CIUDAD DE MÉXICO, 14 mar 2001 (ZENIT.org).- Ante el interés que ha suscitado la llegada a la capital mexicana del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el cardenal primado de México ha hecho público un comunicado de prensa en el que desea que este acontecimiento sirva para dar visibilidad a los problemas de los indígenas.

«Debemos apoyar que se conformen las normas legales y constitucionales para enfrentar la pobreza, marginación y exclusión de los pueblos indígenas que son campo de cultivo para la violencia», afirma el purpurado.

Y añade: «Ante tantos pronunciamientos y manifestaciones necesitamos ser críticos para no dejarnos sorprender por la magia del lenguaje y de la propaganda, pero también sencillos y humildes para dejarnos cuestionar en aquello que hemos fallado en relación a nuestros hermanos indígenas».

Este es el texto original el comunicado de prensa.

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La Arquidiócesis de México ha recibido a la caravana indígena y a los zapatistas que vienen de manera pacífica a reclamar el reconocimiento de sus derechos. Su presencia nos recuerda palabras que se pronunciaron durante el II Sínodo Arquidiocesano: «La Arquidiócesis de México debe... asumir la tarea de colaborar con los hermanos pobres que acuden a ella por motivos de trabajo, de atención médica, de devoción religiosa o en búsqueda de solución a problemas de injusticia, sobre todo por los derechos humanos conculcados» [Ecucim 3864]

La presencia de la caravana indígena da visibilidad y nos hace ser sensibles a la existencia de indígenas en la Arquidiócesis de México, no sólo originarios de la Ciudad de México sino inmigrantes de todas las etnias del país. En efecto, la Arquidiócesis de México sin duda es una de las Iglesias particulares con mayor número de indígenas en el territorio nacional.

También esperamos que la marcha de nuestros hermanos indígenas nos ayude a crecer en el aprecio a la dignidad de lo indígena. Casi todos los mexicanos, en mayor o menor porcentaje, llevamos sangre indígena, raíz que influye en nuestra idiosincrasia, en nuestra religiosidad y en nuestra identidad nacional.

Debemos apoyar que se conformen las normas legales y constitucionales para enfrentar la pobreza, marginación y exclusión de los pueblos indígenas que son campo de cultivo para la violencia. Para lograr este fin, sin duda alguna, los diputados y senadores del H. Congreso de la Unión escucharán atentamente y dialogarán con apertura con los zapatistas y sólo después de oír sus planteamientos y las valiosas aportaciones de otros grupos, procederán con la responsabilidad y representatividad que la nación les ha confiado, a hacer los cambios constitucionales pertinentes.

Esta arquidiócesis hace suya la reflexión que el Episcopado Mexicano nos presentaba hace algunos días, en donde se nos invita a ser conscientes de que el país está conformado por grupos y corrientes de pensamiento muy diversos, y por lo tanto, la construcción de la democracia exige el respeto a la diversidad y el convivir con quienes son y actúan en forma diferente. Así pues, no se puede imponer a toda una nación los criterios de un grupo, aunque éste sea muy respetable y ofrezca elementos muy dignos de ser tomados en cuenta. Esto significa que, una vez que los diversos grupos hayan sido escuchados por los Legisladores, se ha de aceptar la ley resultante que estos decidan conscientemente y libres de presiones y así no alargar más el conflicto.

Todos los mexicanos, y de manera especial los que nos confesamos cristianos y católicos, estamos obligados a buscar la paz, sobre la base de la justicia social y desde la caridad de Cristo, para que nunca más México vuelva a resentir los efectos de la marginación y la inconformidad de los pueblos indígenas. Pero sería muy pobre y triste propugnar por una paz que sólo es ausencia de guerra, ya que no estamos en guerra o a lo más sólo estamos en guerra virtual. Es necesario propugnar por una paz basada en la justicia, en el desarrollo y en el progreso; una paz que muestre la fraternidad y la solidaridad de los mexicanos; por ello en estos momentos se necesita ser propositivo y alejar los resentimientos, los insultos y los protagonismos egoístas.

Ante tantos pronunciamientos y manifestaciones necesitamos ser críticos para no dejarnos sorprender por la magia del lenguaje y de la propaganda, pero también sencillos y humildes para dejarnos cuestionar en aquello que hemos fallado en relación a nuestros hermanos indígenas. En particular debemos estar muy atentos para evitar actitudes discriminatorias y racistas y sobre todo opuestos a cualquier provocación o agresión violenta que mucho dañaría a nuestra ciudad y al proceso de paz.

Que Santa María de Guadalupe, madre del verdadero Dios por quien se vive y madre nuestra, nos mantenga unidos a todos los moradores de estas tierras.

Su hermano y su obispo.
Cardenal Norberto Rivera Carrera