BUENOS AIRES, 21 enero 2002 (ZENIT.org).- El arzobispo de Resistencia, monseñor Carmelo Giaquinta, confesó que «yo hoy quiero llorar por mi patria. Por la Argentina. Y como no me sale, necesito decirlo en voz alta para desahogarme, y no ahogarme en las lágrimas que no afloran»
«También quiero invitar a otros a llorar, que tal vez tengan vergüenza de decirlo, pero que necesitan hacerlo», sigue confesando en declaraciones publicadas por la agencia AICA.
«Ojalá -dijo- que sean muchos los argentinos que quieran llorar, cuantos más mejor. Es tanta la vergüenza en la que hemos sumido a nuestra Patria que no hay manera de lavarla sin el llanto de los más».
Esas ganas «enormes» de llorar las experimenta el pastor chaqueño desde el 20 de diciembre pasado, cuando vio por televisión las escenas de los desmanes en Buenos Aires, y le volvieron hace una semana, cuando observó otras en el Mercado Central.
Reiteró luego la intención de los obispos argentinos de «alentar el diálogo político-social cueste lo que cueste», y explicó que miran la enfermedad de la Argentina «como Jesús a la de Lázaro. Aunque gravísima, no es irremediable».
«La enfermedad que ha minado la salud de la Nación –insistió– es gravísima, pues afectó su cerebro y su espina dorsal, o sea, la voluntad de los ciudadanos de construir entre todos un proyecto común de nación».
Y luego advierte: «que nadie pretenda eximirse de responsabilidades. Y que todos los sectores sociales tengan la honestidad de reconocer cómo sus exigencias desmedidas, en pro de ellos mismos pero contra el bien común, a lo largo de decenios han minado la salud de la República».
Volviendo al diálogo al que convocó el presidente Eduardo Duhalde, monseñor Giaquinta subrayó que «la Iglesia apostó a apoyarlo, no para apoderarse de él, sino para que los diversos sectores concurran con sus mejores aportes. Y entre todos elaboren las bases de una convivencia fundada en valores trascendentes y perdurables».
«La participación provechosa en este diálogo –continuó– está sujeta a una condición fundamental: la sinceridad que tanto nos ha faltado a los argentinos en las últimas décadas. De allí la necesidad de una autocrítica sincera. Si hay un hueso duro de roer en este diálogo, es precisamente éste de la autocrítica sincera. Sinceridad, además, en la propuesta de las propias ideas. Sinceridad en los acuerdos. Sinceridad en la voluntad de respetarlos».