CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 19 marzo 2006 (ZENIT.org).- Después de presidir en la Basílica Vaticana la Eucaristía por el mundo del trabajo, Benedicto XVI se asomó, como cada domingo, a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico para rezar el Ángelus junto a miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Ésta fue su intervención (que pronunció en italiano) antes de dirigir la oración mariana e impartir su bendición:
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¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy, 19 de marzo, es la solemnidad de San José, pero al coincidir con el tercer domingo de Cuaresma, su celebración litúrgica se pospone para mañana. Sin embargo, el contexto mariano del Ángelus invita a detenerse con veneración en la figura del esposo de la Santísima Virgen María y Patrono de la Iglesia universal. Me gusta recordar que de San José era muy devoto también el amado Juan Pablo II, quien le dedicó la Exhortación Apostólica Redemptoris Custos – Custodio del Redentor y con seguridad experimentó su asistencia en la hora de la muerte.
La figura de este gran Santo, aún permaneciendo más bien escondida, reviste en la historia de la salvación una importancia fundamental. Ante todo, al pertenecer a la tribu de Judá, unió a Jesús a la descendencia davídica, de forma que, realizando las promesas sobre el Mesías, el Hijo de la Virgen María puede llamarse verdaderamente «hijo de David». El Evangelio de Mateo, de manera especial, pone de relieve las profecías mesiánicas que hallaron cumplimiento mediante el papel de José: el nacimiento de Jesús en Belén (2,1-6); su paso por Egipto, donde la Sagrada Familia se había refugiado (2,13-15); el sobrenombre de «Nazareno» (2,22-23). En todo ello él se demostró, como su esposa María, auténtico heredero de la fe de Abraham: fe en el Dios que guía los acontecimientos de la historia según su misterioso plan salvífico. Su grandeza, como la de María, resalta aún más porque su misión se desarrolló en la humildad y en lo escondido de la casa de Nazaret. Además, Dios mismo, en la Persona de su Hijo encarnado, eligió este camino y este estilo de vida en la existencia terrena.
Del ejemplo de San José llega a todos nosotros una fuerte invitación a desarrollar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado. Pienso ante todo en los padres y madres de familia, y ruego para que sepan siempre apreciar la belleza de una vida sencilla y laboriosa, cultivando con atención la relación conyugal y cumpliendo con entusiasmo la grande y no fácil misión educadora. A los sacerdotes, que ejercen la paternidad respecto a las comunidades eclesiales, les obtenga San José amar a la Iglesia con afecto y plena dedicación, y sostenga a las personas consagradas en su gozosa y fiel observancia de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Que proteja a los trabajadores de todo el mundo para que contribuyan con sus distintas profesiones al progreso de toda la humanidad, y que ayude a todo cristiano a realizar con confianza y amor la voluntad de Dios, cooperando así al cumplimiento de la obra de la salvación.
[Tras rezar el Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en siete idiomas. Estas fueron sus palabras en español:]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a los fieles de las parroquias Santo Tomás Apóstol, de Valencia, y Nuestra Señora del Buen Consejo, de Torrente, así como a los profesores y alumnos del Instituto Abanilla, de Murcia. Con la ayuda de San José, Patrono de la Iglesia universal, os invito a continuar vuestro camino de conversión cuaresmal como respuesta al amor misericordioso del Señor. ¡Feliz domingo!
[© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana.
Traducción del original italiano realizada por Zenit]