CIUDAD DEL VATICANO, 13 enero 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II alentó con entusiasmo este lunes el proceso europeo de integración, pero alertó ante el peligro de que el rechazo de su dimensión espiritual acabe excluyendo del mismo a los creyentes.
Al recibir en audiencia a los embajadores de los países que mantienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede, el Papa presentó como un signo de esperanza la «Europa de hoy, unida y a la vez ampliada»,
«Ha sabido derribar los muros que la desfiguraban», añadió, y «se ha embarcado en la elaboración y la construcción de una realidad capaz de conjugar unidad y diversidad, soberanía nacional y acción común, progreso económico y justicia social».
«Esta Europa nueva lleva consigo los valores que durante dos milenios han fecundado un modo de pensar y vivir de los que el mundo entero se ha beneficiado –aclaró–. Entre estos valores, el cristianismo tiene un papel clave, en la medida en que ha dado lugar a un humanismo que ha impregnado su historia y sus instituciones».
Por este motivo, afirmó el pontífice «la Santa Sede y el conjunto de las Iglesias cristianas han insistido ante los redactores del futuro Tratado constitucional de la Unión europea para que se haga una referencia a las Iglesias e instituciones religiosas».
La futura Constitución está siendo redactada en estos momentos por la Convención europea, foro abierto a la sociedad política y civil presidido por el ex presidente francés Valéry Giscard d’Estaing.
«Parece deseable que, respetando plenamente la laicidad, se reconozcan tres elementos complementarios –afirmó el obispo de Roma–: la libertad religiosa, no sólo en su dimensión individual y cultual, si no también social y corporativa; la oportunidad de que haya un diálogo y una consulta organizada entre los Gobernantes y las comunidades de creyentes; el respeto del estatuto jurídico del que ya gozan las Iglesias y las instituciones religiosas en los Estados miembros de la Unión».
«Una Europa que renegara de su pasado —advirtió–, que negara el hecho religioso y que no tuviera dimensión espiritual alguna, quedaría desguarnecida ante al ambicioso proyecto que moviliza sus energías: ¡construir la Europa de todos!».