CIUDAD DEL VATICANO, 4 mar 2001 (ZENIT.org).- Una ocasión privilegiada de diálogo entre el mundo del cine y la Iglesia. Así se puede sintetizar la proyección de la película «2001: Una odisea en el espacio» que tuvo lugar en la Filmoteca Vaticana el pasado 1 de marzo.
En la sede del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, presidido por el arzobispo estadounidense John Patrick Foley, directores de cine, actores, y altos representantes de la Iglesia (cardenales, arzobispos, sacerdotes), se dieron cita para admirar la restauración del filme, considerado como uno de los clásicos del cine, y que ahora se presenta en la salas de varios países de Europa.
Estuvieron presentes, además, la viuda y la hija de Kubrik, así como el productor de la película, Ian Harlick.
La Filmoteca Vaticana había incluido «2001: Una odisea en el espacio» por su elevado valor artístico en la famosa lista de las 45 cintas seleccionadas con motivo del centenario del cine, en 1995. Una decisión que fue ilustrada por el director de la Filmoteca Vaticana, monseñor Enrique Planas, al pronunciar una palabras de presentación antes de la proyección.
La película, explicó, «fue situada entre las obras maestras del arte y del lenguaje cinematográfico, pero éramos conscientes de que tiene elementos por los que hubiera podido ser tomada en cuenta también en las otras dos secciones [referencia a la religión y a los temas ligados a los valores espirituales], dada la complejidad de los temas que transmite y dados los motivos de reflexión ligados al sentido de la conciencia, a la búsqueda de una respuesta, al camino del espíritu, a lo sobrenatural y escondido, a lo trascendente, a lo religioso, a los valores y al misterio de la vida y de la humanidad misma».
«Con una atenta visión de la película, apoyada por un lenguaje cinematográfico de elevada calidad, al que nos acostumbró Kubrik –añadió monseñor Enrique Planas–, todos estos motivos de reflexión pueden ponernos a nosotros, espectadores, ante innumerables temáticas que contribuyen al crecimiento del hombre».
«La película es capaz de llevarnos muy lejos con la mente, es una obra maestra que hay que transmitir a otras generaciones, una película que, después de 32 años, precisamente en el año 2001, tiene todavía mucho que decir, una película que nos invita mirar a nuestra profundidad, a nuestro abismo para que el hombre pueda perderse y volverse a encontrar consigo mismo, más maduro, más consciente de su propia misión», concluyó monseñor Planas