San Esteban protomártir, fiesta de Almería

Se conmemora la entrega de la ciudad a los Reyes Católicos

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ALMERÍA, sábado 31 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Este año volvió a llenarse la catedral de Almería un día más: la fiesta del tradicional “Día del Pendón” atrajo a muchos más fieles y ciudadanos que otros años a la procesión cívico-religiosa con el Pendón de Almería, para conmemorar el aniversario de la entrega de la ciudad a los Reyes Católicos. Coincide con la fiesta del protomártir san Esteban, el 26 de diciembre.

Los canónigos escoltaron dentro de la catedral el pendón y los caballeros legionarios lo hicieron fuera de la iglesia catedral durante la procesión. Después de la procesión, la celebración de la santa Misa, muy concurrida, presidida por el obispo diocesano Adolfo González Montes, contó con la asistencia de la corporación municipal, con concejales de los dos partidos mayoritarios, que al final de la celebración fueron personalmente saludados por el señor obispo y, tras la salida del Pendón de la catedral, despedidos a la puerta por el prelado.

También la policía local celebró a su patrón, san Esteban, asistiendo representantes de la policía municipal a los actos religiosos, al lado de los mandos del destacamento de la legión de Viator y de los mandos de la guardia civil. Esta presencia fue muy positivamente comentada por los fieles, quienes consideran que responde al sentir religioso de la mayoría de la sociedad almeriense.

Una presencia siempre libre y garantizada por la libertad religiosa de todos, también de las autoridades que representan a todos los ciudadanos y, en consecuencia, también a la mayoría católica. El acto de la catedral es un acto que se enmarca en la tradición histórica, cultural y religiosa de la ciudad.

En su homilía, el obispo destacó que la fiesta tradicional del “Día del Pendón”, aniversario de la entrega de la ciudad a los Reyes Católicos, en la festividad litúrgica de san Esteban protomártir, “evoca un año más la tradición de fe que inspiró la restauración cristiana de nuestras tierras patrias”.

Subrayó que “aunque los tiempos han cambiado, nuestra deuda con las generaciones que nos precedieron nos obliga al reconocimiento de su sacrificio y determinación, sin los cuales nuestra identidad no sería hoy la que es: la propia de una sociedad que, incluso en su moderna configuración democrática aconfesional, es deudora de la revelación bíblica y de los valores cristianos que inspiran de modo general la vida, y que se fundan en dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y destinada a la participación de la vida divina tal como se nos ha revelado en Jesucristo”.

Recordando al santo Esteban y a los mártires afirmó que “todos ellos confesaron sin miedo al martirio la divinidad de aquel que quiso revestirse de nuestra humanidad”.

“¿Cómo podría el hombre vivir sin Dios y sin Cristo?”, se preguntó. Y respondió: “El poder del mal es grande y el misterio de la iniquidad amenaza la oferta de salvación que Dios hace al mundo, porque el hombre siempre es capaz de rechazarle libremente, y a causa del pecado desechar la oferta de amor que Dios nos ha hecho en Jesucristo. Jesús fue rechazado por los suyos, aunque vino para ellos y, por medio de ellos, había de ser proclamado a las naciones, tal como había prometido a Abrahán y a su descendencia”.

Afirmó luego que fue el rechazo a la Palabra de la vida el que llevó a la muerte a Jesús y al martirio de sus testigos. “El diácono protomártir contempla la glorificación del Crucificado, exaltado por Dios a su derecha, desde donde vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos”, afirmó el obispo.

“La humillación del Hijo de Dios, tránsito hacia su glorificación, es inaceptable para cuantos piensan que sólo la fuerza del poder y la violencia logra objetivos seguros y garantiza el futuro del hombre”, señaló.

“Los mártires –explicó- amaron esta vida mortal, aunque no tanto como para renegar de Aquel al que amaron sobre todas las cosas y del que todos hemos recibido la vida, por eso ‘dieron testimonio de la Palabra de Dios sin temer la muerte’ (Ap 12,11) que les infligían quienes los llevaron al martirio”.

“La persecución de los discípulos de Cristo –subrayó- no ha cejado desde la muerte de san Esteban y el sacrificio de la vida de Santiago, el primero entre los apóstoles en verter la sangre por Cristo. En nuestra memoria están los mártires del siglo XX, cuya sangre ha dado paso al sacrificio de tantos cristianos llevados hoy a la muerte o perseguidos y menospreciados, cuyos derechos humanos son ignorados y cuyos derechos civiles no son reconocidos, prófugos y perseguidos siguen sufriendo en su propia carne la pasión de Cristo, a la cual son asociados con todas las víctimas inocentes de la historia humana sacrificadas en crueles hechos crueles de injusticia”.

“El Crucificado encabeza la larga hilera de los mártires con sus palmas de la victoria en las manos, porque el Crucificado ha sido por Dios glorificado”, dijo.

Y concluyó con la enseñanza que se desprende de esta fiesta: “nos enseña que el discípulo del Niño nacido en Belén ha de seguir las huellas del recién nacido, dando muerte al odio y sembrando el amor que es testimonio convincente”.

“El cristiano no es victimista, afronta con valor las dificultades y sabe que, si llega la persecución, Cristo le precede y acompaña; y desecha el temor porque Cristo le dice: ‘En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo’ (Jn 16,33). La victoria de Cristo nos alienta en nuestras luchas; y en circunstancias hoy difíciles para el cristiano, la imitación de Cristo es configuración con su victoria sobre la tribulación”. “Que así nos lo conceda la santa Madre de Dios, madre de la Vida aparecida en su Hijo”.

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ZENIT Staff

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