CIUDAD DEL VATICANO, 27 marzo 2001 (ZENIT.org).- No sólo el rostro, sino todo el cuerpo de Juan XXIII se conserva incorrupto casi 38 años después de su muerte, según ha revelado hoy el arcipreste de la Basílica de San Pedro, el cardenal Virgilio Noè.
El sábado pasado un informe de dominio interno del Vaticano revelaba que el 16 de enero se realizó un reconocimiento canónico del cadáver de Juan XXIII, necesario para ser trasladado de las Grutas Vaticanas a la Basílica de San Pedro del Vaticano. Los técnicos y testigos presenciales, añadía el documento, constataron que su rostro estaba incorrupto. Tenía la misma expresión y aspecto del momento en que falleció, el 3 de junio de 1963.
En una rueda de prensa concedida hoy en la Sala de Prensa del Vaticano, el cardenal Noè ha aclarado que este estado de conservación incorrupta no sólo se ha podido constatar en el rostro del «Papa bueno», beatificado el 3 de septiembre pasado, sino en todo su cuerpo. El purpurado italiano confesó que todos los presentes en el reconocimiento (técnicos, obispos y cardenales) experimentaron un sentimiento de profunda emoción.
Entre ellos se encontraba el secretario de Estado de la Santa Sede, el cardenal Angelo Sodano, quien ayer lunes aseguró «La conservación del rostro, intacto y sonriente, es un don de Dios».
Según la tradición los papas eran enterrados en tres contenedores. El cuerpo de Juan XXIII está dentro de un ataúd de ciprés, colocado en un catafalco de plomo, conocido como «castrumdoloris», y a su vez dentro de un sarcófago de mármol travertino.
El boletín de «La Basílica de San Pedro», editado mensualmente por la Fábrica de San Pedro, institución vaticana encargada de la conservación del templo más grande de la cristiandad, presidida por el mismo cardenal Noè, explica que la apertura de los tres contenedores comenzó a las 8.45 del 16 de enero. Después de una breve pausa a mediodía, prosiguieron las tareas. A las 17 se extrajo el ataúd de ciprés, y a las 17.30 fue trasladado en un carro de mano a una sala denominada Depósito Altieri, específicamente equipada para los reconocimientos canónicos.
A las 18 el cardenal Noé recibió al secretario de Estado, cardenal Angelo Sodano, y al arzobispo Leonardo Sandri, sustituto para Asuntos Generales de la Secretaría de Estado. Estaba también presente el doctor Renato Buzzonetti, director de los servicios sanitarios de la Ciudad del Vaticano.
El informe fue realizado por escrito y con fotografías, y describe así el reconocimiento de Juan XXIII:
«Una vez levantado el lino que las cubría, las manos aparecieron enfundadas en guantes rojos y, el anular derecho, adornado con el anillo pontifical; en las manos, el crucifijo y la mitra con la parte superior mirando hacia abajo».
«El rostro del beato, una vez liberado del paño que lo tapaba, se mostró íntegro, con los ojos cerrados y la boca ligeramente entreabierta, con los rasgos que recordaban inmediatamente la fisonomía familiar del venerado pontífice».
«La cabeza, con la papalina, descansa en un cojín rojo y el cuerpo vestido con los paramentos pontificales rojos, muestra el palio sobre los hombros. Más abajo se nota el fanon (una capa de seda blanca que llevan solamente los papas) de rayas doradas, según la antigua usanza papal; se ve a continuación la casulla roja oscura bordada en oro, el manípulo y dos pequeñas túnicas. De las rodillas para abajo se nota una camisa de tul finísimo, debajo de la cual se transparenta la vestidura papal blanca; los pies están calzados con calzaduras pontificales rojas bordadas en oro».
Colocadas simétricamente a sus pies se encontraron cuatro bolsas rojas con monedas y medallas de su pontificado. Se tomaron medidas del cuerpo del pontífice: 1,60 metro de altura y 60 centímetros de anchura, de hombro a hombro.
Después de rociar el cuerpo con una solución antibacteriana, se cerró herméticamente el ataúd, se cubrió con material plástico y se selló.
El descubrimiento no implica un milagro. De hecho, Vincenzo Pascali, docente de medicina legal de la Universidad Católica de Roma, ha explicado que el proceso de inyecciones de formalina al que se sometió al cadáver de Juan XXIII permitió que sus tejidos no se deterioraran. Además, añade, su cuerpo fue protegido por tres cajas, lo que impidió el ingreso del oxígeno.
El destino del cuerpo será la capilla de San Jerónimo, en la Basílica, ya que el Papa Roncalli admiraba a los padres de la Iglesia y a ese santo en concreto. Cuando Juan XXIII entraba en San Pedro el primer sitio al que iba era a la capilla dedicada a San Jerónimo, según el cardenal Noè, quien apuntó que habrá obras para adecuarla antes de recibir el cuerpo del beato, por lo que el Vaticano evalúa la posibilidad de que sus restos puedan ser expuestos de nuevo a los fieles.