Metropolita Giobbe
(ZENIT Noticias – Asia News / Estambul, 03.12.2025).- A continuación publicamos una reflexión del metropolitano de Pisidia y copresidente del diálogo entre católicos y ortodoxos:
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Tras la revocación de las excomuniones recíprocas de 1054, al final del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965, durante una ceremonia celebrada simultáneamente en Roma y Constantinopla, las dos Iglesias de Roma y Constantinopla se encontraron en una situación similar a la que vivían a principios del siglo XI: en un estado de comunión perturbada, de excomunión. Para remediar este problema, el papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras habían iniciado previamente, durante su histórico y profético encuentro en Jerusalén en enero de 1964, un diálogo de amor.
Este diálogo de amor tenía como objetivo conducir a un diálogo de verdad mediante la creación, en 1979, de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa, en pie de igualdad, tras el acuerdo mutuo entre el papa Juan Pablo II y el patriarca ecuménico Demetrio. El objetivo de esta comisión, desde el principio, fue muy claro: el restablecimiento de la plena comunión entre estas dos Iglesias, basada en la unidad de fe según la experiencia y la tradición comunes de la Iglesia primitiva, la tradición común del primer milenio, como se puede leer en el plan de la comisión elaborado en Rodas en 1980.
¿Cuál es la situación cuarenta y cinco años después? Ciertamente, todavía hay muchos escépticos que repiten constantemente: «¿Qué sentido tiene dialogar con los latinos, a quienes nuestros padres en la fe —como San Marcos de Éfeso o San Cosme el Etolio— condenaron…», sin darse cuenta de que la situación en la que se encuentra la Iglesia católica romana después del Concilio Vaticano II no es la misma que cuando vivieron estos santos. Es más, durante este Concilio, la Iglesia católica romana vivió una auténtica «revolución copernicana», una revolución estimulada por el redescubrimiento de la tradición de los primeros Padres de la Iglesia y por una apertura hacia el Oriente cristiano.
Sin duda, siempre habrá quienes duden de la sinceridad del diálogo y sospechen que se trata simplemente de un ardid orquestado por los astutos latinos para atraer a la Iglesia ortodoxa a los brazos de Roma. De hecho, el renacimiento de los llamados «uniatos» tras la caída del régimen comunista a finales de los años 80 provocó un enfriamiento del diálogo, causado por el temor a un retorno al uniatismo. No obstante, la Comisión Mixta Internacional ha afirmado claramente en dos ocasiones, en Freising en 1990 y en Balamand en 1993, que el método denominado «uniatismo» se rechaza como método para la búsqueda de la unidad «porque es contrario a la tradición común de nuestras Iglesias».
«El diálogo teológico que la Iglesia ortodoxa mantiene con la Iglesia católica romana, así como con el resto del mundo cristiano, no busca en modo alguno llegar a un compromiso o traicionar la ortodoxia».
Sin embargo, durante más de cuarenta y cinco años, la Comisión Mixta Internacional ha trabajado incansablemente, sin dejarse influir ni distraer. Y hoy podemos recoger algunos frutos. Tras comenzar examinando lo que las dos Iglesias tienen en común —es decir, una comprensión común de los misterios de la Iglesia y una comprensión común de la naturaleza sacramental de la Iglesia—, la Comisión pudo examinar la cuestión de la sinodalidad y el primado. La genialidad del documento de Ravenna de 2007 reside precisamente en haber subrayado que la espinosa cuestión del primado romano no podía separarse de la cuestión de la sinodalidad, porque el primado y la sinodalidad son interdependientes. De hecho, nadie puede ser el primero sin los demás, y no puede haber asamblea ni concilio sin una presidencia. Y el documento de Rávena aclaró que esto se aplica a tres niveles de la experiencia eclesial: a nivel local de la provincia, a nivel regional del sínodo episcopal y a nivel global, en la comunión de las Iglesias patriarcales y autocéfalas.
Posteriormente, el documento de Chieti de 2016 profundizó en la cuestión examinando más de cerca la tradición común del primer milenio, considerada canónica para ambas Iglesias. Y más recientemente, el documento de Alejandría de 2023 estudió las transiciones de la administración eclesiástica en Oriente y Occidente durante el segundo milenio, llegando a la conclusión de que: «La Iglesia no se entiende propiamente como una pirámide, con un primado que gobierna desde arriba, pero tampoco se entiende propiamente como una federación de Iglesias autosuficientes».
«Ciertamente, siempre habrá quienes duden de la sinceridad del diálogo y sospechen que se trata simplemente de una estratagema orquestada por los astutos latinos para atraer a la Iglesia ortodoxa a los brazos de Roma».
Personalmente, estoy convencido de que el trabajo de la Comisión Mixta Internacional ha inspirado una renovación de la sinodalidad dentro de la Iglesia católica romana en los últimos años, durante el mandato del papa Francisco: una renovación que inspira una cierta «descentralización» de la Iglesia católica romana, desafiando así la llamada «jurisdicción universal» del papa y que, en este sentido, parece prometedora para los cristianos ortodoxos atentos. En este punto, el papa León XIV parece querer continuar por este camino.
Tras haber avanzado en el diálogo sobre la verdad, la comisión parece dispuesta, en este momento de la historia, a abordar y debatir, en un clima de objetividad académica y confianza mutua, las cuestiones que desde hace tiempo dividen a las Iglesias. Las cuestiones de la infalibilidad papal y la cláusula del Filioque están ahora en el orden del día. En cuanto a esta última cuestión, cabe recordar que el documento de 2003 de la Consulta Teológica Ortodoxa-Católica Norteamericana titulado: «El Filioque: ¿una cuestión que divide a la Iglesia? Una declaración consensuada» recomendaba que la Iglesia católica romana utilizara «solo el texto griego original para realizar traducciones del Credo (de Nicea) para uso catequético y litúrgico», es decir, sin el Filioque.
A este respecto, un acontecimiento muy reciente nos llena de alegría: durante la «fiesta ecuménica en memoria de los mártires de la fe del siglo XXI», presidida por Su Santidad el Papa León XIV, en la Basílica de San Pablo Extramuros, en Roma, el 14 de septiembre de 2025, se recitó el Credo Niceno-Constantinopolitano, en latín, ¡sin el Filioque! Un detalle importante que demuestra que las cosas están avanzando y que el diálogo está dando sus frutos.
El diálogo teológico que la Iglesia ortodoxa mantiene con la Iglesia católica romana, así como con el resto del mundo cristiano, no busca en modo alguno llegar a un compromiso o traicionar la ortodoxia, sino que, por el contrario, ya ha dado lugar a muchos acuerdos importantes y ha dado frutos significativos en las últimas décadas, y nos está llevando por el camino hacia la unidad visible de los cristianos.
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