CIUDAD DEL VATICANO, 4 mar 2001 (ZENIT.org).- Para Juan Pablo II el cristianismo es una auténtica apuesta por el amor en su plenitud que pone al creyente «en abierto contraste con la mentalidad del «mundo»».
Al encontrarse con varios miles de fieles reunidos en la plaza de San Pedro del Vaticano para rezar como todos los domingos la oración mariana del Angelus, el Papa invitó precisamente en este mediodía a todos los cristianos a hacer de esta Cuaresma un tiempo para descubrir qué es lo que quiere decir Jesús en el Evangelio al afirmar: «El que ama su vida, la pierde».
«Estas palabras no expresan desprecio por la vida, sino, por el contrario, un auténtico amor por la misma –aclaró el pontífice al asomarse a la ventana de su estudio en una mañana realmente primaveral–. Un amor que no desea este bien fundamental sólo para sí e inmediatamente, sino para todos y para siempre, en abierto contraste con la mentalidad del «mundo»».
El obispo de Roma entiende precisamente por mentalidad dominante esa búsqueda de «satisfacciones efímeras», que llevan a «despreciar la propia dignidad y la de los demás».
Ante este modelo cultural imperante en nuestros días, el sucesor de Pedro contrapuso las palabras de Jesús: «El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna».
«¿Qué significa «negarse a sí mismo», «odiar la vida»?», se preguntó el Papa y respondió: «Estas expresiones, mal entendidas, han dado en ocasiones al cristianismo la imagen de una religión que mortifica lo humano. Sin embargo, Jesús vino para que el hombre tenga vida y la tenga en abundancia».
«Cristo, a diferencia de los falsos maestros de ayer y de hoy, no engaña. Conoce a la criatura humana en profundidad y sabe que para que alcance la vida tiene que realizar una «transición», una «pascua», de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, renegando al «hombre viejo» para dejar espacio a ese hombre nuevo, redimido por Cristo», explicó el Santo Padre.
Esta experiencia, concluyó, si es auténtica, debe cambiar la vida de los cristianos, traduciéndose en «opciones concretas, personales, eclesiales y sociales».
Antes de despedirse de los peregrinos, Juan Pablo II pidió las oraciones de todos los cristianos para que recen en esta semana por él y por sus colaboradores que se retirarán en ejercicios espirituales «para que estos días de intensa escucha del Espíritu de Dios, de silencio y de oración constante, traigan los deseados frutos de renovación espiritual».