comunidad quiere vivir una unidad real y verdadera, capaz de superar toda polaridad o división por motivo social, cultural o de género. En el grupo de cristianos han sido superados los problemas y divisiones entre griegos-judíos y mujeres-hombres o personas de diferente estrato social. Ahora todos tienen cabida en la nueva comunidad. La experiencia de Jesús resucitado viene a ser la experiencia de la unidad, del compartir y el aceptar al hermano sin excluir a nadie. Dios es Padre de todos los que asumen el proyecto de vida que Él propone para la humanidad por medio de Jesús.
Hoy, gracias a Tomás, tendremos que cuestionarnos cómo es nuestra fe, en qué se fundamenta y por qué creemos. ¿A qué nos compromete esta fe en Cristo Resucitado y cómo se manifiesta en la construcción de la comunidad y en la aceptación de los demás? ¿Cómo educar y educarnos para la fe?
Dios de eterna misericordia, concédenos la gracia de tener una fe que asuma el riesgo de seguir a Jesús, muerto y resucitado; una fe que no sea evasión sino compromiso; una fe que crezca y se fortalezca en la comunidad. Amén
Jesús Resucitado (Foto ZENIT - HSM)
El camino de la fe
II domingo de pascua