TURÍN, lunes, 17 enero 2005 (ZENIT.org).- Massimo Introvigne, fundador y director del Centro de Estudios sobre las Nuevas Religiones (CENSUR), sostiene que el terrorista que se autoinmola no es un mártir, en particular desde el punto de vista islámico.
«Las organizaciones terroristas no cumplen atentados por el gusto de hacerlos o porque están movidas por una voluntad de destrucción apocalíptica. Obran como «industrias» del terrorismo según la normal lógica empresarial coste-beneficios», expone a Zenit.
Introvigne es coautor con Lawrence R. Iannaccone del libro «El Mercado de los mártires. La industria del terrorismo suicida» («Il Mercato dei Martiri. L’industria del terrorismo suicida») publicado en Italia por la editorial Lindau.
El libro analiza el fenómeno del terrorismo suicida desde el punto de vista de la llamada «economía religiosa», es decir, un mercado en el que entran en juego la demanda y la oferta.
–Entonces, ¿un terrorista no es un mártir?
–Introvigne: «Martyres non facit poena sed causa», dijeron los Padres de la Iglesia: son mártires no por el modo de morir, sino no por la causa por la que se muere. Dado que, como enseña el magisterio de la Iglesia católica y como confirman también solemnes declaraciones de las Naciones Unidas suscritas por casi todos los países del mundo, el terrorismo es un medio siempre ilícito –prescindiendo del objetivo del terrorista–, es una mala causa y quién la sirve no es un mártir.
Incluso desde el punto de vista islámico es en realidad muy dudoso que el terrorista suicida tenga derecho al título de «shahid», mártir. En «El mercado de los mártires» hemos publicado como apéndice una «fatwa» (edicto religioso) de entornos saudíes vecinos a Osama Bin Laden en la que se trata de decir que se trata de martirio, pero en el libro hemos destacado que para llegar a esta conclusión es necesario forzar las fuentes del Corán y de la Sunna.
–¿Y por qué se suicidan?
–Introvigne: Si bien objetivamente, por las razones que apenas he expuesto, el terrorismo suicida no es un martirio, subjetivamente para el terrorista sí que lo es.
Es más, entrevistando hace años a exponentes de Hamás en Cisjordania, noté que su principal preocupación era la de estar realmente seguros de que lo que se proponen hacer no es un suicidio, pues sería un gesto prohibido por el islam y los mandaría al infierno.
Y sus dirigentes les alientan con argumentaciones teológicas que les convencen. Aunque sean dudosas y derivadas de fuentes originariamente chiíes y trasladadas no sin dificultad al entorno doctrinal suní.
Así pues el «mártir», que no es tal para nosotros, piensa realmente que está cumpliendo un acto meritorio desde el punto de vista religioso.
–Si la pobreza o la desesperación no son las causas que les llevan a autoinmolarse. ¿Qué les mueve, entonces?
–Introvigne: En el libro decimos que las explicaciones fundadas sobre la pobreza y sobre la desesperación socioeconómica no tienen sentido: muchos terroristas suicidas son acomodados.
Ciertamente, se puede hablar de «desesperación cultural», pero es una categoría tan vaga que lo explica todo y no explica nada. Otros hablan de «lavado» de cerebro y manipulación mental, categorías que generalmente yo no comparto, como explico en mi libro «El lavado del cerebro, realidad o mito?», y que es difícil aplicar a uno como Mohammed Atta, el jefe del comando del 11 de septiembre de 2001, estudiante universitario, licenciado con mención de honor a Hamburgo, que no ha vivido nunca en un campo de adiestramiento o en un entorno fundamentalista islámico. ¿Le lavaron el cerebro sólo con los sermones del viernes en mezquita?
Iannaccone y yo estamos convencidos de que todas estas «explicaciones» son fruto de un prejuicio antirreligioso y de un reduccionismo político o psicológico por el cual los fenómenos que se presentan como religiosos no pueden tener causas religiosas. Según esta visión, la religión, como dijo Marx, sólo es «superestructura» de la verdadera estructura, que es económica para el mismo Marx y para Freud es psicológica.
Ciertamente, ningún fenómeno debe ser reducido a una sola causa, y pretender que las motivaciones del terrorista suicida sean solamente religiosas también sería una caricatura. Pero la religión desempeña un gran papel.
–¿Existe una «industria del terrorismo suicida», como usted indica?
–Introvigne Sí. Nosotros distinguimos entre las motivaciones de los individuos, de las que he hablado, y las motivaciones de las organizaciones. En muchas culturas hay personas a las que el modo de interpretar la religión –en particular el islam– les predispone a actos violencia hasta llegar al terrorismo suicida. Pero no hay en todos los sitios «empresas», «industrias», que responden a posible deseo ofreciendo un reclutamiento y la posibilidad de convertirse en auténticos terroristas.,
No se da el terrorismo islámico en Senegal o en Mali, que son países con muchos musulmanes fervientes y también pobres. Se da, aunque poco, en Turquía, donde golpean sobre todo los terroristas islámicos extranjeros o terroristas de matriz comunista o separatista kurda, cuyas motivaciones no son religiosas.
Hay terrorismo en Arabia Saudí, país rico, en Egipto, en Indonesia, en Pakistán, en la diáspora italiana, española, francesa, alemana, porque en estos países hay organizaciones capaces de reclutar a los potenciales terroristas.
Naturalmente también hay terrorismo en Chechenia, Palestina, Cachemira…, pero Al Qaida recluta a casi todos sus miembros en Arabia Saudí, Egipto y en la emigración islámica en Europa, así pues no en zonas de guerra.
–Usted afirma que es mejor afrontar la «oferta» de terrorismo que la «demanda». ¿Puede explicarse?
–Introvigne Quien piensa que el terrorismo suicida nazca de la pobreza cree que planes «Marshall» para eliminar la pobreza en Palestina o en otro lugar solucionarían el problema. Dejando claro que estos planes son útiles y precisos –pero por otras razones– nuestra hipótesis es que tienen poco que ver con la solución del problema terrorismo.
Como hemos señalado, la mayor parte de los terroristas, no todos, naturalmente, proceden de familias acomodadas o también de países ricos.
En realidad, las soluciones que ha menudo se proponen se limitan a sacar de la cabeza del terrorista la idea de convertirse en un «mártir» suicida. Y es posible hacer algo a este nivel, pero muy lentamente y con resultados que habrá que evaluar a largo plazo.
Nuestra hipótesis es que durante muchos años seguirán naciendo jóvenes que interpretan el islam de manera que en su mente y corazón nazca una demanda de extremismo, que puede llevar hasta el terrorismo. Esto ocurrirá aún en las mejores condiciones socio-económicas y en zonas en la que no hay guerra y en las que no se dan reivindicaciones territoriales u ocupaciones occidentales como Arabia Saudí o Indonesia –no hablo aquí de las islas o áreas separatistas del archipiélago indonesio, donde muchos terroristas proceden de Yakarta–. Lo que es posible conseguir en tiempos más rápidos es que esta demanda no encuentre una oferta, es decir, es posible desarraigar las organizaciones que ofrecen formación y adiestramiento a los terroristas.
Éstas pueden ser bloqueadas a nivel militar, elemento que no puede ser descuidado, como querrían algunas «almas bonitas» del pacifismo.
Y es obligatorio limitarlas a nivel financiero, pues siguen recibiendo sumas de dinero demasiado fácilmente, generalmente de organizaciones «humanitarias» que sirven de cobertura para los terroristas.
El libro trata de demostrar, en particular, que las organizaciones terroristas no organizan atentados por el gusto de hacerlos o porque están movidas por una voluntad de destrucción apocalíptica. Obran como «industrias» del terrorismo, según la típica lógica empresarial de coste-beneficios.
Se proponen beneficios políticos y a veces los consiguen: Hamás ha hecho fracasar más de un plan de paz en Palestina; el atentado del 11 de marzo ha influido en las elecciones españolas, etcétera. En el momento en que se percatan de que los atentados suicidas no son «convenientes» y no dan resultados sino que más bien son contraproducentes, las organizaciones terroristas cambian estrategia.
Ahora bien, la respuesta al terrorismo suicida a nivel de la oferta es, en último sentido, un problema político.