Las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado, de principio a fin, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que se podría llamar una “tercera guerra mundial en fases”. Así lo indica el papa Francisco, en su Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, que se celebra el 1 de enero de 2016.
En la perspectiva del año nuevo, el Santo Padre renueva su exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia.
Asimismo, con el Jubileo de la Misericordia, el Pontífice invita a la Iglesia a rezar y trabajar para que todo cristiano pueda desarrollar un corazón humilde y compasivo, capaz de anunciar y testimoniar la misericordia, de “perdonar y dar”, de abrirse a los que viven en las periferias sin caer en la indiferencia.
Como criaturas dotadas de inalienable dignidad –observa el Papa– nosotros existimos en relación con nuestros hermanos y hermanas, ante los que tenemos una responsabilidad y con los cuales actuamos en solidaridad. Fuera de esta relación, seríamos menos humanos.
Por ello, el Pontífice profundiza en el concepto de la “globalización de la indiferencia”. Francisco explica que “la primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado”. El hombre que “piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad; se siente autosuficiente; busca no sólo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de él”. Por consiguiente, advierte, “cree que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y pretende tener sólo derechos”.
En esta línea, el Santo Padre indica que “la indiferencia ante el prójimo asume diferentes formas”. También existen los que están bien informados pero lo hacen de forma frívola o por costumbre: “esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo”. Desgraciadamente, precisa el Papa, el aumento de las informaciones no significa un aumento de atención a los problemas, si no va acompañado por una apertura de las conciencias en sentido solidario. Más aún, “esto puede comportar una cierta saturación que anestesia”.
En otros casos, tal y como indica Francisco, la indiferencia se manifiesta como falta de atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana. “Algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre”, lamenta el Papa en su Mensaje.
Por último, señala que “al vivir en una casa común, no podemos dejar de interrogarnos sobre su estado de salud, como he intentado hacer en la Laudato si’”.
A propósito de todo esto, el Santo Padre recuerda que “la indiferencia provoca sobre todo cerrazón y distanciamiento, y termina de este modo contribuyendo a la falta de paz con Dios, con el prójimo y con la creación”.
Para explicar que la paz se ve amenazada por la indiferencia globalizada, el Santo Padre asegura que “el olvido y la negación de Dios, que llevan al hombre a no reconocer alguna norma por encima de sí y a tomar solamente a sí mismo como norma, han producido crueldad y violencia sin medida”.
En este sentido –prosigue– la indiferencia, y la despreocupación que se deriva, constituyen una grave falta al deber que tiene cada persona de contribuir, en la medida de sus capacidades y del papel que desempeña en la sociedad, al bien común, de modo particular a la paz, que es uno de los bienes más preciosos de la humanidad.
Y la actitud de indiferencia, advierte Francisco, puede llegar también a justificar algunas políticas económicas deplorables, premonitoras de injusticias, divisiones y violencias, con vistas a conseguir el bienestar propio o el de la nación.
Por otro lado, el Santo Padre afirma que Dios no es indiferente: la sangre de Abel tiene gran valor ante sus ojos y pide a Caín que rinda cuentas de ella. Por tanto, “Dios se revela desde el inicio de la humanidad como Aquel que se interesa por la suerte del hombre”, asegura.
También advierte que “la indiferencia busca a menudo pretextos: el cumplimiento de los preceptos rituales, la cantidad de cosas que hay que hacer, los antagonismos que nos alejan los unos de los otros, los prejuicios de todo tipo que nos impiden hacernos prójimo”.
Por ello, el Pontífice recuerda que “la misericordia es el corazón de Dios”. Por ello debe ser también “el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos; un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana —reflejo del rostro de Dios en sus creaturas— esté en juego “.
La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres, explica Francisco. También nosotros –indica– estamos llamados a que el amor, la compasión, la misericordia y la solidaridad sean nuestro verdadero programa de vida, un estilo de comportamiento en nuestras relaciones de los unos con los otros.
Ante esto, el Santo Padre propone la cultura de la solidaridad. “La solidaridad como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas”. Un mensaje que va dirigido a las familias, los educadores y formadores, al mundo de la cultura y los medios de comunicación social.
Conscientes de la amenaza de la globalización de la indiferencia, –observa el Santo Padre– no podemos dejar de reconocer que, en el escenario descrito anteriormente, se dan también numerosas iniciativas y acciones positivas que testimonian la compasión, la misericordia y la solidaridad de las que el hombre es capaz.
De este modo, el papa Francisco da las gracias a todas las organizaciones, instituciones y personas que trabajan por esta cultura de la solidaridad y contra la cultura de la indiferencia.
Al concluir el mensaje, lanza un triple llamamiento para que se evite arrastrar a otros pueblos a conflictos o guerras que destruyen las riquezas materiales, culturales y sociales así como la integridad moral y espiritual; para abolir o gestionar de manera sostenible la deuda internacional de los Estados más pobres; para la adoptar políticas de cooperación que, más que doblegarse a las dictaduras de algunas ideologías, sean respetuosas de los valores de las poblaciones locales y que, en cualquier caso, no perjudiquen el derecho fundamental e inalienable de los niños por nacer.