CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 6 enero 2005 (ZENIT.org).- Juan Pablo II rezó este miércoles en silencio por las víctimas de seísmo que ha golpeado el sudeste asiático y pidió a todos los creyentes que se unan en la oración por los fallecidos y los damnificados.
Con este gesto, el pontífice se unió, ante unos siete mil peregrinos reunidos en la Sala Pablo VI del Vaticano con motivo de la semanal audiencia general, a la iniciativa asumida por los países europeos de detenerse en esa jornada durante unos minutos de silencio y luto.
Poco antes el pontífice había alzado su frágil voz para pedir «una vez más a todos que os unáis a mi oración por los fallecidos y por las poblaciones que atraviesan graves dificultades».
Horas después del seísmo del 26 de diciembre, el Santo Padre movilizó a la Iglesia católica para que salga en ayuda con la oración y con la movilización solidaria en víctima de los afectados por esta catástrofe sin precedentes.
En su intervención con motivo de la primera audiencia de 2005, el pontífice puso bajo la protección de la Virgen María el año que acaba de comenzar, «marcado por una gran aprensión en parte a causa de la situación que están viviendo los pueblos del sudeste asiático».
Su breve meditación la dedicó a reflexionar sobre la solemnidad que la Iglesia celebraría al día siguiente, la Epifanía, o manifestación de Jesús a los Magos venidos de Oriente.
En Cristo, explicó el Santo Padre, «Dios entró definitivamente en la historia para ofrecer la salvación a los hombres de todos los lugares y tiempos».
La fiesta de la Epifanía, aclaró, «nos recuerda esta universalidad de la salvación. El Hijo de Dios, nacido en Belén, es reconocido y adorado por los Magos venidos de Oriente, representantes cualificados de la humanidad entera».
«El alegre anuncio de la salvación se proyecta desde el inicio hacia todos los pueblos del mundo», constató.