(ZENIT – 15 enero 2020).- En Roma, san Pablo estaba prisionero, pero era libre de hablar porque “la Palabra no está encadenada- es una Palabra lista para dejarse sembrar plenamente” y, por ello, el apóstol acoge en su casa a los que quieren recibir el anuncio del Reino de Dios y conocer a Cristo, indicó el Papa Francisco.
Hoy, 15 de enero de 2020, en la audiencia general celebrada en el Aula Pablo VI, el Santo Padre, ha concluido el ciclo de catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles.
En concreto, Francisco centró su reflexión en el pasaje “Pablo recibía a todos los que acudían a él, predicaba el reino de Dios… con toda valentía y sin estorbo alguno» (Hechos 28:30-31). El encarcelamiento de Pablo en Roma y la fecundidad de la proclamación (De los Hechos de los Apóstoles, 28, 16.30-31).
Siembra de la Palabra
Así, Francisco describió que el viaje de Pablo, que es también el del Evangelio, es una prueba “de que las rutas de los hombres, si se viven en la fe, pueden convertirse en un espacio de tránsito de la salvación de Dios”, pues la Palabra de fe es “capaz de transformar las situaciones y de abrir caminos siempre nuevos”.
La llegada de Pablo a Roma, continúa explicando el Papa, marca el fin del relato de los Hechos de los Apóstoles, “que no se cierra con el martirio de Pablo, sino con la siembra abundante de la Palabra”, que comunica la salvación a todos.
Encuentro con judíos
En Roma, a Pablo se le concede vivir en una casa bajo custodia militar y se encuentra con judíos para hablarles sobre el Reino de Dios a través “de la ley de Moisés y de los profetas”.
Para Pablo, describe el Pontífice, el Evangelio, esto es, el anuncio de Cristo muerto y resucitado, constituye “el cumplimiento de las promesas hechas al pueblo elegido” (Israel).
No obstante, no todos están convencidos y Pablo “denuncia el endurecimiento del corazón del pueblo de Dios, causa de su condenación (cf. Is 6,9-10), y celebra con pasión la salvación de las naciones que, en cambio, se muestran sensibles a Dios y capaces de escuchar la palabra del Evangelio de la vida (cf. Hch 28,28)”, puntualizó.
“Evangelizadores valientes y gozosos”
Finalmente, el Santo Padre pidió que el Espíritu Santo “reavive en cada uno de nosotros la llamada a ser evangelizadores valientes y gozosos”.
Y también para que el Espíritu permita que los hogares se impregnen del Evangelio y se conviertan en “cenáculos de fraternidad” donde acojamos a Cristo, que “sale a nuestro encuentro en todo hombre y en todo tiempo”.
***
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy concluimos nuestra catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles con la última etapa misionera de san Pablo: o sea Roma (cf. Hch 28,14).
El viaje de Pablo, que ha sido uno con el del Evangelio, es una prueba de que las rutas de los hombres, si se viven en la fe, pueden convertirse en un espacio de tránsito de la salvación de Dios, a través de la Palabra de fe que es un fermento activo en la historia, capaz de transformar las situaciones y de abrir caminos siempre nuevos.
Con la llegada de Pablo al corazón del Imperio, termina el relato de los Hechos de los Apóstoles, que no se cierra con el martirio de Pablo, sino con la siembra abundante de la Palabra. El final del relato de Lucas, centrado en el viaje del Evangelio en el mundo, contiene y recapitula todo el dinamismo de la Palabra de Dios, Palabra imparable que quiere correr para comunicar la salvación a todos.
En Roma, Pablo se encuentra ante todo con sus hermanos y hermanas en Cristo, que lo acogen y le infunden valor (cf. Hch 28,15) y cuya cálida hospitalidad hace pensar en lo mucho que se esperaba y deseaba su llegada. Después se le concede que viva por su cuenta bajo custodia militaris, es decir, con un soldado que le haga guardia, estaba en arresto domiciliario. A pesar de su condición de prisionero, Pablo puede encontrarse con los notables judíos para explicarles por qué se ha visto obligado a apelar al César y para hablarles del reino de Dios. Trata de convencerlos sobre Jesús, partiendo de las Escrituras y mostrando la continuidad entre la novedad de Cristo y la «esperanza de Israel» (Hechos 28, 20). Pablo se reconoce profundamente judío y ve en el Evangelio que predica, es decir, en el anuncio de Cristo muerto y resucitado, el cumplimiento de las promesas hechas al pueblo elegido.
Después de este primer encuentro informal que encuentra a los judíos bien dispuestos, sigue otro más oficial durante el cual, durante todo un día, Pablo anuncia el reino de Dios y trata de abrir a sus interlocutores a la fe en Jesús, partiendo «de la ley de Moisés y de los profetas» (Hch 28,23). Como no todos están convencidos, denuncia el endurecimiento del corazón del pueblo de Dios, causa de su condenación (cf. Is 6,9-10), y celebra con pasión la salvación de las naciones que, en cambio, se muestran sensibles a Dios y capaces de escuchar la palabra del Evangelio de la vida (cf. Hch 28,28).
En este punto de la narración, Lucas concluye su obra mostrándonos no la muerte de Pablo, sino el dinamismo de su predicación, de una Palabra que «no está encadenada» (2 Tm 2,9),-Pablo no tiene libertad de ir y venir, pero es libre de hablar porque la Palabra no está encadenada- es una Palabra lista para dejarse sembrar plenamente por el Apóstol. Pablo hace esto «con toda valentía y sin estorbo alguno» (Hch 28, 31), en una casa donde acoge a los que quieren recibir el anuncio del reino de Dios y conocer a Cristo. Esta casa abierta a todos los corazones que buscan es la imagen de la Iglesia que, aunque perseguida, incomprendida y encadenada, no se cansa de acoger con corazón de madre a cada hombre y a cada mujer para anunciarles el amor del Padre que se ha hecho visible en Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, al final de este itinerario, vivido juntos siguiendo la carrera del Evangelio en el mundo, que el Espíritu reavive en cada uno de nosotros la llamada a ser evangelizadores valientes y gozosos. Que nos permita también a nosotros, como a Pablo, impregnar de Evangelio nuestras casas y convertirlas en cenáculos de fraternidad, donde podamos acoger a Cristo vivo, que «sale a nuestro encuentro en todo hombre y en todo tiempo» (cf. II Prefacio de Adviento).
© Librería Editorial Vaticana