La diócesis de Almería no olvida a sus mártires

Eucaristía en los 75 años de su entrega por la fe

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ALMERÍA, miércoles 31 de agosto de 2011 (ZENIT.org).- La catedral de La Encarnación de Almería (España), acogió ayer martes la Eucaristía que presidió el obispo, monseñor Adolfo González Montes, con motivo del 75 aniversario del martirio de los siervos de Dios de la diócesis, en la persecución religiosa de 1936-1939.

Tras la Misa, los asistentes a la ceremonia litúrgica acompañaron al obispo hasta la efigie del beato Diego Ventaja Milán, ubicada en la plaza de la catedral, donde tuvo lugar un homenaje al que fuera obispo de la provincia, asesinado a causa de su fe.

A las 12 del mediodía, se inició una peregrinación martirial en autobús desde la plaza Puerta del Mar de la capital de la provincia hacia la localidad de Ohanes, pueblo natal del beato Diego Ventaja. Allí se hizo una oración en memoria del obispo mártir, ante la pila bautismal en la que fue bautizado, en la parroquia de la Inmaculada Concepción. Finalmente hubo una comida fraterna con todos los peregrinos en la localidad almeriense de Abrucena.

Son muchas las celebraciones de mártires españoles se hacen en estas fechas, pues este año se cumplen 75 años de los trágicos sucesos del verano de 1936. En los primeros meses tras el comienzo de la guerra, el 18 de julio, hasta que se establecieron los frentes de guerra, se produjeron muchos desmanes y asesinatos en masa, en especial contra todo lo que representara autoridad constituída, políticos de oposición, personajes destacados que no comulgaban con sus ideas y sobre todo sacerdotes y religiosos.

Tan sólo por ser católicos fueron miles los españoles y no sólo, hubo algunos extranjeros católicos, que perdieron la vida por profesar su fe. Fueron asesinados trece obispos, más de cuatro mil sacerdotes seculares, más de dos mil religiosos varones, 283 religiosas, algunas de ellas previa violación. Se desconoce la cifra exacta de laicos que dieron la vida a causa de su fe, algunos casi niños.

Hay que hacer constar que no se registró ni una sola apostasía entre los católicos martirizados, a pesar de que la tortura física y los tormentos, en algunos casos salvajes, estuvieron presentes en buena parte de estos hechos.

Se quemaron total o parcialmente al menos 800 iglesias en Valencia; en Oviedo, 354; en Tortosa: 48; en Santander: 42; en Barcelona: 40; en Madrid: 30. Sin contar las que lo fueron en el resto del país.

Almería conmemora, además de numerosas personas cuyo proceso no fue introducido, sobre todo laicos, junto al obispo mártir, a los hermanos de La Salle beatos José Cecilio Rodríguez, Amalio Zariquiegui, Valerio Bernardo Herrero, Edmigio Primo, Evencio Ricardo Alonso, Aurelio María Villalón y Teodomiro Joaquín Sáiz.

Al poco del alzamiento militar del 17-18 de julio, el Frente Popular en la provincia de Almería, coalición de izquierdas que había ganado las elecciones legislativas de 1936,dio orden de arrestar a todos los calificados como “enemigos de la revolución”, en particular los sacerdotes y los religiosos.

Cinco hermanos de La Salle fueron detenidos en su escuela, y otros dos en la calle. Fueron encarcelados junto a muchos otros en prisiones improvisadas, donde fueron sometidos a privaciones, malos tratos y burlas.

La noche del 29 de agosto, dos obispos, el de Guadix y el de Almería, y otras 15 personas fueron llevadas a un lugar aislado, donde los pusieron en fila y los fusilaron.

La noche siguiente, 30 de agosto, los hermanos Edmigio, Amalio y Valerio fueron llevados a los alrededores de Tabernas donde fueron asesinados de un balazo en la cabeza y sus cuerpos arrojados a un pozo profundo.

El 8 de septiembre, los hermanos Evencio y Teodomiro fueron fusilados cerca de la carretera y sus cuerpos quedaron abandonados allí.

Los hermanos Aurelio y José corrieron la misma suerte el 12 de septiembre; sus cuerpos fueron también echados a un pozo. Los obispos y los hermanos fueron condenados a muerte sin juicio, por el crimen de haber profesado y enseñado la fe católica.

Fueron beatificados por el papa Juan Pablo II en Roma el 10 de octubre de 1993, junto a otros mártires, entre ellos el sacerdote san Pedro Poveda y la beata Victoria Díez, maestra de 32 años, de la Institución Teresiana.

Por otra parte, este 30 de julio, se celebraba, en la parroquia de la localidad de Fondón la memoria del beato Cecilio López, también mártir por la fe de esta provincia.

Enrique López López nació en Fondón en 1901. Sus padres, labradores de pocos recursos, formaban una familia cristiana. Sintiendo la llamada del Señor, a los quince años, Enrique ingresó en la Escuela Apostólica de Ciempozuelos, Madrid, de la Orden de los hermanos hospitalarios de San Juan de Dios, donde se formó en latín, humanidades, anatomía y medicina. En 1919, profesó en la Orden, y cambió su nombre por el de hermano Cecilio, dando signos de una gran entrega a los enfermos e impedidos.

Fue enviado a Colombia para trabajar en los hospitales de la Orden, donde se hizo famoso por sus conocimientos de medicina, tanto que recibió ofertas de trabajo para que dejara la vida religiosa, que no aceptó.

En 1935, volvió a España, a la casa de Carabanchel Alto, donde lo sorprendió la sublevación militar. Fue asesinado, con los demás religiosos de la comunidad el 1 de septiembre de 1936, en Boadilla del Monte, Madrid. Tenía 35 años. Fue beatificado por Juan Pablo II, junto a otros 70 compañeros religiosos mártires hermanos de San Juan de Dios, el 25 de octubre de 1992.

En una carta a su hermana María en 1930, le decía: “El que sirve a un hombre, se le muere ese dueño y… nada. El que milita bajo las órdenes de un buen general, por a o por b, lo pierde y… nada. El que se sujeta al yugo de cualquier ser humano, no podrá resistir ante el inexorable impulso de la muerte. Muere y… nada. Lo terrenal y humano desaparece, se deshace. El que sirve a Jesucristo, está sobre roca. Le sirve en esta vida con dolores y sufrimientos, pero… lo seguirá sirviendo en la otra con gloria y gozo. El servicio de Jesús es eterno”.

Por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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