Día de la vida

Por el obispo de Tehuacán, monseñor Rodrigo Aguilar Martínez

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TEHUACÁN, sábado, 28 de marzo de 2009 (ZENIT.org-El Observador).- Este pasado 25 de marzo se celebró en muchos países de América Latina, el Día de la Vida.  A continuación, publicamos la reflexión que sobre esta jornada ha hecho el obispo de Tehuacán, monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, quien, además, por mucho tiempo ha sido el responsable de la Conferencia del Episcopado Mexicano de la Dimensión de la Familia.

 

Día de la vida

 

El 25 de marzo se celebra en buen número de países el «Día de la Vida», centrados en el acontecimiento que nos narra san Lucas en su Evangelio, cuando el arcángel Gabriel anuncia a María los planes que Dios tiene para con ella: que conciba y dé a luz un hijo, a quien pondrá por nombre Jesús y será Hijo del Altísimo.

La narración del hecho, a la vez sencilla y sublime, nos coloca embelesados y agradecidos ante la actitud de la Virgen María, que acepta los planes de Dios, poniéndose como «esclava» y dispuesta enteramente a cumplir lo que Dios quiera. María cumplirá su misión como madre, discípula y misionera de Cristo Jesús. El «sí» de María se une al «sí» del Hijo de Dios para hacerse Hombre, como dice de Jesucristo el autor de la Carta a los Hebreos: «Aquí estoy, Dios mío; vengo para cumplir tu voluntad».

En el rezo del Rosario, éste es el primero de los misterios gozosos y, por lo mismo, el primero de toda la secuencia de misterios de la vida y misión de Cristo Jesús -misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, como los vamos desgranando en el Rosario-, a quien está profundamente unida la Virgen María. De esta manera el misterio de la anunciación del Señor, o también de la encarnación de Jesucristo,  es el escondido e igualmente tangible gesto de amor de Dios Padre a la humanidad; la Virgen María vive la noticia en la intimidad, acoge a Cristo primero en la fe y luego lo va sintiendo físicamente, cómo va creciendo en sus entrañas, para darlo a luz nueve meses después -es la gozosa celebración de la Navidad el 25 de diciembre- educarlo y entregarlo a la humanidad para nuestro bien.

Al «sí» de Dios Padre en bien de todos nosotros, al que se une el «sí» de Cristo Jesús y de la Virgen María, se una nuestro «sí»: con gratitud y alabanza a Dios que nos ama tanto que nos ha dado a su Hijo único; con acogida gozosa del don de la vida, para respetarla, promoverla y usarla sabiamente en servicio generoso a los demás:

·        Nosotros, nacidos y que vivimos, agradecidos por el cariño de nuestros padres, que nos recibieron (no nos abortaron), nos educaron, ayudaron para que seamos personas de bien;

·        Las mamás que están embarazadas: acogedoras del bebé que llevan en sus entrañas, sintiéndolo físicamente y dándole amor con ternura y constancia desde antes de nacer;

·        Los papás, corresponsables en acoger y educar al hijo, en unidad conyugal;

·        Varón y mujer, esposos que se convierten en padres, partícipes de la obra creadora de Dios, promotores de vida plena en cada uno de los hijos que Dios les ha concedido;

·        Ante los muchos signos de cultura de muerte (aborto, eutanasia, asesinatos, violencia, inseguridad, desesperanza…), defendamos y promovamos  la cultura de la vida, siendo veraces, amables, justos, solidarios, llenos de esperanza en Jesucristo que nos salva y nos quiere como colaboradores creativos y eficaces, con el don de su Espíritu.

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ZENIT Staff

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