(ZENIT Noticias / Roma, 25.11.2025).- El cardenal Raymundo Damasceno Assis, quien a sus 88 años ha superado con creces la edad en la que la mayoría de los prelados de alto rango se retiran de la responsabilidad pública, presentó su renuncia al cargo de comisario pontificio para los Heraldos del Evangelio y sus sociedades asociadas, Virgo Flos Carmeli y Regina Virginum, el 18 de noviembre. La solicitud llegó tras ocho años de intervención y en medio de una creciente convicción de que finalmente había llegado el momento de concluir su misión.
Sin embargo, lo que parecía el final natural de un capítulo tomó un rumbo imprevisto. Tres días después, el 21 de noviembre, el Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica respondió con un mensaje conciso: el cardenal debía «esperar unos meses» antes de dejar el cargo. Por cuanto se desprende de la respuesta, no hay un indicio de que se hubiera consultado al papa León XIV para esta negativa. Este aspecto no es de poca relevancia pues usualmente los Comisarios Pontificios son nombrados directamente por el Papa y su trabajo finaliza cuando él mismo les releva del cargo. El hecho de que no se haya registrado ninguna audiencia entre la Prefecta, Sor Simona Brambilla, y el Santo Padre en el breve intervalo transcurrido entre la renuncia y la carta del dicasterio ha alimentado las especulaciones sobre si la negativa de la Prefecta contó con el aval del Papa.
El episodio llega en un momento delicado. Un libro publicado recientemente —El Comisariado de los Heraldos del Evangelio: Cronología de los Hechos 2017-2025— ha expuesto, lo que los autores consideran una la larga lista de agravios que surgieron durante la intervención: vocaciones bloqueadas, ordenaciones suspendidas, restricciones a la vida interna, cargas financieras y morales, y un clima de sospecha que algunos juristas cercanos a los Heraldos describen como punitivo a pesar de la ausencia de cargos formales. El libro también destaca un frente menos conocido: una oleada de demandas civiles, supuestamente incentivadas durante la visita apostólica, que finalmente fracasaron en los tribunales, todas resueltas a favor de los Heraldos.
La situación se complica aún más por un escenario que algunos consideran plausible: que el cardenal Damasceno también haya presentado su renuncia directamente al Papa. Si el Santo Padre la aceptara, mientras que el dicasterio la rechazara simultáneamente, el Vaticano podría encontrarse ante una disonancia institucional rara vez vista en las últimas décadas, señal posible de un desajuste procesal.
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