¿Es posible armonizar ética e interés personal en los negocios?

El profesor Michael Naughton afronta la solidaridad en un sistema capitalista

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ST. PAUL, Minnesota, 25 de enero de 2003 (ZENIT.org).- ¿Pueden los negocios anteponer las personas a los beneficios? Michael Naughton piensa que pueden ir unidos, con la prioridad correcta.

«Lo importante no es oponer las metas o los fines, sino darles un orden», dice el profesor de la Universidad de Santo Tomás, en St. Paul (Minnesota), en los departamentos de estudios católicos y teología y en el Colegio de Negocios.

Naughton es también director del John A. Ryan, Instituto de Doctrina Social Católica del Centro de Estudios Católicos. En septiembre del 2001, el instituto co-patrocinó una conferencia junto al Consejo Pontificio Justicia y Paz y algunas universidades europeas al cumplirse el vigésimo aniversario de la encíclica de Juan Pablo II sobre el trabajo humano, «Laborem Exercens». Se puede acceder a la documentación de la conferencia en http://www.stthomas.edu/cathstudies/cst/mgmt/LE/index.html.

Naughton, coeditor de «Rethinking the Purpose of Business: Interdisciplinary Essays from the Catholic Social Tradition» (University of Notre Dame Press, 2002) (Replantear el objetivo de los negocios: ensayos interdisciplinares a partir de la tradición social católica), ha perfilado algunas de sus ideas para Zenit.

–La enseñanza social católica subraya la centralidad de la persona humana en el proceso económico, mientras que la teoría económica moderna pone de relieve el papel de los beneficios o de la cuota del mercado como un objetivo para los negocios. ¿Cómo pueden reconciliar los católicos estas dos posturas?

–Naughton: Lo importante no es oponer las metas o fines, sino darles un orden.

Cuando publiqué junto a Steve Cortright «Rethinking the Purpose of Business», concebimos el libro como una investigación sobre las prioridades, es decir, el correcto ordenamiento de los medios y de los fines en las empresas económicas. Una buena gestión, por ejemplo, debe considerase como una forma de sabiduría práctica, que es capaz de poner en orden los objetivos complejos, para establecer y mantener unas prioridades.

La enseñanza social católica nos hace comprender que la creación de riqueza –desde el aumento de productividad, hasta llegar a un beneficio de valor añadido o aumento del valor de las acciones– es un objetivo intermedio de los negocios. La riqueza, después de todo, es para usarse tanto dentro como fuera de la empresa: no es en absoluto y literalmente un bien a menos que se convierta en un medio para el beneficio humano.

A nivel de teoría económica, cuando no se concibe la economía como una investigación sobre lo que realmente tiene valor para la aplicación correcta de la riqueza del hombre, se llega a lo que el economista Charles Clark describe en su ensayo como una «crisis de valores», sólo se predica un «evangelio de la competición» en desacuerdo con la enseñanza social católica.

Una vez escuché a alguien decir: «si yo creyera en Dios tanto como creo en los mercados, sería un místico». Mercados, beneficios, tecnología son importantes para un buen funcionamiento de la economía y de la sociedad, siempre y cuando estén al servicio del ser humano en comunidad. Cuando los beneficios y la riqueza accionarial se convierten en el fin y objetivo de un negocio, la persona humana se ve desplazada como fin del trabajo y se convierte en un medio. Esto es inaceptable según la enseñanza social de la Iglesia.

–Los recientes escándalos financieros han puesto de relieve la falta de principios éticos en algunos negocios. ¿Este problema es reflejo de esa falta general de ética que muchos ven en la sociedad post-cristiana, o hay más factores específicos relacionados con este tema?

–Naughton: Los recientes escándalos en corporaciones son el resultado de una compleja combinación de factores.

Uno de ellos es ciertamente una carencia general de ética, resultado de una cultura que ha fallado a la hora de respaldar la producción y el consumo económicos y ennoblecerlos con un propósito social y espiritual. Dos manifestaciones obvias de esta crisis cultural son el fenómeno de hacer carrera a todo precio y el consumismo.

Otra razón de los escándalos financieros es más estructural, lo que Jeff Gates llama en «Rethinking the Purpose of Business» el «capitalismo desconectado». Enormes sumas de dinero circulan por el globo buscando ganancias de capital cada vez mayores sin preocuparse por los efectos que estos flujos especulativos tengan en las comunidades locales. Las juntas directivas, para recaudar estas ganancias de capital, usan las opciones de compra («stock options») como un incentivo para lograr que los ejecutivos suban el valor de las acciones. Este se convierte en el primer criterio de toma de decisiones, subordinando el beneficio todas las demás responsabilidades contraídas con los empleados y con la comunidad.

No resulta sorprendente que este impulso a mejorar los intereses de los accionistas haya estallado en algunos casos, cuando los ejecutivos han usado maniobras especulativas, o incluso trampas de contabilidad, para mantener o inflar artificialmente el precio de las acciones, para luego vender sus acciones antes de la inevitable corrección o desplome.

Se requiere un capitalismo más «conectado», donde el trabajo y el capital puedan trabajar juntos, basándose en bienes comunes que conduzcan a engrandecer a la comunidad y no tanto el egoísmo individual.

–Usted mencionaba antes el fenómeno de hacer carrera a cualquier precio. ¿Qué pueden hacer las universidades católicas, y especialmente las escuelas católicas de negocios, para afrontar este problema?

–Naughton: ¡Un gran desafío! Lo primero que tienen que hacer las universidades católicas es conservar y reforzar sus programas de humanidades. La mera educación universitaria se convierte sólo en una educación técnica, que es lo que menos puede servir para resistir a la tendencia a una «mentalidad total de trabajo», como la llamaba Josef Pieper.

Pero mantener los programas de humanidades no es suficiente.

Recientemente participé en un seminario con ejecutivos de negocios, muchos de los cuales habían sido educados en instituciones humanísticas. Me sorprendieron sus relatos sobre la práctica del día a día, que parece estar informada estricta y totalmente por consideraciones técnicas. Sus educación humanista eran una cuestión de cultivo personal; su perspectiva profesional pertenecía al mundo de la técnica.

Aquí es donde pienso que el pensamiento social católico se presenta como un puente entre humanidades y la educación en los negocios. Una educación católica en los negocios, por ejemplo, revestida con los principios del pensamiento social católico, da la posibilidad de ayudar al estudiante, al futuro hombre de negocios, a ver claramente lo que significa tener una vocación dentro del mundo de los negocios.

Esta clase de educación puede ayudarlos a integrar con eficacia las enseñanzas de la Iglesia sobre salarios justos, sistema de trabajo humano, naturaleza social del capital, comunicación veraz y otras enseñanzas morales.

Con demasiada frecuencia los estudiantes pueden terminar su educación empresarial pensando que su fe y su trabajo están destinados a la indiferencia mutua.

–Se habla mucho hoy en día de la responsabilidad social de las corporaciones. Con todo, algunos son reacios ante las compañías que se implican demasiado en la promoción de la asistencia social por considerar que eso es una tarea del estado y de los ciudadanos particulares. ¿Hay peligros en «distraer» los negocios de su papel de crear riqueza?

–Naughton: Sí y no. Los negocios tienen una responsabilidad de cara al bien común, pero no son responsables de él.

Como explica Bob Kennedy en su ensayo en «Rethinking the Purpose of B
usiness», aunque los negocios puedan contribuir a los programas contra la pobreza, al arte, al desarrollo de la comunidad y similares, su responsabilidad primaria reside en producir bienes y servicios como un beneficio para permitir a las personas desarrollarse, según los cauces de una empresa económica. Un donativo al museo, por ejemplo, no puede compensar salarios por debajo del nivel de vida.

Sin embargo, también es necesario decir que mientras mucha de la riqueza creada por los negocios beneficia a la vida social, los negocios también crean problemas sociales al pasar sus costes a la sociedad, especialmente en término de salarios bajos, malas condiciones de trabajo, despidos, contaminación, etc.

Hacer a los negocios responsables de todos sus costes, incluyendo los costes sociales, no es distraerles del arte de crear riqueza; es más bien despertarlos para que sean responsables de lo que están haciendo.

–Uno de los ensayos en «Rethinking the Purpose of Business» apunta a la importancia del concepto de solidaridad en las reflexiones de Juan Pablo II sobre la doctrina social. ¿Qué significa en la práctica solidaridad para un empleado, un gerente o el propietario de una compañía?

–Naughton: Uno de los significados de la solidaridad es ir más allá del así llamado auto-interés lógico que con demasiada frecuencia invade los negocios.

Por ejemplo, cuando Juan Pablo II define la solidaridad como la virtud que nos dispone a la búsqueda del bien común, está afirmando que una comunión espiritual entre personas precede y motiva a cualquier comunidad que tenga por fundamento el compartir los beneficios y las cargas.

Como gerente, por ejemplo, mientras quiero empleados que sean productivos y eficientes, la solidaridad me pide que los vea como seres humanos dotados de dignidad, creados a imagen de Dios y destinados al Reino. No son simples engranajes de la maquinaria productiva de una organización. Esta solidaridad, esta virtud teológica, informa las relaciones en la empresa, creando así una cultura de organización diferente.

La solidaridad en los negocios puede tomar diferentes formas. Hay una empresa aquí, en St. Paul, que tiene un plan de empleados propietarios, una dinámica política de salarios, y una política de no despidos. Cuando baja el nivel de sus negocios, la empresa reduce los salarios de todos los empleados –incluyendo, por supuesto, el de los directores y ejecutivos– excepto el de aquellos cuya reducción significaría caer por debajo del salario vital establecido.

Ciertamente esta forma de compartir los beneficios y las cargas no tiene igual aceptación por parte de todos, pero está claro que quienes aceptan políticas de este tipo sino dirigentes que comprenden el significado de la parábola evangélica de los trabajadores y la viña como imagen fiel de nuestras relaciones de unos con otros, ante Dios.

Una gran parte de las vidas de las personas está atada a su trabajo. En su encíclica sobre el trabajo humano («Laborem Exercens»), Juan Pablo II afirmaba que el trabajo es «probablemente la clave esencial de toda la cuestión social». ¿Cómo podemos aplicar en la práctica los principios de la doctrina social católica para lograr asegurar que esta actividad se lleve a cabo de forma totalmente humana?

–Naughton: Esta pregunta podría haber sido la primera y la única pregunta de su entrevista. No seré capaz de hacerle justicia. Puesto que debo ser breve, permítame centrarme en la aplicación práctica de lo que Juan Pablo II describe como «una espiritualidad del trabajo», cuando describe nuestro trabajo como una participación en la actividad creativa y redentora de Dios en el mundo.

¿Cómo aplico esta noción teológica del trabajo? Necesitamos entender aquí la espiritualidad como una disciplina muy concreta. Si vivo espiritualmente en el trabajo, necesito incorporar prácticas espirituales a lo largo de mi día, semana y año que me recuerden que este mundo y mi trabajo están destinados y ordenados al Reino y no simplemente a mi agenda y a mis metas personales.

Prácticas como el silencio diario, rezar mi calendario particular, recordar el Sabbath, recibir la Eucaristía, etc., ayudan a comprender que producción o el consumo no me poseen ni controlan. Tales prácticas revelan que mi trabajo puede ser una contribución para un mundo más humano y justo, y que mi trabajo puede santificarme y conducirme al Reino. Es la vocación a la que la Iglesia me llama.

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ZENIT Staff

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