CIUDAD DEL VATICANO, 19 mar 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II celebró hoy la fiesta de san José ordenando a nueve obispos en la Basílica de San Pedro del Vaticano. Un gesto que no tenía nada de coincidencia, como se encargó de explicar el mismo pontífice durante la ceremonia.
«El obispo desempeña una tarea en la comunidad cristiana que tiene muchas analogías con la de san José», explicó el Papa.
Para el pontífice, que ha convocado para el próximo mes de octubre el sínodo mundial para analizar precisamente la figura del obispo a inicios del nuevo milenio, los pastores de la Iglesia deben ser, como el carpintero de Nazaret «padres y custodios».
«A ellos se les confía la atención diaria del pueblo cristiano para que, gracias a su ayuda, pueda avanzar con seguridad sobre el camino de la perfección cristiana», explicó en la homilía.
Los obispos conformaban un pequeño mosaico de la realidad de la Iglesia universal. Postrados en el suelo cerca del altar para pedir la intercesión de todos los santos, se encontraban esta mañana los nuncios apostólicos en Irak y Jordania (monseñor Fernando Filoni) en Eslovaquia (monseñor Henryk Józef Nowacki), y en la República Dominicana y Puerto Rico (monseñor Timothy Paul Andrew Broglio).
Otros eran pastores de territorios de misión que han sufrido hasta hace pocos años la persecución, como Kazajistán (monseñor Tomasz Peta), o como el nuevo obispo auxiliar del eparca de Mukacheve en Transcarpazia (Ucrania), monseñor Djura Dzudzar.
La Iglesia en Italia estaba representada por el nuevo arzobispo de Pompeya, monseñor Domenico Sorrentino.
El resto de los nuevos obispos son colaboradores cercanos del Papa en la Curia romana. Entre ellos se encuentra el argentino Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Academia Pontificia de las Ciencias y de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales; el canadiense Marc Ouellet, P.S.S., secretario del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y el italiano Giampaolo Crepaldi, secretario del Pontificio Consejo «Justicia y Paz».
El Papa, antes de concluir la homilía les alertó: «si en ocasiones encontráis dificultades y obstáculos, no dudéis en sufrir con Cristo en beneficio de su cuerpo místico, para que podáis gozar con él de una Iglesia bella, sin mancha ni arruga, santa e inmaculada».