Texto de la homilía del Papa en la fiesta de Todos los Santos

Las beatitudes como brújula delante de una cultura de la devastación y del descarte

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El santo padre Francisco celebró en el cementerio romano de ‘Il Verano’, la misa en la festividad de Todos los Santos. El Pontífice ha comentado la Lectura del apocalípsis y el Evangelio de las beatitudes, relacionándolas con la destrucción de lo creado, la cultura del descarte y la persecución que tantos sufren por ser cristianos. 

A continuación las palabras del Santo Padre.

«Cuando en la primera lectura he escuchado al ángel que gritó a gran voz, a los cuatro ángeles a los cuales le había sido concedido devastar la tierra y el mar, de destruir todo. ‘No devasten la tierra, el mar ni las plantas’ y a mi me vino a la mente una frase que no está aquí pero que está en el corazón de todos nosotros: Los hombres son capaces de hacerlo mejor, somos capaces de devastar la tierra, mejor que los ángeles y esto lo estamos haciendo, esto lo hacemos, devastar lo creado, devastar la vida, devastar las culturas, devastar los valores, devastar la esperanza. Y cuanta necesidad tenemos de la fuerza del Señor, para que nos selle con su amor con su fuerza para detener esta loca carrera de destrucción.

Destrucción de lo que Él nos ha donado, de las cosas más hermosas que hizo para nosotros, para que nosotros las lleváramos adelante, las hiciéramos crecer, dar sus frutos. Cuando estando en la sacristía miraba las fotos de hace tantos años atrás, (el bombardeo de Roma en la segunda Guerra Mundial, en el barrio del cementerio, ndr.), he pensado: esto que ha sido tan grave y doloroso, esto es nada en comparación con lo que hoy sucede.

El hombre se apropia de todo, se cree Dios, se cree el rey. Y las guerras, las guerras que siguen no para sembrar grano de vida pero para destruir. Es la industria de la destrucción, es un sistema de vida en el cual cuando las cosas no se logran arreglar se descartan. Se descartan: se descartan a los niños se descartan a los ancianos, se descartan a los jóvenes, sin trabajo. Hace esto la cultura del descarte, se descartan los pueblos.

Esta es la primera imagen que me vino cuando sentí esta Lectura.

La segunda imagen en la misma lectura, es esta multitud inmensa que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos e idiomas.

Los pueblos, la gente, ahora comienza el frío. Estos pobres que tienen que huir para salvar la vida, de sus casas, de sus pueblos al desierto y viven en carpas y sienten en frío, sin medicinas, hambrientos. Porque el ‘dios hombre’ se ha apropiado de lo creado, de todo lo bonito que Dios hizo para nosotros.

¿Pero quién paga la fiesta? Los pequeños, los pobres. Los que de personas acabaron en descarte. Y esto no es historia antigua, sucede hoy. ¡Pero padre esto es lejos! También aquí, sucede hoy.

Y diré aún más, parece que esta gente, que estos niños hambrientos, enfermos, parece que no cuenten, que sean de otra especie, no sean humanos. Esta multitud está delante de Dios y pide: Por favor, salvación; por favor, paz; por favor, pan; por favor trabajo; por favor hijos y abuelos; por favor jóvenes con la dignidad de poder trabajar.

Pero los perseguidos entre ellos, los perseguidos por la fe. ‘Uno de los ancianos se dirigió a mi: Quienes son estos vestidos de blanco, quiénes son, de dónde vienen? Son aquellos que vienen de la gran tribulación y que lavaron sus vestiduras volviéndolas cándidas en la sangre del Cordero’.

Y hoy sin exagerar, hoy en el día de Todos los Santos querría que todos pensáramos a todos ellos, los santos desconocidos, pecadores como nosotros, peor que nosotros, destruidos. A esta multitud de gente que viene de la gran tribulación, la mayor parte del mundo está en tribulación. El Señor santifica a este pueblo pecador como nosotros, lo santifica con la tribulación.

Y al final hay una tercera imagen, Dios. La primera la devastación; segunda las víctimas y tercera Dios.

Dios, nosotros desde ahora somos hijos de Dios, lo hemos escuchado en la Segunda lectura, pero lo que seremos aún no ha sido revelado. Pero sabemos que cuando Él se habrá manifestado nosotros seremos similares a Él, porque lo veremos como Él es, o sea la esperanza. Y esta es la bendición del Señor que aún tenemos: la esperanza, la esperanza que tenga piedad de su pueblo, que tenga piedad de éstos que están en la gran tribulación, y también que tenga piedad de los destructores para que se conviertan.

Y así la santidad de la Iglesia va adelante, con esta gente, con nosotros, que veremos a Dios como Él es. Y cuál tienen que ser nuestra actitud si queremos entrar en este pueblo, nuestro, si queremos entrar en ese pueblo y caminar hacia el Padre, en este mundo de devastación, de guerras, de tribulación.

Nuestra actitud la hemos escuchado en el Evangelio, es la actitud de las beatitudes. Solamente ese camino nos llevará al encuentro con Dios. Solamente ese camino nos salvara de la destrucción de la devastación de la tierra, de lo creado, de la moral, de la historia, de la familia, de todo.

Solamente ese es camino. Nos hará pasar cosas feas, nos traerá problemas y pasar persecuciones. Pero solamente ese camino nos llevará hacia adelante. Y así este pueblo que tanto sufre hoy por el egoísmo de los devastadores, de nuestros hermanos devastadores, ese pueblo va adelante con las beatitudes, con la esperanza de encontrar a Dios, de ver cara a cara al Señor. Con la esperanza de volvernos santos en ese momento del encuentro definitivo con Él.

El Señor nos ayude, nos de la gracia de esta esperanza, y también la gracia del coraje de salir de todo lo que es destrucción, devastación, relativismo de vida, exclusión de los otros, exclusión de los valores, exclusión de todo lo que el Señor nos ha dado, exclusión de la paz. Nos libre de ésto y nos dé la gracia de caminar con la esperanza de encontrarnos y cara a cara con Él y esta esperanza, hermanos y hermanas, no desilusiona.  

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ZENIT Staff

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