Fray José Rodríguez Carballo, ordenado obispo en la catedral compostelana

Homilía del cardenal secretario de Estado Tarcisio Bertone

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Ocho cardenales (Bertone, Hummes, Maradiaga, Braz de Avis, Monteiro, Bertello, Amigo y Cañizares), diez arzobispos (entre ellos, cuatro nuncios como Renzo Fratini, nuncio apostólico en España) y quince obispos, de España y de otros países, ordenaron obispo a fray José Rodríguez Carballo. Nombrado por el papa Francisco arzobispo titular de Belcastro y secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, el hasta ahora ministro general de la Orden de Hermanos Menores (OFM), recibió la consagración en la catedral de Santiago de Compostela, en la tarde del sábado 18 de mayo, víspera de Pentecostés. Ofrecemos el texto de la homilía pronunciada en la celebración por el cardenal Tarcisio Bertone.

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En este marco incomparable de la Catedral Compostelana, os saludo con las palabras del Santo de Asís: «El Señor os dé la paz». Me dirijo con particular afecto a nuestro querido hermano Fray José Rodríguez Carballo, hasta ahora Ministro general de la Orden Franciscana de los Hermanos Menores, nombrado por Su Santidad, el Papa Francisco, Arzobispo Titular de Belcastro y Secretario de la Congregación para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y que en breves momentos, por la imposición de las manos y la oración de consagración, se convertirá en Sucesor de los Apóstoles. Junto a él, saludo a sus hermanos, sobrinos y demás familiares aquí presentes.

Es tan grande el misterio que tú, querido Fray José, vas a vivir en breves instantes, y por el que recibirás la plenitud del sacerdocio y te incorporarás para siempre al Colegio episcopal, que, en el momento más solemne de tu ordenación episcopal, la palabra humana enmudece. Tú, y contigo todos nosotros, nos acogemos en silencio a Dios, cuya mano se extiende sobre ti para hacerte suyo y te cubre para protegerte. Si por la profesión religiosa en la Orden franciscana, cuando tenías solamente dieciocho años, dejaste de pertenecerte a ti mismo y te convertiste en propiedad del Señor, ahora, por la imposición de las manos en tu ordenación episcopal, pasas a ser totalmente del Señor que, desde el seno materno, te conoció y te eligió (cf. Jr 1, 5).

La oración Consagratoria indica que es el mismo Señor quien te consagra y te asume totalmente a su servicio, haciéndote plenamente partícipe de su sacerdocio y agregándote para siempre al Colegio episcopal. De este modo, se pone de manifiesto la gratuidad y la iniciativa divina en tu vocación: «No sois vosotros los que me habéis elegido –dice el Señor-, soy yo quien os he elegido» (Jn 15, 16).

Durante la ordenación, impondremos sobre la cabeza del ordenando el libro de los Evangelios. Si como religioso Fray José ha asumido el Evangelio como forma de vida, en cuanto ha profesado «vivir el Santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (San Francisco, 2 Regla 1, 1), ahora, por la ordenación episcopal, el Evangelio penetra en él y lo transforma en «exégesis viva de la Palabra» (Benedicto XVI, Verbum Domini, 83) o en «Evangelio viviente», como se dice de san Francisco de Asís. Y puesto que el Evangelio no es sólo Palabra, sino el mismo Cristo, con la imposición del libro de los Evangelios, se le pide que se identifique con la misma vida de Cristo, se le pide que viva de él, en él y para él, y que sea una sola cosa con él, de tal modo que Jesús mismo dé forma a su vida y pueda decir con san Pablo: «Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20).

Llamado a hacer presente sacramentalmente entre los hombres a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, responderás a tan alta vocación y misión viviendo tu episcopado en actitud de servicio: «Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios», dice el Apóstol Pablo (1 Co 4, 1). El obispo, a ejemplo de Jesús, está llamado a comportarse como el que sirve (cf. Jn 13, 13-14). «Escogido de entre los hombres», recuerda, hermano José, que has sido «puesto al servicio de los hombres en las cosas que se refieren a Dios» (cf. Hb 5,1). En actitud de minoridad, desde la lógica del don, con fidelidad, prudencia y bondad, entrégate sin reservas a cuantas personas el Señor ponga en tu camino.

En tu caso, por voluntad del Papa Francisco, estás llamado en estos momentos a colaborar con el Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, para que los consagrados, en fidelidad creativa a Jesús, a su propio carisma y al hombre de hoy, puedan seguir escribiendo una gran historia en la vida de la Iglesia y al servicio de la humanidad (cf. Vita Consecrata, 37. 110). En todo momento, anima a la vida religiosa y consagrada a pasar de lo bueno a lo mejor, mirando al pasado con gratitud, abrazando el futuro con esperanza y viviendo el presente con entusiasmo (cf. Novo Millennio Ineunte, 1).

Para llevar a cabo tan hermoso propósito, en primer lugar, ten en cuenta que «en un administrador, lo que se busca es que sea fiel» (1 Co 4,2). En cuanto obispo, sé fiel a la enseñanza apostólica, que en plena comunión con el Sucesor de Pedro, estás llamado a trasmitir íntegramente, con tu vida y tu palabra. Sé fiel al don de Dios que hay en ti y que debe ser constantemente renovado, como pide el Apóstol (cf. 2 Tm 1, 6). Sé fiel a la misión que el Santo Padre Francisco te ha encomendado. Se te ha confiado un gran tesoro, el tesoro de la vida religiosa y consagrada, esencial en la vida y misión de la Iglesia, pues «fue querida por el propio Jesús como parcela irremovible de su Iglesia» (Benedicto XVI, Audiencia a los Obispos de Brasil, noviembre 2010).

En segundo lugar, el obispo, en cuanto siervo, también ha de ser prudente. Prudente es quien no juzga según apariencias o caprichos, sino que busca la verdad y le da el primado en su vida. En cuanto obispo has de sentirte «mendicante de la verdad». Busca siempre la verdad, déjate plasmar por la Verdad que es Cristo y actúa conforme a ella, y la verdad te hará experimentar la verdadera libertad (cf. Jn 8, 32).

La tercera característica que debe marcar la vida de un Obispo, en cuanto servidor, es la bondad. Bueno, en sentido pleno, sólo es Dios (cf. Mc 10, 18). Él es, como canta san Francisco en una de sus más conocidas oraciones, «el Bien, todo el Bien, el Sumo Bien» (ALDA, 3), el Bueno por excelencia, la Bondad personificada. El siervo, y en nuestro caso el Obispo, será bueno en la medida en que su vida esté totalmente orientada hacia Dios, unido interiormente al Dios vivo y verdadero, mediante una relación personal y una vida intensa de oración.

Estamos celebrando la Solemnidad de Pentecostés, fiesta del Espíritu, al que confesamos como Señor y dador de vida. En este día imploramos sus dones sobre la Iglesia, y particularmente sobre Fray José Rodríguez Carballo. Al Espíritu le pedimos para el nuevo Arzobispo el don de sabiduría, para discernir lo que viene de Dios y lo que le es contrario; el don de entendimiento, para que sepa interpretar los signos de los tiempos y encuentre la respuesta evangélica adecuada para ellos; el don de consejo, para que hable siempre desde Dios, y desde él pueda decir una palabra de esperanza a los hombres y mujeres de hoy; el don de fortaleza, para que sea testigo de Cristo y de su Evangelio con fidelidad y entrega total durante toda su vida; el don de ciencia, para que penetre en los secretos del Señor y sepa comunicarlos con sencillez y profundidad; el don de temor, para que se aleje siempre de cuanto vaya contra la voluntad del Señor; el don de piedad, para que mantenga siempre en su vida una relación filial y confiada con Dios, el Padre de las misericordias.

La vocación y misión del nuevo Arzobispo no es fácil. Más todavía, me
atrevo a decir que si Fray José se apoyara sólo en sus propias sus fuerzas, sería imposible. Pero no está solo. El Señor, que le hizo el regalo de nacer y ser educado en una familia profundamente cristiana, y lo invitó a seguirlo de cerca en la vida franciscana desde que era muy niño -pues a la edad de diez años y medio entró en el seminario franciscano de Herbón-, lo sigue amando y acompañando. Fray José sabe, pues lo ha experimentado muchas veces en su vida, que «para Dios nada hay imposible» (Lc 1, 37). Fray José sabe, además, que el Espíritu que hoy se derrama sobre él viene en ayuda de su debilidad, como afirmaba san Pablo en la segunda lectura (cf. Rm 8, 26). Por ello, sabiendo de quien se ha fiado, como reza su lema episcopal (cf. 2 Tm 1, 12), con renovada entrega al Señor, Fray José hoy dice como la Santísima Virgen: «Aquí estoy, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). No temas, Fray José. Cuentas con nuestra oración y la oración de miles y miles de consagrados, y cuentas sobre todo con la fuerza del Espíritu Santo.

Querido Fray José: A Santísima Virxen María, a que desde neno profesas unha tenrra e filial devoción nas advocacións de Inmaculada e das Dores, te acompanhe na tua misión como bispo, o servicio da Igrexa, do Pobo de Deus, e, en particular da vida relixiosa e consagrada. Fiat, fiat, amén, amén.

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ZENIT Staff

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