Los Hermanos de San Juan de Dios cumplen 400 años en Cuba

Atendiendo a los enfermos, «los predilectos del Señor»

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MADRID, 17 enero 2003 (ZENIT.org).- Aunque con una presencia interrumpida por los avatares históricos y políticos, la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios celebra este año el 400 aniversario de su llegada a Cuba señala en un reportaje enviado a Ivicon desde La Habana el religioso Manuel Cólliga.

Esta presencia, aclara, tiene por objetivo servir a los enfermos de la isla caribeña, que son los «predilectos del Señor».

En 1578, tan sólo 28 años de la muerte del fundador de la Orden Hospitalaria, los Hermanos de Juan de Dios llegaron a Cuba, conscientes de que la isla era la «llave de todas las Américas» y con el ánimo de establecerse al estilo del Hospital de Granada, en España. Sin embargo, no les fue posible, por carecer del «Permiso Real de Asentamiento», exigido por las leyes de la época.

Volvieron 25 años después, en 1603, para hacerse cargo de un incipiente hospital fabricado con guano (troncos y hojas de palmeras) y erigir otro centro con el nombre de Hospital de San Juan de Dios. También se establecieron en Camagüey, influyendo en la creación de otros hospitales a lo largo y ancho del país: Santiago de Cuba, Trinidad, Sancti Spíritus y Santa Clara.

No obstante, Cólliga lamenta que la desaparición de los archivos de la Orden, por la Ley Española de Desamortización de 1835, impida tener datos más concretos de los primeros años de la Orden Hospitalaria en Cuba.

Lo cierto es que desde 1940 los religiosos hospitalarios están de nuevo en la isla con un Centro Psiquiátrico y dos Hogares de Ancianos, uno de ellos inaugurado recientemente en Camagüey.

«Todos gozan de gran vitalidad y prestigio por el excelente servicio que ofrecen al pueblo», subraya Cólliga.

Asimismo, el religioso expresa que «en este Dios que predicamos los hermanos hospitalarios creen todas las gentes», e invita «a todos los Hermanos de la Orden y colaboradores a que se alegren con nosotros» para «celebrar, junto a nuestros enfermos, el don y la gracia inmensa de nuestro universal carisma hospitalario».

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ZENIT Staff

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