ROMA, 6 mar 2001 (ZENIT.org).- Unas tres mil personas han sido decapitadas por los dayak, los herederos de los terribles «cortadores de cabezas», según ha informado un misionero, testigo presencial, en declaraciones recogidas por la agencia vaticana Fides.
Las revelaciones han sido hechas por el administrador diocesano de Palangkaraya, el misionero de la Sagrada Familia Willibard Pfeiffer, de 61 años, que vive desde hace años en Kalimantán, en una carta enviada a los obispos indonesios el pasado 2 de marzo, y publicada ayer por Fides.
Borneo es la tercera isla más grande el mundo con 8,7 millones de habitantes, situada entre la isla de Java y Filipinas. La violencia ha llevado a cientos de miles de madureses (provenientes de la isla indonesia de Madura, al norte de Java), a huir de la masacre en condiciones desesperadas.
Las noticias que llegan de Borneo son pocas y contradictorias. El testimonio del misionero es uno de los pocos elementos fidedignos recogidos hasta ahora.
En el mensaje hecho público por Fides hace una reconstrucción de los incidentes que habrían estallado el 17 de febrero pasado, cuando los madureses –enfurecidos por un ataque sufrido el pasado mes de diciembre– asaltaron por sorpresa al pueblo de los dayak, conquistando la ciudad de Sampit y provocando al menos seis muertos y la fuga de la población dayak.
Tras reorganizarse, los descendientes de los antiguos «cortadores de cabezas» llamaron en su ayuda a las poblaciones dayak que habitan en otras partes de la isla y reconquistaron Sampit.
«No ha habido piedad –escribe el misionero–. Los madureses que no lograron huir o simplemente pasaban por allí fueron asesinados. Las casas de los madureses desde Sampit hasta Palangkaraya han sido incendiadas o saqueadas».
Para el 24 de febrero se habían recogido cerca de 700 cabezas humanas. «La tradición es matar por medio de la decapitación y luego mostrar las cabezas a los jefes», dice el misionero alemán. Hasta hoy han sido asesinadas entre dos y tres mil personas.
Las condiciones de los refugiados son dramáticas, según el misionero, ya que no hay tiendas de campaña para todos y muchos de ellos se ven obligados a permanecer bajo el sol que quema y la lluvia. Ya han muerto media docena de personas en los campos de refugiados, entre ellas una mujer cuando se encontraba dando a luz. Escasea la comida y el agua.
«Empiezan a aparecer enfermedades –añade el mensaje del misionero alemán–. Escasean la comida y el agua. De las informaciones, he podido saber que miles de refugiados han sido evacuados a Java», pero la decisión ha sido tomada muy tarde: «Los dayak no quieren a los madureses entre ellos».
En Palagkaraya, la masacre comenzó el 25 de febrero, según los testimonios: «Por fortuna muchos madureses habían dejado ya la ciudad pero otros muchos se habían quedado. No sabemos qué ha sido de ellos. Muchas de sus casas han sido destruidas. Por los rumores que circulan, se sabe que después de Palangkaraya, los dayak se preparan a atacar Pangkalan Bun, en el distrito de Kotawaringin occidental. Su lema es «los madureses deben desaparecer de Kalimantan»».
Y parece que el proyecto va adelante con éxito, como informaba la BBC, gracias también a la impotencia demostrada por las autoridades indonesias. Los miles de soldados enviados para restablecer el orden en la provincia han asistido a las masacres sin mover un dedo: «El único papel que han desempeñado –afirmaba el enviado de la BBC– ha sido el de proteger a los cerca de 200.000 refugiados en Sampit de ulteriores ataques».
Y proporcionan las naves para llevarse a los miles de madureses en fuga de Kalimantan. A medida que los madureses se van, «los dayak queman sus casas y sus tiendas para eliminar definitivamente en la provincia toda traza que recuerde a esta comunidad».