El 25 de octubre, la Asamblea Sinodal Italiana votará este documento, párrafo por párrafo. Foto: Calvarese/SIR

La Iglesia católica italiana vota su futuro sinodal antes de concluir octubre. ¿Por qué es importante para el resto de la Iglesia católica?

El documento, fruto de las contribuciones de parroquias, diócesis, asociaciones y movimientos religiosos de todo el país, se desarrolla en torno a tres ejes principales: la renovación de las prácticas y la mentalidad eclesiales, la formación de los creyentes y la responsabilidad compartida en el gobierno de la Iglesia.

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(ZENIT Noticias / Roma, 22.11.2025).- Tras cuatro años de escucha, debate y discernimiento, la Iglesia católica en Italia ha llegado a un punto de inflexión. Su tan esperado documento final del «Cammino sinodale» —el camino sinodal nacional— describe setenta y cinco propuestas específicas de renovación, reforma y misión. No se trata de simples ajustes administrativos, sino de un plan para una Iglesia que busca ser más participativa, transparente y abierta al mundo.

El 25 de octubre, la Asamblea Sinodal Italiana votará este documento, párrafo por párrafo. Las votaciones no determinarán ganadores ni perdedores, sino que medirán el consenso de la Iglesia sobre cada propuesta, señalando qué direcciones gozan de amplio apoyo y dónde persisten las discrepancias. Este proceso, insisten los organizadores, encarna el espíritu de la sinodalidad: no la confrontación, sino la comunión a través del discernimiento.

El documento, fruto de las contribuciones de parroquias, diócesis, asociaciones y movimientos religiosos de todo el país, se desarrolla en torno a tres ejes principales: la renovación de las prácticas y la mentalidad eclesiales, la formación de los creyentes y la responsabilidad compartida en el gobierno de la Iglesia. Cada sección entrelaza la reflexión con la acción práctica, equilibrando la profundidad espiritual con una profunda comprensión de los desafíos contemporáneos.

Entre sus prioridades más destacadas se encuentra el llamado a anclar la misión de la Iglesia en la justicia, la paz y el cuidado de la creación. Propone, por ejemplo, grupos de trabajo permanentes sobre desarme y educación para la paz, apoyo a las finanzas éticas e iniciativas anticorrupción. Se hace un fuerte llamado a promover la justicia restaurativa y a fortalecer el compromiso de la Iglesia con la no violencia, el diálogo y la reconciliación, tanto dentro de la sociedad como entre las denominaciones cristianas y otras tradiciones religiosas.

Igualmente central es el énfasis en las relaciones. La Iglesia italiana concibe comunidades más inclusivas y atentas a quienes se sienten marginados o heridos. La prevención del abuso y la atención pastoral a las personas afectadas ya no se consideran preocupaciones secundarias, sino una medida esencial de credibilidad y santidad.

La segunda sección se centra en la formación, no como una mera transmisión de conocimientos, sino como un camino compartido de discernimiento. Las propuestas exigen programas catequéticos renovados, una mayor profundización en la Escritura, una preparación litúrgica más atenta y la formación de los propios formadores. El objetivo es una Iglesia donde la fe no se herede por costumbre, sino que se abrace a través de la convicción personal y la experiencia comunitaria.

La tercera sección se centra en la gobernanza, abordando cómo las parroquias y las diócesis pueden encarnar la corresponsabilidad. La visión es la de una Iglesia menos clerical y más colaborativa: donde los consejos parroquiales tengan voz real, las mujeres ocupen puestos visibles en la toma de decisiones y los laicos participen en el liderazgo pastoral. La transparencia económica no se trata como una cuestión administrativa, sino como una cuestión pastoral: una prueba de integridad y fiabilidad ante el mundo.

Quizás la característica más innovadora de todo este proceso no sea lo que está escrito, sino cómo se escribió. El camino sinodal en Italia ha movilizado una participación sin precedentes en la vida eclesial del país. A través de reuniones, asambleas y encuestas, voces de todos los ámbitos —desde obispos hasta jóvenes laicos— contribuyeron a dar forma a este discernimiento colectivo. El proceso en sí mismo se convirtió en una forma de renovación pastoral, demostrando que el diálogo y la unidad no son mutuamente excluyentes.

Los párrafos finales del documento rechazan el pesimismo, afirmando que la Iglesia italiana «no está a la deriva», sino «atenta a los rostros olvidados y confiada en la obra de Dios que renueva la historia». La votación de octubre, en ese sentido, no es un final, sino un punto de inflexión: el comienzo de un nuevo estilo eclesial. Lo que más importa no es el recuento de votos, sino si las parroquias y diócesis continuarán viviendo este espíritu sinodal en los próximos años.

Lo que suceda en Italia no se quedará en Italia. La Iglesia católica del país, profundamente entrelazada con el propio papado, sigue siendo un referente para gran parte de la Iglesia mundial. Como obispo de Roma, el Papa forma parte de esta Iglesia local, y lo que aquí se discierne y se adopta inevitablemente resuena en el mundo católico en general.

Por ello, el Camino Sinodal Italiano no es solo un experimento nacional. Es, en cierto sentido, el campo de pruebas de cómo podría ser una Iglesia verdaderamente sinodal: una que escucha antes de enseñar, que comparte la responsabilidad antes de gobernar y que busca leer los signos de los tiempos no con ansiedad, sino con fe y valentía.

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Redacción Zenit

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