Isaías 55, 10-11: “La lluvia hará germinar la tierra”
Salmo 64: “Señor, danos siempre de tu agua”
Romanos 8, 18-23: “La creación entera gime y sufre dolores de parto”
San Mateo 13, 1-23: Una vez salió un sembrador a sembrar”
Con mucho retraso pero al fin llegaron las lluvias a comienzos de Junio. Padre e hijo sembraron con ilusión, sembrando esperanza en cada surco de su terreno. Pronto, tiernos brotes, pequeñas pero prometedoras plantitas, pintaron de ilusión todo el terreno. Pero después volvieron los calores, se ausentaron las lluvias y las débiles plantitas de maíz se fueron secando. Ahora que nuevamente han llegado las lluvias, el hijo, triste y decepcionado, ya no quiere resembrar. El padre, con paciencia y sabiduría, le insiste: “Si sembramos, no sabemos qué sucederá pero al menos tenemos esperanza. Si ya no sembramos, seguro que no tendremos cosecha. Hay que sembrar esperanza”.
Se han agudizado la represión y expulsión de migrantes de Estados Unidos, sin embargo los campesinos no quieren retornar. Muchos de los campos de México se van quedando desiertos por la funesta política agropecuaria que ha producido miles de migrantes tanto a las ciudades como al vecino país del norte; o bien ha dejado familias abandonadas y jóvenes desempleados. Ya no es costeable sembrar el maíz, el frijol, el garbanzo o el trigo como antaño. En lugar de ganar se pierde, sobre todo cuando los terrenos que se siembran son pequeños, con técnicas obsoletas y con mercados injustos. Se le va perdiendo al amor a la tierra y a la semilla, y con ello se pierde el sentido de la naturaleza, de Dios y de la familia. Con frecuencia me pregunto si los textos sencillos, rurales y naturales que nos presenta Jesús dicen algo al mundo de hoy. Hemos pasado en pocos años de ser un pueblo netamente rural a ser pueblo citadino. Y esto sería bueno si redundara solamente en beneficios, en cierta comodidad, en seguridad y estabilidad. Pero con frecuencia no es así, perdemos los valores de la familia rural y no hemos encontrado los valores de la ciudad. ¿Tiene valor hoy la Palabra?
Contemplemos el sembrador que nos presenta Jesús. Si todo sembrador siembra con esperanza e ilusión, éste tiene más razones para estar alegre y optimista, siembra la Palabra. Pero también es un sembrador muy especial. “Debe estar un poco loco este sembrador para sembrar en los caminos o entre piedras y espinas”, me comentaba un día un campesino. Y es verdad: está loco este sembrador, loco de amor, loco de ilusión. No quiere que nadie escape a su amor, no le importa si son los de cerca o los de lejos, si son los oportunistas o los arriesgados. A todos quiere dar la oportunidad de recibir la Palabra en su corazón. Para él no hay tierras estériles ni corazones cerrados, a todos da la oportunidad. Pero la Palabra para que dé fruto debe tener la opción de germinar, necesita un espacio de acogida y calor para romper la vida que lleva dentro y hacerla crecer. ¿Damos esta oportunidad a la Palabra? ¿La guardamos en nuestro corazón acogiéndola y meditándola? Cristo mismo explica el sentido de su parábola. Hay varias clases de “tierra”.
Nada mejor para describir nuestro mundo como la superficialidad, la inconstancia y las conveniencias: el camino. El hombre moderno nace de prisa, camina de prisa y muere de prisa, casi sin darse cuenta. No hay tiempo para nada. No hay tiempo para crecer y se adelanta en sus experiencias, no hay tiempo para la familia porque está muy ocupado, no hay tiempo para los hijos, para los amigos… Siempre está de prisa, de aquí para allá, llevando su superficialidad. Es cierto, gusta de los valores, del amor y de la Palabra, pero no los deja entrar en su corazón. Siempre está dejando para después las cosas importantes. Y también dejamos para después la Palabra de Dios, nos acercamos pero no la recibimos. ¿Seremos camino donde todo pasa y nada se queda?
También la vida moderna nos ha hecho duros e insensibles, con corazón de piedra. Pasamos junto a las personas como desconocidos, no sonreímos, no nos detenemos, no saludamos. Nos escabullimos rapidito para no dar la oportunidad que entre al corazón y más si está en un problema o situación difícil. Cada quien su mundo y cada quien sus problemas. El respeto al derecho ajeno es la paz es un principio que con frecuencia se convierte en indiferencia y egoísmo. No me meto con nadie y nadie se mete conmigo. Y con Cristo y su Palabra nos pasa igual, lo saludamos pero no le permitimos que entre a nuestro corazón; lo escuchamos con agrado pero no queremos comprometernos ¿Tendremos el corazón tan endurecido que no permitimos entrar en él la Palabra de Dios?
La vida fácil es el ideal de muchos de nosotros: no al dolor, no al sufrimiento, no al esfuerzo, no a ninguna espina. Y los comerciantes bien que se aprovechan de esta sed de comodidad y nos ofrecen una felicidad basada en los bienes, en el placer y en el poder. Estas espinas ahogan el Evangelio que es ante todo servicio, fraternidad y amor. Frente a las riquezas mueren muchos ideales, ante el placer se sofocan nuestros propósitos y ante el egoísmo fracasan los proyectos del Reino. ¿Cuáles son las espinas que no me permiten dar el fruto que Cristo espera de mí?
Para los pesimistas o para quien creyera que la semilla no da fruto, Cristo nos recuerda que hay muchas personas generosas, que dan fruto. Es muy realista y habla de diferentes proporciones de fruto: treinta, sesenta, cien. Cada quien es diferente en su respuesta, cada quien es diferente en su amor. Solamente recordemos que los frutos en la Biblia casi siempre se expresan en relación con la justicia, con la atención al hermano y con el acompañamiento al que sufre. La Palabra de Dios debe fecundar nuestras vidas, darles sentido, hacerlas fértiles y producir mucho fruto. ¿Qué frutos encontramos en la comunidad? ¿Cuál es el modo práctico para nosotros de escuchar la Palabra de Dios: grupos, lectio divina, estudio, comunidades de base? ¿A qué me compromete esta parábola de Jesús?
Padre bueno, que con esperanza sigues sembrado tu Palabra, prepara nuestro corazón para recibir con generosidad la semilla, dar espacio a tu don y lograr los frutos esperados. Amén.