La dignidad humana, centro del debate sobre las migraciones

Monseñor Marchetto interviene en un congreso sobre el tema

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ROMA, domingo, 15 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- La dignidad humana es el elemento que debe resaltar en mayor medida en el debate sobre las migraciones, afirmó monseñor Agostino Marchetto interviniendo este viernes en Roma en un simposio sobre «La dignidad del hombre y los derechos humanos en los tiempos de la globalización», organizado por la Fundación Konrad Adenauer en cooperación con la comunidad San Egidio.

El prelado, secretario del Consejo Pontificio para la pastoral de Migrantes e Itinerantes, pronunció una conferencia sobre el tema «Derechos humanos y dignidad del migrante en la época de la globalización», y comenzó observando que las migraciones «constituyen hoy uno de los retos más complejos de este nuestro mundo globalizado».

Por esto, «es natural» que «salte a primer plano también el tema de los derechos fundamentales de la persona humana – y por tanto también de aquellos que están implicados en la movilidad humana».

Desde este punto de vista, constató, la Iglesia «está continuamente comprometida en varios niveles, atenta como está, sobre todo, en promover un camino que respete y valore la dignidad de la persona migrante».

«En consideración con la característica global y estructural de las migraciones , anima y augura el desarrollo de una política explícita y concertada, donde los migrantes no sean el chivo expiatorio de otros problemas sociales, ni una amenaza contra la seguridad y la estabilidad».

«El punto de partida humano y eclesial», añadió, lo constituyen de hecho «la afirmación de la igualdad entre las personas, más allá de las determinaciones de la raza, la lengua o el origen, y también la unidad de la familia humana».

Por este motivo, la Iglesia está «extremamente atenta» a la acogida y al acompañamiento pastoral de los migrantes, no olvidando subrayar que el fenómeno de la migración comporta también «un conjunto de deberes y derechos, el primero de ellos el derecho al traslado migratorio».

El derecho de los Estados a la gestión de la migración, por su parte, debe «prever medidas claras y factibles de ingresos regulares en el país, velar sobre el mercado del trabajo para entorpecer a aquellos que explotan a los trabajadores migrantes, poner en marcha medidas de integración cotidiana, combatir los comportamientos xenófobos, promover las formas de convivencia social, cultural y religiosa que toda sociedad plural exige».

El Estado, además, «debe ejercer su deber-derecho de garantizar la legalidad, reprimiendo la criminalidad y la delincuencia y gestionando a las personas en situación irregular», pero actuando siempre «en el respeto de la dignidad humana, de los derechos humanos y de las convenciones internacionales».

Necesidad de un enfoque global

La tutela de la dignidad de la persona humana, explicó el prelado, «revela aún más la necesidad de un cuidado pastoral específico en el ámbito migratorio para la primera y la segunda generación», que debe contemplar «el respeto por el uso de la lengua materna en la catequesis, en la predicación y en la administración de los Sacramentos, la atención a las exigencias particulares de la religiosidad popular, el envío de misioneros designados para cada caso».

Las estructuras pastorales, añadió, deben «garantizar un proceso progresivo de integración activa en la Iglesia local, que supere la tentación de la ‘colonización religiosa’ y de la asimilación tout court, evitándose por otra parte también una forma de gueto».

Junto al trato estrictamente pastoral, prosiguió monseñor Marchetto, «no deben faltar intervenciones adecuadas también en el campo social, civil y político».

Las migraciones, de hecho, «casi nos obligan a poner en el centro a la persona humana para un desarrollo provechoso de toda la familia de los pueblos y de las naciones, solicitando prioridades y criterios precisos de intervención».

La importancia del diálogo

El secretario del dicasterio vaticano subrayó que en primer lugar «es necesario asegurar un progreso sostenible efectivo, promoviendo y orientando la producción, con la participación ordenada de todas».

De la misma forma, se invita a «mejorar el nivel de ‘humanismo’ de la sociedad, renovando también la cultura y la escuela en sus muchas ramificaciones». En esta perspectiva, el conocimiento de los distintos grupos étnicos y de sus culturas es «un paso obligado que debe insertarse en los programas educativos escolares y en los de la catequesis».

También las estructuras de la pastoral migratoria, observó, «deben valorar los momentos de encuentro y de diálogo, que pueden ayudar a mejorar las relaciones interpersonales y también favorecer un testimonio más capilar y convencido del mensaje evangélico».

Por esto, es necesario insistir «en la formación, sobre todo de los jóvenes, pero también de los líderes de los grupos y las colectividades».

«La urgencia hoy y el secreto del futuro están en el diálogo entre las personas, comunidades, pueblos, culturas, religiones y etnias, porque la cerrazón y la intolerancia nacen de la idolatría de sí mismos y del propio grupo».

En consideración a esto, para monseñor Marchetto, es indispensable «reafirmar que, para temer efectos verdaderamente positivos y duraderos, la globalización debe fundarse en una visión de la persona humana que responda a los criterios cristianos profundamente humanos, más allá de las ideologías materialistas y laicistas, que se unen a la causa del relativismo, relativizando, en el fondo, precisamente la dignidad fundamental de toda persona humana».

Por Roberta Sciamplicotti, traducción de Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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