CIUDAD DEL VATICANO, 20 enero 2003 (ZENIT.org).- La Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos, que se celebra entre el 18 y el 25 de enero, constituye uno de los acontecimientos anuales más importantes para promover la superación de las divisiones que vive el cristianismo, calificadas por Juan Pablo II como el mayor escándalo de su historia.
En esta entrevista concedida a Radio Vaticano, el hombre del Papa para el ecumenismo, el cardenal alemán Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, analiza el estado de las relaciones de la Iglesia católica con el resto de Iglesias y comunidades cristianas.
–¿Qué progresos se han dado recientemente en el camino ecuménico?
–Cardenal Kasper: La visita del Santo Padre a Escandinavia, las repetidas visitas de nuestros amigos finlandeses aquí, a Roma, los grandes acontecimientos ecuménicos del Jubileo del año 2000, las visitas del Papa a algunos países de mayoría ortodoxa y las visitas realizadas por patriarcas ortodoxos a Roma, como por ejemplo, la realizada por el patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana, Su Beatitud Teoctist, el año pasado, así como las Jornadas de oración por la paz en el mundo de Asís de 1986 y de 2002, han registrado los progresos ecuménicos hasta ahora realizados. Este camino de acercamiento, como ha confirmado en varias ocasiones el Santo Padre, es irreversible. Nos lo ha trazado el mismo Cristo, quien en la víspera de su muerte, rezó para que todos sean una sola cosa. La unidad es, por tanto, el testamento que nos ha dejado nuestro Señor.
–¿Cuáles son las preocupaciones?
–Cardenal Kasper: A pesar de estos progresos, hay que constatar que el acercamiento ecuménico, en los últimos años, se ha hecho más lento y más cansado. Ha desfallecido el entusiasmo originario que a veces venía acompañado por expectativas utópicas, y han surgido nuevas dificultades. Con las Iglesias ortodoxas, después del cambio político que tuvo lugar entre 1989 y 1998, volvió a surgir el problema del así llamado «uniatismo» (la presencia de católicos de rito oriental en países de mayoría ortodoxa, nota del redactor).
Por lo que se refiere al diálogo con las comunidades eclesiales de Occidente, las dificultades más grandes se concentran sobre todo en la cuestión eclesiológica y, en particular, en el ministerio eclesial. La situación se ha complicado aún más por las diferentes respuestas a algunos problemas éticos fundamentales. Cada vez hay más desilusión por el hecho de que todavía no es posible participar juntos a la mesa del Señor. Y, ¿quién no se entristece?
–¿Qué sugerencias ofrece?
–En esta situación, un mayor activismo no es suficiente para hacer que avancen las cosas. Ciertamente no tenemos que disminuir el compromiso y tenemos que seguir haciendo todo lo posible, pero la unidad de la Iglesia no se realiza sólo con nuestras fuerzas y con nuestra voluntad. La unidad es un don del Espíritu Santo. Nosotros sólo podemos rezar para que Dios mande sobre nosotros su Espíritu y conceda un nuevo Pentecostés.
En una situación que se ha hecho todavía más difícil, tenemos que hacer referencia ante todo a las raíces espirituales más profundas de nuestro compromiso: tenemos que volver a los manantiales de nuestro compromiso cristiano y ecuménico.
Una santa, como santa Brígida, que vivió profundamente como mística contemplativa y al mismo tiempo como mujer activa, comprometida políticamente, puede servir de gran ejemplo y de ayuda en nuestros esfuerzos para alcanzar la unidad. Siguiendo su ejemplo, también nosotros podemos estar seguros de que el Padre nos concederá todo lo que le pedimos en nombre de Jesús. ¿Podemos pedir en nombre de Jesús un don más precioso que la unidad de sus discípulos?