CIUDAD DEL VATICANO, 20 julio (ZENIT.org).- Trescientos años de dificultades y a veces de martirio por ser fieles al Papa. Así se resume la historia de los católicos greco-ortodoxos (uniatas) de Rumanía, a quienes Juan Pablo II ha querido enviar una carta con motivo del tercer centenario de su plena comunión con Roma, un año después de su visita a Bucarest, la primera vez que un obispo de Roma pisaba tierras mayoritariamente ortodoxas.
Rumanía, a donde llegó la cristiandad latina en el siglo III, adoptó el rito bizantino a principios del siglo VIII. Cuando tuvo lugar el cisma de Oriente, en 1054, los cristianos rumanos quedaron englobados entre las Iglesias ortodoxas. Sin embargo, en Transilvania, tuvo lugar un movimiento de comunidades cristianas que buscaba resanar la división con Roma y que, en 1700, alcanzó su objetivo. Respetando las tradiciones cristianas orientales, el Papa les permitió mantener sus costumbres y tradición. De hecho, su liturgia es como la ortodoxa; algunos de estos sacerdotes católicos, al igual que los ortodoxos, pueden casarse.
Rumanía, puente de diálogo entre ortodoxos y católicos
Juan Pablo II, en su carta, considera que los rumanos pueden convertirse en puentes de diálogo entre católicos y ortodoxos. Si bien son un pueblo latino –como lo dice su mismo nombre, Rumanía–, «se han abierto a la acogida de los tesoros de la fe y de la cultura bizantinas. A pesar de la herida de la división, la Iglesia greco-católica y la Iglesia ortodoxa de Rumania comparten esta herencia. Desde siempre en los corazones de los hijos y las hijas de esta antigua Iglesia late con fuerza la pasión por la unidad querida por Cristo».
«Mis inmediatos predecesores –dice el Papa en la carta–, empezando por Juan XXIII de venerada memoria, han multiplicado los esfuerzos en favor de la reconciliación ecuménica, en particular con las Iglesias ortodoxas. Bajo la mirada misericordiosa de su Señor, la Iglesia recuerda su pasado, reconoce los errores de sus hijos y confiesa su falta de amor para los hermanos en Cristo y, por lo tanto, pide perdón y perdona, intentando restablecer la plena unidad entre los cristianos».
«El intento de buscar la plena comunión –continúa explicando– está condicionado inevitablemente por el contexto histórico, por la situación política y por la mentalidad dominante de cada época. Tras el cambio de circunstancias, el presente exige una búsqueda de la unidad en un horizonte ecuménico mas amplio».
Por este motivo, Juan Pablo II afirma: «Al igual que he alentado el proceso de revisión de las modalidades de ejercicio del servicio petrino en el interior del ecumenismo cristiano, excepción hecha de las exigencias derivadas de la voluntad de Cristo, así también exhorto a poner en marcha una actualización y un estudio profundo de la vocación específica de las Iglesias orientales en comunión con Roma en el nuevo contexto haciendo un llamamiento a la aportación de estudio y de reflexión de todas las Iglesias».
Fidelidad hasta el martirio
El Santo Padre reconoce, además, la fidelidad que han demostrado a lo largo de su historia los greco-católicos rumanos, pero en particular alaba su heroísmo. De este modo, recuerda « la segunda mitad del siglo XX, en la época del totalitarismo comunista, cuando vuestra Iglesia se ha visto obligada a padecer una prueba durísima, mereciéndose con justicia el título de «Iglesia de los confesores y de los mártires»». A la luz de las persecuciones padecidas por la Iglesia, Juan Pablo II sugiere a la Iglesia en Rumanía hacer una actualización de su martirologio «haciendo los esfuerzos necesarios para enriquecer la documentación acerca de los hechos acaecidos, para que las generaciones futuras puedan conocer su historia».
En este sentido, aclara que los católicos no fueron los únicos perseguidos, sino que también la Iglesia ortodoxa y otras confesiones religiosas sufrieron la represión.