WASHINGTON, 29 enero 2002 (ZENIT.org).- El 22 de enero se cumplieron 29 años de la sentencia de la Corte de los Estados Unidos que legalizó el aborto. Como una iniciativa para contrarrestar el espíritu de esa decisión, que niega el derecho a la vida del no nacido, el presidente George W. Bush, proclamó el 20 de enero de 2002, «Día nacional de la santidad de la vida humana.

Ofrecemos por su interés la traducción del texto que con este motivo leyó el presidente Bush el pasado 18 de enero.

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Esta nación se fundó en la convicción de que el Creador ha dotado a todo ser humano de ciertos «derechos inalienables». El principal de ellos es el derecho a la vida misma. Los signatarios de la Declaración de la Independencia comprometieron su vida, su fortuna y su honor para garantizarles estos derechos a todos los habitantes de la nueva nación. Reconocieron que toda persona humana, y no sólo los fuertes, los independientes o los saludables, posee una dignidad esencial en virtud de su propia existencia. Ese valor pertenece a todo estadounidense, incluyendo los ancianos y los desprotegidos, los débiles y los enfermos, y aun los no deseados.

Thomas Jefferson expresó: «La protección de la vida humana y la felicidad, no su destrucción, es el primero y único propósito legítimo de buen gobierno». El presidente Jefferson tenía razón. La vida es un derecho inalienable, entendido éste como algo que el Creador nos ha dado a todos.

Este principio, de carácter eterno, que expresó el presidente Jefferson, nos obliga a la consecución de una sociedad civil que abrace democráticamente sus deberes morales esenciales, los cuales incluyen la defensa del anciano, el fortalecimiento del débil, la protección del indefenso, la alimentación del hambriento y el cuidado de los niños --nacidos y no nacidos--.

Conscientes de estas y otras obligaciones, debemos unirnos en la búsqueda de una sociedad más compasiva. Asimismo debemos rechazar la idea de que algunas vidas son menos dignas de protección que otras, sea ello debido a la edad, la enfermedad, las circunstancias sociales o las condiciones económicas.

Coherentes con los principios fundamentales acerca de los cuales escribió Thomas Jefferson, y a los cuales se suscribieron los Fundadores de la Patria, debemos comprometernos de forma pacífica en la consecución de una sociedad que reconozca el valor de la vida, desde su mismo comienzo hasta su fin natural. Los niños no nacidos deben ser bienvenidos a esta vida y protegidos por la ley.

El 11 de setiembre, vimos con claridad que el mal existe en el mundo, y que este mal no valora la vida. Los terribles sucesos de ese fatídico día han hecho que nosotros, como nación, comprendamos más aún el valor y la maravilla que es la vida. Cada vida inocente que fue destruida ese día era la persona más importante sobre la tierra para alguien; y cada muerte extinguió un mundo. Ahora nos encontramos en medio de una lucha contra el mal y la tiranía con el objeto de preservar y proteger la vida. Al hacerlo, nos hemos puesto en pie otra ves para salvaguardar esos principios fundamentales sobre los cuales se fundó nuestra nación.

Por consiguiente, en este momento, yo, George W. Bush, presidente de los Estados Unidos, en virtud de la autoridad de la cual he sido investido por la Constitución y las leyes de los Estados Unidos, proclamo el domingo 20 de enero de 2002, Día Nacional de la Santidad de la Vida Humana. Pido a todos los estadounidenses que reflexionen sobre la santidad de la vida humana. Reconozcamos este día con ceremonias apropiadas en nuestros hogares y templos. Comprotámonos una vez más a servir con compasión a los débiles e indefensos, y reafirmemos nuestro compromiso con el respeto a la vida y a la dignidad de todo ser humano.

Como testimonio de ello, proclamo así este día, el 18 de enero del año 2002 de Nuestro Señor, y del 226 de la independencia de los Estados Unidos.