Signos positivos en la reconstrucción de la Iglesia en Lituania

Enfrenta el desafío de la reevangelización del país

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VILNIUS, 12 enero 2003 (ZENIT.orgAvvenire).- Diez años después de su independencia, Lituania carga aún con la desertización cultural y espiritual mientras enfrenta los desafíos del mercado, de la secularización, emergencias materiales y dificultades educativas. La Iglesia católica emprende en estos tiempos la nueva evangelización de toda la nación.

«No hay que engañarse. Mientras exista el catolicismo en el país, el gobierno no logrará someterlo», escribió el gobernador general de Lituania al zar Alejandro II a mediados del siglo XIX expresando las dificultades del proceso de rusificación de la región.

Sin embargo, catolicismo e identidad nacional fueron de la mano durante siglos en el país báltico. Ni siquiera el régimen soviético consiguió sepultar la fe de los lituanos. Un millón de personas –la cuarta parte de la población– sufrió directamente la represión del comunismo: fueron deportadas a Siberia, encarceladas, asesinadas o forzadas al exilio

Los jóvenes, como los del Seminario de San José, «son los operarios que deberán reconstruir la Iglesia lituana, pero toda la sociedad necesita de ellos», afirma el padre Gintaras Grusas, rector del seminario y secretario general de la Conferencia Episcopal.

Nacido en Estados Unidos hace 41 años en el seno de una familia de emigrantes, Grusas estudió en Vilnius y después en Roma. Llegó a Lituania en 1992, pocos meses después de la proclamación de la independencia. Su primer encargo lo recibió en septiembre de 1993, como secretario general para la histórica visita del Papa.

El catolicismo siempre mantuvo fuertes raíces en la nación; sin embargo, las estadísticas demuestran que sólo el 20% de la población acude a las iglesias y que las sectas se difunden cada vez más.

«Vivimos el cansancio de un nuevo comienzo –comenta el secretario general de la Conferencia Episcopal–, arriesgado y fascinante a la vez, y la Iglesia intenta preparar a jóvenes capaces de contribuir a esta construcción».

Estos jóvenes son 67 en Vilnius –la capital–, y 200 en los cuatro seminarios de Lituania. «Preparamos la nueva savia que tendrá que alimentar a la comunidad cristiana: entre sacerdotes y religiosos suman 650 –antes del período soviético eran 2500– para una población de 4 millones», explica Grusas.

«Muchos de nuestros hermanos acabaron en los campos siberianos, otros murieron en la cárcel, algunos incluso fueron trasladados para librarse de las persecuciones. En esos cincuenta años sólo quedó abierto un seminario, pero los ingresos eran limitados y filtrados», recuerda.

Tras la independencia, hubo un florecimiento de vocaciones, que persiste, pero hay otras materias urgentes, como la educación. «En las escuelas, donde el ateísmo era una asignatura de estudio, ahora es posible hablar de Dios y enseñar religión católica –constata Gintaras Grusas–, pero hace poco tiempo que contamos con personal que haya recibido una formación adecuada».

En el panorama social, las familias también cargan «con la gravosa herencia dejada por el comunismo: el alcoholismo, el recurso al aborto –que sigue practicándose como método de control de la natalidad–, las separaciones y divorcios, que representan más de la mitad de los matrimonios», afirma.

Con la vuelta de la libertad también han llegado mensajes y propuestas que eliminan a Dios del horizonte de la vida, o que explícitamente relegan la fe a una dimensión privada.

Como advierte el secretario general de la Conferencia Episcopal, «la privatización de la fe es la gran insidia de un país en el que durante siglos la propia fe ha marcado de manera positiva y fecunda la convivencia social, la cultura y el arte».

Ante esta situación, la Iglesia lanza un desafío a la Lituania de hoy: «la propuesta del cristianismo como posibilidad para todo hombre y como riqueza para toda la nación (…)». No se trata de un desafío «que se opone», sino más bien de «una propuesta a la libertad de todos», aclara Grusas.

La juventud lituana preocupa especialmente a la Iglesia: «debemos ofrecer respuestas creíbles y practicables, no podemos vivir de las rentas de un pasado que la mayor parte de los jóvenes no ha vivido. Muchos de ellos no han podido recibir una educación cristiana; como mucho han aprendido algo en su casa, porque fuera el tema era tabú, pero no es bastante», expone Gintaras Grusas.

En este contexto, según el secretario general de la Conferencia Episcopal, la «Iglesia debe ser propositiva». Es precisamente la dirección en la que están trabajando los centros diocesanos para jóvenes, parroquias y grupos de profesores en las escuelas, además de algunos movimientos de laicos presentes en Lituania, como los focolares, Comunión y Liberación, la Renovación Carismática, el Opus Dei y Taizé.

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ZENIT Staff

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