CASTEL GANDOLFO, 30 julio (ZENIT.org).- «El cristianismo no puede ser reducido a doctrina, ni a simples principios». Juan Pablo II sorprendió a muchas personas con una imagen anquilosada de la vida cristiana, durante el tradicional encuentro dominical que tiene con peregrinos de todo el mundo. De hecho, añadió, «Cristo, centro del cristianismo, está vivo y su presencia constituye el acontecimiento que renueva constantemente a las criaturas humanas y al cosmos».
Hoy fue un domingo particular para el Papa. Por una parte, el pueblo en el que transcurre estos días de verano, Castel Gandolfo, situado a las afueras de Roma, celebraba su «fiesta de los melocotones»: una típica celebración veraniega llena de bullicio y, claro está, buena comida. Por si fuera poco, vinieron al palacio apostólico los protagonistas en el «Festival de la nueva canción romana en tour». Como no cabían en el patio de la residencia del Papa, desde la sala de audiencia generales del Vaticano, se encontraban conectados en directo miembros del movimiento Cursillos de Cristiandad, que en este fin de semana celebraron su Jubileo en Roma.
De hecho, el Papa todavía tenía frescas las imágenes del encuentro que había tenido en la tarde en la plaza de San Pedro del Vaticano con más de 20 mil «cursillistas» de todo el mundo. Y precisamente el contacto con los miembros de este movimiento, surgido hace cincuenta años en España, que cuenta con unos 5 millones de miembros en los cinco continentes, le sugirió el tema de las palabras que pronunció este domingo.
Juan Pablo II recordó que la característica de los Cursillos de Cristiandad, «al igual que de análogos movimientos eclesiales, es la nueva evangelización de los adultos». Estas realidades han traído en los cincuenta últimos años una auténtica revolución en el seno de la Iglesia católica: «El mensaje cristiano es propuesto a través de momentos de intensa experiencia espiritual, capaces de hacer redescubrir la belleza de encontrarse con Cristo y de ser Iglesia, así como la alegría de la fraternidad y del servicio recíproco, penetrando con el espíritu cristiano toda la existencia».
«La exigencia de un cristianismo integral --explicó el Papa--, que no llega a compromisos cuando se trata de la verdad y que sabe, al mismo tiempo, medirse con la historia y la modernidad, ha marcado todo este siglo y ha surgido con fuerza en el Concilio Ecuménico Vaticano II».
El Papa explicó de esta manera el motivo que ha dado vida a estas nuevos movimientos y comunidades, a los que en otras ocasiones ha llamado como una «primavera del Espíritu»: «La Iglesia ha comprendido cada vez más claramente, tras los acontecimientos de las décadas pasadas, en ocasiones dramáticos, que su tarea es la de atender y responsabilizarse del hombre; pero no un hombre "abstracto", sino real, "concreto" e "histórico", al que debe ofrecer incesantemente a Cristo como su único Redentor».
«De hecho, sólo en Cristo --y no se cansa de repetirlo, especialmente durante este año Jubilar-- el ser humano puede experimentar el sentido auténtico y pleno de su existencia --añadió el obispo de Roma--. El cristianismo, por tanto, no puede ser reducido a doctrina, ni a simples principios, pues Cristo, centro del cristianismo, está vivo y su presencia constituye el acontecimiento que renueva constantemente a las criaturas humanas y al cosmos. Esta verdad de Cristo hoy tiene que ser proclamada con vigor, tal y como ha sido defendida valientemente en el siglo XX por tantos testigos de la fe e por ilustres pensadores cristianos, entre los cuales quiero recordar a Vladimir Sergueyevich Soloviev, de quien se cumplen en estos días el centenario de la muerte».
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Jul 30, 2000 00:00