CIUDAD DEL VATICANO, martes, 18 enero 2005 (ZENIT.org).- En el discurso que dirigió el 10 de enero a los miembros del cuerpo diplomático acreditados ante la Santa Sede, Juan Pablo II presentó los principales desafíos de la humanidad en estos momentos: la vida, el pan, la paz, y la libertad.
Para comprender mejor el alcance de esta propuesta, central para comprender la «diplomacia» de Juan Pablo II, Zenit ha entrevistado a Jean-Michel Coulet, director de edición francesa de «L’Osservatore Romano», coautor junto a los cardenales Angelo Sodano, secretario de Estado, y Jean-Louis Tauran, antiguo secretario vaticano para las relaciones con los Estados, del libro «La diplomacia de Juan Pablo II» («La diplomatie de Jean-Paul II», Cerf).
–Los cuatro desafíos planteados por el Papa en su discurso, ¿son una constante en la diplomacia de Juan Pablo II?
–J. M. Coulet: Sí, es verdad. Los cuatro desafíos planteados por Juan Pablo II son constantes, diría incluso pilares de la diplomacia pontifica de hoy e incluso de su magisterio desde su elección. Se pueden encontrar como un «leitmotiv» en las grandes encíclicas que han marcado su pontificado: «Evangelium vitae», «Sollicitudo rei socialis», «Redemptor hominis»…, así como en todos sus discursos en el Vaticano y durante sus viajes. Estas palabras clave fundamentan toda la acción de los diplomáticos de la Santa Sede en el mundo.
La diplomacia pontificia confía en el derecho internacional, en constante evolución, y participa en su elaboración (por ejemplo, en los nuevos conceptos como el del derecho a la intervención humanitaria, o el derecho de las minorías). Hay que reconocer que el Papa lucha en todos los frentes: para defender la vida, combatir contra el hambre, en particular en el seno de las organizaciones internacionales, así como en las regionales, para promover la paz y la libertad, en las relaciones bilaterales con los Estados… No hay que olvidar que Juan Pablo II mantiene relaciones diplomáticas con 178 Estados.
Está convencido de que una aplicación rigurosa del derecho permitiría evitar que los más débiles sean víctimas de la violencia de los más fuertes. «La fuerza de la ley –dice– debe prevalecer sobre la ley de la fuerza».
–En su discurso, el Papa recuerda que para promover la paz ha intervenido con frecuencia personalmente y con la intermediación de la diplomacia vaticana. Desde su punto de vista, ¿cuáles son los grandes éxitos que ha logrado la Santa Sede en este campo y cuáles son los fracasos?
–J. M. Coulet: El mayor «éxito» logrado por Juan Pablo II, sin duda, es el fruto de su «ostpolitik», su diplomacia con el Este de Europa en los años ochenta. El final de la guerra fría con la caída del muro de Berlín era un gran caballo de batalla de Juan Pablo II. Para él, el fundamento de los derechos del hombre implica el reconocimiento por parte de los Estados soberanos de una libertad, la libertad religiosa, concebida como la base de todos los derechos.
Se puede citar también el éxito de la mediación papal para solucionar las diferencias territoriales que oponían a Argentina y a Chile.
Ahora bien, toda guerra que estalla a pesar de los llamamientos repetidos del Papa es siempre percibida como un fracaso: pero él nunca se da por vencido y repite incansablemente, contra viento y marea, como lo hizo durante el conflicto del Golfo en 1991, que «la guerra es una aventura sin retorno», o en Kosovo, «que nunca es demasiado tarde para negociar».
Juan Pablo II utiliza todos los canales diplomáticos, ya sea las relaciones bilaterales con los Estados, ya sea la acción en el seno de las organizaciones internacionales, como la ONU o sus instituciones especializadas. No descansa. Basta recordar que en vísperas del conflicto en Irak jugó sus últimas cartas enviando dos emisarios a las dos partes…
–¿Cree que los llamamientos del Papa son escuchados por los jefes de Estado y de gobierno?
–J. M. Coulet: Sus llamamientos nunca se quedan en letra muerta, pues no sólo interpelan a los políticos, sino también a los medios de comunicación, que sirven de altavoz ante la opinión pública. Como buen estratega, Juan Pablo II siempre ha sabido servirse de los medios de comunicación para hacer pasar mensajes o para lanzar llamamientos. Sabe que los gobernantes prestan mucha atención a la opinión pública, que con frecuencia es espontánea. Utiliza la democracia que, según la enseñanza social de la Iglesia, significa la participación de los ciudadanos en las decisiones de la sociedad, la posibilidad para sancionar a los gobiernos, y solidaridad.
Por este motivo, ningún jefe de Estado o de gobierno es indiferente ante la palabra del Papa, ante sus pronunciamientos. Lo demuestra la multitud de audiencias que el Papa concede a los políticos, de todas las tendencias, que vienen al Vaticano, o con los que se encuentra en sus viajes. Entre los políticos que vienen a verle, se pueden constatar varias categorías.
En primer lugar, se encuentran quienes tienen buena voluntad y vienen a pedir consejo. Son más numerosos de lo que se puede creer y no siempre profesan la religión católica. Algunos, con el pasar del tiempo, se han convertido casi en íntimos del Papa, lo que les permite tener conversaciones francas, superando las barreras que impone la diplomacia.
También están los que vienen al Vaticano a exponer la situación de su país y a buscar el apoyo del Papa y de los católicos.
Por último, están los que buscan una cobertura mediática que, desde su punto de vista, tendrá consecuencias positivas en su país… ¡y la gente no es tonta!
En todos los casos, el Papa dispensa siempre la acogida que se merece la persona que quiere verle, sin distinción. No podemos saber cuál es el nivel de cordialidad de las conversaciones privadas, pero sabemos que Juan Pablo II ha hablado sin pelos en la lengua a sus interlocutores.
Si la palabra del Papa no tiene efecto inmediato, lo importante es que interviene. Los viajes apostólicos también sirven para eso. Encontrarse con la gente es un aspecto importante del magisterio, pero la palabra del Papa se dirige también a las autoridades políticas, que sacan siempre una enseñanza de las orientaciones propuestas. Basta pensar en los viajes a Polonia de inicio del pontificado, o en ciertas peregrinaciones apostólicas a África o al subcontinente latinoamericano.
–¿Tiene el Papa una concepción de los derechos humanos diferente a la de la opinión pública? El primer desafío de su discurso es el de la vida, pero se trata de un desafío que no parece compartido por muchos gobiernos…
–J. M. Coulet: Desde su llegada a la sede de Pedro, Juan Pablo II ha hecho de la defensa de los derechos humanos el programa de su pontificado. Fue el tema de su primera encíclica, «Redemptor Hominis». Ahora bien, hay diferentes maneras de hacer que sean respetados, promovidos y salvaguardados.
Existe una jerarquía de derechos. El Papa recuerda en su discurso al cuerpo diplomático el desafío de la vida porque no es respetado en numerosas sociedades y su papel de jefe espiritual consiste en recordar que la vida no nos pertenece, que no podemos someterla a nuestros caprichos. Piensa en el aborto, en la eutanasia, en la investigación científica. En definitiva, ha dado una señal de alarma.
Lo dice él, que viene de un país en el que la libertad era limitada. Sabe lo que vale y se ha hecho una idea clara del valor del respeto de los derechos del hombre.
Desde su punto de vista, cuando esta condición es respetada en el seno de los países, se puede pasar a otro nivel, que es el del respeto de la paz, en el sentido amplio del desarme. Cuando los derechos humanos son respetados, es más fácil lograr la paz.
Una vez establecida la paz, se
dan las condiciones para trabajar en el desarrollo, cuya prioridad es la de acabar con el hambre. Derechos del hombre, desarme y desarrollo son las tres claves de la diplomacia pontificia bajo Juan Pablo II.