Claves para promover la paz

La contribución de la Iglesia

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ROMA, sábado, 15 enero 2005 (ZENIT.org).- Junto a la fiesta de María, Madre de Dios, la Iglesia comienza el nuevo año con la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero. Se trata de una tradición reciente, comenzada por el papa Pablo VI en 1968.

En su mensaje para la primera celebración de este día, Pablo VI explicaba que abrigaba la esperanza de que una jornada dedicada a la paz no fuera «exclusivamente religiosa, es decir católica; querría encontrar la adhesión de todos los amigos de la Paz, como si fuese iniciativa propia de cada uno de ellos, y expresarse en formas diversas, correspondientes al carácter particular de cuantos advierten cuán hermosa e importante es la armonía de todas las voces en el mundo para la exaltación de este primer bien, que es la Paz, en el múltiple concierto de la humanidad moderna».

Al mismo tiempo, el Papa advertía en contra de una postura superficial a favor de la paz, que no busca resolver los problemas que subyacen tras los conflictos.

«La paz no puede estar basada sobre una falsa retórica de palabras», afirmaba. «Ni se puede hablar legítimamente de paz, donde no se reconocen y no se respetan los sólidos fundamentos de la paz: la sinceridad, es decir, la justicia y el amor en las relaciones entre los Estados y, en el ámbito de cada una de las Naciones, de los ciudadanos entre sí y con sus gobernantes; la libertad de los individuos y de los pueblos, en todas sus expresiones cívicas, culturales, morales, religiosas».

Pablo VI también explicaba que el fundamento espiritual de paz surge de Cristo. «Mediante su sacrificio en la Cruz, El realizó la reconciliación universal y nosotros, sus seguidores, estamos llamados a ser ‘operadores de la Paz’».

Parte integral de la misión
La contribución de la Iglesia para promover la paz es uno de los temas tratados en el recientemente publicado Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Citando a Juan Pablo II, el texto explica: «La promoción de la paz en el mundo es una parte integral de la misión de la Iglesia de continuar la labor de redención de Cristo en la tierra» (número 516).

Promover «la verdadera paz», continúa el compendio, «es una expresión de la fe cristiana en el amor que Dios tiene a cada ser humano». Pero una paz verdadera «se hace posible sólo a través del perdón y la reconciliación» (número 517). Este proceso de perdón tras haber sufrido violencia no es una tarea fácil, pero tampoco es imposible.

Pero el perdón, añade el texto, no significa dejar de lado la búsqueda de la justicia, ni implica bloquear el camino a la verdad. Así el compendio apoya la labor de los tribunales internacionales y los procesos jurídicos que ayudan a establecer la verdad sobre crímenes cometidos en tiempos de violencia.

Los tribunales no son suficientes, sin embargo. «Es a través de la oración que la Iglesia entabla la batalla por la paz» (número 519). La oración no sólo abre los corazones a Dios, «sino también a un encuentro con los demás marcado por el respeto, el entendimiento, la estima y el amor». En un momento especialmente adecuado este año dedicado a la Eucaristía, el compendio explica que la Misa «es una auténtica primavera de bienes para todo compromiso cristiano auténtico por la paz».

Fundamentos bíblicos
El compendio también contiene una breve explicación de los aspectos bíblicos de la paz. «El Señor es Paz» establece el libro de los Jueces, en 6:24. Y, citando el Génesis, el texto observa que la creación aspira a la paz.

Pero la paz no es una mera clase de bucólica tranquilidad. Surge de la relación entre cada ser humano y Dios, explica el número 488. Esta relación debería estar fundada en la rectitud, pero ha sufrido debido al pecado original y desde entonces la violencia, y la separación de Dios, han entrado en el mundo.

La paz es también mucho más que la mera ausencia de guerra. Representa la plenitud de la vida (número 489). La paz no es algo que se deba enteramente a los esfuerzos humanos, sino que es un don de Dios que tiene lugar cuando obedecemos a su plan divino.

La paz también tiene un elemento mesiánico, cuando un nuevo mundo de paz abrazará la totalidad de la naturaleza. Después de todo, según el libro de Isaías, el Mesías es llamado «Príncipe de la paz». De hecho, la promesa de paz recorre todo el Antiguo Testamento, encontrando su cumplimiento en la persona de Jesús. Él ha derribado el muro de hostilidad entre las personas y las ha reconciliado con Dios. Y antes del sacrificio del Calvario, Jesús habló a sus discípulos de unificar el amor con el Padre, que esperaba conferirles.

«Las palabras del Señor Resucitado no serán diferentes; cada vez que se encuentra con sus discípulos, reciben de él el saludo y el don de la paz» (Número 491).

Además de reconciliación con el Padre, la paz es también reconciliación con nuestros hermanos y hermanas, continúa el compendio. Encontramos esto en el texto del Padrenuestro y la misión de operadores de paz también forma parte de las bienaventuranzas.

«El trabajar por la paz nunca puede separarse del anuncio del Evangelio, que es de hecho la ‘buena noticia de la paz’ dirigida a todos los hombres y mujeres» (Número 493). Y en el centro de este Evangelio de la paz está Cristo crucificado, que ha superado las divisiones y traído la salvación de la resurrección a todos.

Justicia y amor
Pasando a las implicaciones sociales de la búsqueda de la paz, el compendio explica que es necesario que se fundamente en una concepción correcta de la persona humana y requiere que se establezca un orden social basado en la caridad y la justicia.

Es necesario comprender la idea de la paz como fruto de la justicia en el sentido de un respeto por el equilibrio de cada una de las dimensiones de la persona humana. Esta paz se ve amenazada cuando no se respeta la dignidad humana y cuando no se orienta la vida civil a la consecución del bien común. El amor es también necesario, porque, mientras que la justicia quita los obstáculos, la construcción positiva de la paz es resultado del amor.

Esta construcción de la paz requiere un esfuerzo constante de todos los días. El compendio añade que para lograrla todos deben darse cuenta de que son responsables de su promoción. «Para prevenir los conflictos y la violencia, es de absoluta necesidad que la paz comience a echar raíces como un valor profundamente enraizado en el corazón de cada persona».

De esta forma la promoción de la paz se extenderá de los individuos a las familias y a los grupos dentro de la sociedad, hasta que llegue a todos los niveles de la comunidad política. El compendio también pide el testimonio personal a favor de la paz de quienes renuncian a la violencia.

Junto a la presentación de la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la legítima defensa, el compendio también dedica algunas secciones a condenar la guerra, la violencia y el terrorismo, dejando claro que su uso sólo conduce a más, e incluso más complejos, conflictos. Asimismo, pide que se regule el comercio de armas y condena la utilización de niños soldado.

Se menciona brevemente un tema más reciente en los conflictos internacionales, el uso de las sanciones. El compendio, en el Número 507, pide que se utilicen con cuidado, y que se sopesen sus efectos en la población civil. Las sanciones económicas deberían «usarse con gran discernimiento y deben someterse a unos criterios legales y éticos estrictos».

En su mensaje de 1968, Pablo VI decía: «Es necesario educar al mundo para que ame la Paz, la construya y la defienda». Una intención para el nuevo año que todos pueden apoyar.

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ZENIT Staff

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