La hermana Antolina Martínez, Hija de la Caridad, trabaja desde hace 38 años en la India; acababa de llegar a España cuando se produjo el maremoto en el sudeste asiático, una catástrofe que marca este año la Jornada.
La misionera explicó el problema del «tráfico de órganos» existente en la India: «Muchos niños desaparecen en los pueblos y en las capitales, y sabemos que es para traficar con sus órganos; otros niños son llevados a las naciones árabes donde se los utilizan en las carreras de camellos; el gobierno indio ha intentado frenar esta situación, pero aún no lo ha conseguido».
En este contexto, se explica la dificultad que el gobierno de la India ha puesto en los últimos años para las adopciones internacionales: «Se ha descubierto que en muchos casos no se trataba de adopciones, sino de un mercadeo o venta de niños».
Ésta es también una de las causas, prosiguió la religiosa, por las que el gobierno ha decidido controlar mucho a la gente que ha llegado a la India a brindar su ayuda por el maremoto, y difícilmente pueden hacerlo si no presentan alguna documentación de «Cáritas», del gobierno o avalada por los obispos.
Las Hijas de la Caridad que trabajan en la India han visto muchos niños huérfanos, pues «cada año hay un ciclón, un seísmo, o alguna catástrofe», pero reconocen sorprendidas que la cifra de huérfanos por el maremoto es un «caso como nunca habíamos visto».
Además, en un país donde los niños «ni siquiera están censados», las víctimas son muy difíciles de contar.
La situación de los niños en la India era ya muy difícil, pues «muchas familias mandan a sus hijos a trabajar en pequeños hoteles para lavar tazas y traer así algo de comida a la familia, pero la mayoría de ellos son alcanzados por mafias y entran en la prostitución o en la droga», explica.
La situación no es mejor en Guinea Ecuatorial, donde la salesiana Loreto Campanet trabaja desde hace tres años: «La mayoría de los niños explotados son extranjeros, no guineanos», por eso a veces hasta el propio gobierno se desentiende de ellos diciendo “No es nuestro problema”», apunta.
«La mayoría de esos niños ni siquiera conoce su origen, dan vueltas por distintos países africanos», y según la religiosa «algunos países fomentan la explotación y otros reciben a los niños vendidos».
Esta salesiana denuncia que «en Malabo, los niños son uno más entre otros productos de las mujeres comerciantes».
Los padres son engañados y los niños son llevados a otros países donde «están en la calle todo el día, no van a la escuela, llevan enormes y pesadas bandejas en sus cabezas con productos cosméticos; si al regresar por la noche no entregan la cantidad exigida por esas mujeres comerciantes, son castigados».
Las religiosas, que han sufrido incluso la cárcel por estas denuncias, han llegado a un acuerdo con el gobierno de Guinea para trabajar de forma conjunta porque «nosotras solas no podemos solucionarlo».
En opinión de la salesiana, a nivel internacional se debería presionar más al gobierno de Guinea, porque es «firmante de acuerdos contra el tráfico y la explotación de niños; Occidente debería presionar más cuando se trata de estos temas en los que ya hay leyes internacionales y ante los que no basta el trabajo de los misioneros».
Y ejemplifica la pasividad internacional con una anécdota: «En un encuentro organizado por UNICEF en Dakar se discutía cambiar el término «tráfico» por «trata»; qué importan los términos –dice la hermana Loreto– cuando los niños siguen ahí y esas personas se pasean por las calles».