«Quédate con nosotros, Señor»: mensaje de los episcopados de Centroamérica

Al termino de la Asamblea Estatutaria del SEDACA

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ALAJUELA, viernes, 21 enero 2005 (ZENIT.org).- Publicamos íntegramente el mensaje redactado tras la celebración, el pasado noviembre, de la Asamblea Estatutaria del Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC). El texto ha sido difundido recientemente por la Conferencia Episcopal de Costa Rica.

En él se reflexiona sobre la realidad de las naciones centroamericanas, con particular atención al ataque que sufre el don de la vida, y se enumeran los desafíos que se plantea el SEDAC.

La asamblea, que ha reunido a medio centenar de prelados procedentes de las Conferencias Episcopales que constituyen el SEDAC, anuncia además que ha elegido la ciudad de Tegucigalpa (Honduras) como sede del Centro de Animación Misionera, que estará al servicio de los agentes de pastoral de las seis naciones centroamericanas.

La iniciativa responde al seguimiento que hace el SEDAC de las conclusiones del II Congreso Americano Misionero (Cf. Zenit, 11 marzo 2004). Se espera que dicho centro mantenga vivo en las Iglesias locales el dinamismo impulsado por aquella cita misionera.

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“QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR”

En un clima de comunión y esperanza, acogidos fraternalmente por la Iglesia de Jesús que peregrina en Costa Rica, nos hemos reunido en la diócesis de Alajuela, cincuenta obispos llegados de todos los países del istmo centroamericano, para realizar nuestra Asamblea Estatutaria y elegir a los hermanos que estarán al frente del Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC) durante los próximos cuatro años. Hemos compartido estas intensas jornadas de oración y trabajo en el “Año de la Eucaristía” (octubre 2004-octubre 2005), convocado por Su Santidad Juan Pablo II, unidos al pueblo centroamericano tan abrumado por graves problemas, pero que mantiene viva su fe en el Señor. Es un pueblo que necesita escuchar la palabra consoladora de Jesús, como sucedió con los discípulos de Emaús, y sentarse con él a la mesa.

No fue suficiente para los caminantes de Emaús escuchar la palabra del Maestro. “Es cierto que hizo arder sus corazones, pero el gesto definitivo para que pudieran reconocerle vivo y resucitado de entre los muertos fue el signo concreto de partir el pan” (Santo Domingo, Mensaje 23). En efecto, “la Iglesia vive del Cristo eucarístico, de El se alimenta y por El es iluminada… Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los discípulos de Emaús: ‘Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron’ (Lc 24, 31)” (Ecclesia de Eucaristía 6)

1. El encuentro con Jesucristo vivo: camino de conversión, comunión y solidaridad

El encuentro con Jesucristo vivo, realmente presente en la Eucaristía, es causa y camino de auténtica conversión, lo que quiere decir no seguir los criterios del mundo como nos enseña el Evangelio en el relato de las tentaciones del Señor (cfr. Mt 4, 1-10; Lc 4, 1-13); concretamente significa no postrarse ante la riqueza, el poder y el placer, que son los tres grandes y nefastos ídolos a causa de los cuales se han dado y se dan trágicas desigualdades sociales, injusticias y atropellos a la dignidad humana y a la soberanía de los pueblos.

Para los discípulos de Cristo, se trata de ir más allá del rechazo a los ídolos, pues “al participar del sacrificio eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana, ofrecen a Dios la víctima divina y a sí mismos con ella” (LG 11).

La comunión con Cristo Jesús será también esencialmente comunión con los hermanos. Así lo expresa el rito de la comunión, el cual incluye:

— Comunión filial con Dios Padre y fraternal con las personas hasta el perdón mutuo de las ofensas: Oración del Padre Nuestro.
— Ser artesanos de la paz: “La violencia no es cristiana ni evangélica” (Pablo VI); “el cristiano es pacífico y no se ruboriza de ello; …. prefiere la paz a la guerra” (Medellín, Paz 15): Rito de la paz.
— Ser instrumentos de unidad eclesial y legítimo ecumenismo: “profetizó que Jesús moriría por la nación. Y no sólo por la nación, sino para congregar a los hijos de Dios dispersos” (Jn 11, 51-52): Rito de la fracción del pan.
— Unidos íntimamente al Señor: “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí” (Jn 6, 56-57): Comunión del cuerpo y sangre del Señor.

El encuentro con Jesucristo vivo es también camino de testimonio eclesial y solidaridad. “Se levantaron al instante… contaron lo acaecido y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lc 24, 33-35). “Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo… Suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio… La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad” (Mane nobiscum Domine 24).

Somos invitados a “vivir la Eucaristía como una gran escuela de paz, donde se forman hombres y mujeres que, en los diversos ámbitos de responsabilidad de la vida social, cultural y política, sean artesanos de diálogo y comunión” (Ibid. 27).

2. Leyendo algunos “signos de los tiempos”

En la situación que vive Centro América en los primeros años del siglo veintiuno, encontramos no pocos signos en nuestra sociedad que nos obligan a mirarlos con atención y tomarlos en serio. Destacamos algunos de ellos:

— Pese a las promesas sobre las ventajas de la globalización económica de que tanto se habla en nuestro istmo, los informes que hemos compartido son unánimes en señalar que la pobreza se ha incrementado, sumiendo en la angustia y la desesperación a capas cada vez más amplias de la población. Un síntoma de esa realidad dramática es el aumento del flujo migratorio hacia países que ofrecen mejores oportunidades de trabajo. Es obvio que la pobreza fácilmente conduce a la violencia.

— En los últimos años las promesas se centran en los Tratados de Libre Comercio entre Centro América y los Estados Unidos. Sobre esta cuestión nos sentimos obligados a decir nuestra palabra de pastores, después de haber realizado un sereno discernimiento a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia. Nuestra posición es que los Tratados de Libre Comercio deben ser examinados teniendo como criterio supremo la dignidad de la persona humana. Por eso exigimos a nuestros respectivos Gobiernos que se proporcione al pueblo, información completa y veraz sobre los distintos elementos del Tratado, a fin de que se puedan ponderar objetivamente sus aspectos positivos y negativos, el impacto que tendrán en las mayorías empobrecidas y en los demás sectores de la sociedad que también resulten afectados, como los agricultores, los obreros, etc.

Un punto que nos preocupa de manera particular es el hecho de que dichos Tratados, una vez ratificados, tengan la posibilidad de lesionar la soberanía nacional y estén sobre la Carta Magna de cada uno de los países. Hacemos un llamado a los legisladores de cada país centroamericano para que examinen con responsabilidad y sentido de justicia todas estas cuestiones, antes de decidir si les otorgan o no su ratificación.

— El fenómeno de la corrupción es una realidad activa muy fuerte y extendida en nuestros países. Es muy lamentable el concepto generalizado de que muchas de las personas con funciones políticas y públicas nombradas por los pueblos, hacen las paces con negocios turbios y enriquecimientos ilícitos; la consecuencia es la pérdida de credibilidad en personas y partidos políti
cos. La ausencia de valores que está tras ello preocupa y hasta alarma. Una democracia que no se base y sustente en valores éticos indiscutibles como la honestidad, la honradez, el respeto a los derechos de las personas, a las leyes y a la institucionalidad, se socava peligrosamente. El desarrollo de los pueblos ha de ir parejo con un fortalecimiento ético y espiritual. Hay una buena señal en la sociedad civil que anima la esperanza de que tal lesión ética vaya siendo desterrada de nuestro istmo: nos referimos al repudio general de la corrupción, una mayor sensibilidad entre la ciudadanía y las instituciones sobre lo intolerable de este hecho, enfrentado a través de la institucionalidad pública correspondiente al Estado de derecho.

— Gracias a Dios, han quedado atrás los duros años de la guerra y de la violencia política. Sin embargo, la violencia común y la criminal, cobran todos los días la vida de centroamericanos en un derramamiento de sangre que no cesa y que toca todos los sectores sociales. Nunca como hoy el clamor de la ciudadanía ha sido tan grande al denunciar el fenómeno de la violencia que afecta su vida cotidiana.

En algunos países se centra la atención en la violencia que procede de las pandillas juveniles o maras. En general, se ponen en primer plano los efectos de esa violencia, pero no se analizan a fondo sus causas: desintegración familiar, pobreza extrema, marginación, falta de oportunidades de estudio y de trabajo, etc. Estamos convencidos de que el combate a la delincuencia sólo será eficaz si se da a este grave problema social, un tratamiento integral. Un enfoque puramente represivo sin duda generará más violencia.

–¿Cuánto vale, entonces, la vida humana? El panorama tan sombrío, de irrespeto a este don precioso del que sólo Dios puede disponer, se oscurece aún más debido a ciertas políticas que emanan de organismos internacionales. Realidades tan sagradas como la vida del niño aún no nacido, la santidad de la familia y del matrimonio, la dignidad de la mujer y la educación de la juventud, son objeto de agresiones brutales disfrazadas con frecuencia con ropajes aparentemente inofensivos. Ante tales atentados totalmente inadmisibles, reafirmamos nuestra opción por la vida y por la dignidad de la persona humana, porque, como enseña el Santo Padre, “el Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio de la Vida, son un solo Evangelio” (Evangelium Vitae 2).

No cabe duda: se han globalizado muchos males. El reto fundamental sería, entonces, globalizar la solidaridad para que renazca la esperanza. Puesto que no es simplemente la globalización la que ha creado las injusticias o las desigualdades, sino el manejo que de ella hacen los seres humanos, entonces no hay lugar para la resignación o el derrotismo. Por eso oramos con el Papa: “Ayúdanos a trabajar sin cesar para que venga ese mundo más justo y solidario que Tú, resucitando, has inaugurado” (Mensaje de Pascua 2004, 5). A las puertas del Adviento, urge la plegaria.

La imagen del Reino de Dios, del que nos hablan las Escrituras no es de una globalización excluyente y excavadora de fosas entre los hombres y pueblos, sino la de la universalidad del destino humano en la fraternidad eucarística, como la que describe San Pablo, para quien ya no hay ni griegos ni judíos; o la de Mateo describiéndonos cómo serán reunidas todas las nociones (Mt 25,31-46)

3. “Vayan por todo el mundo”

Jesús, antes de subir al cielo, dejó esta misión a la Iglesia: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda la creación” (Mc l6, 15). Como respuesta al mandato del Señor, el SEDAC ha apoyado decididamente la organización y celebración del Segundo Congreso Americano Misionero (CAM II). Desde la ciudad de Guatemala hemos lanzado un grito al mundo entero: “Iglesia en América, tu vida es misión”. En el proceso de seguimiento de las Conclusiones de dicho Congreso, anunciamos ahora con gozo que en la presente Asamblea hemos elegido la ciudad de Tegucigalpa, en Honduras, como sede del Centro de Animación Misionera. Dicho Centro estará al servicio de los agentes de pastoral de nuestra seis naciones. Esperamos muchos frutos de esta institución que mantendrá vivo en nuestras Iglesias el dinamismo evangelizador impulsado por el CAM II, para que se sigan renovando nuestras comunidades y nuestros pueblos, mediante el encuentro personal con Jesús y el avivamiento de la fe en El. Así estamos preparados para que la Iglesia sea “casa y escuela de comunión” (NMI) y para dar respuesta creativa a los retos que nos presenta el cambio de época que estamos viviendo en América Central.

La Asamblea del SEDAC se ha fijado especialmente, entre otros, en estos desafíos:

— El creciente secularismo que se observa en nuestros países, puesto que aumenta sensiblemente la cantidad de bautizados que viven como si Dios no existiese. Esto incluye con frecuencia opciones moralmente inaceptables y un estilo de vida marcado por valores contrarios al Evangelio.

— Paralelamente se da otro proceso: el de una débil presencia de los laicos en la transformación de los distintos ambientes del mundo según los valores del Reino. Asumimos la parte de responsabilidad que nos corresponde por no haber proporcionado oportunamente la formación y el acompañamiento requeridos.

— El abandono de la Iglesia por parte de bautizados que buscan en otros grupos religiosos la respuesta a sus preguntas más existenciales y que, al no encontrarla, caen en la indiferencia.

Todo lo anterior nos lleva a reafirmar nuestro compromiso evangelizador, en aspectos como los siguientes:

— Impulsar con más decisión los caminos de la iniciación cristiana y su maduración a lo largo de la vida. En esta perspectiva debemos consolidar la catequesis familiar.

— Seguir avanzando en el camino hacia la creación de comunidades misioneras, con un estilo más cercano a las distintas realidades, más personalizador y acogedor.

— Vivificar el estilo de nuestras celebraciones para que sean más cálidas y fraternas: quienes se congregan para celebrar el Día del Señor a veces parecen masa anónima y no granos de trigo y uvas que ofrecen sus vidas al Señor y se comprometen en la construcción de su Reino.

— Revivir el ardor misionero de nuestras comunidades de fe, fomentando la santidad y la creatividad propias de la Nueva Evangelización, imprescindibles para ser testigos del Señor resucitado en las nuevas situaciones que los cambios culturales y socioeconómicos exigen.

— Una tarea particularmente importante corresponde a los medios de comunicación social de la Iglesia: nos alegramos de su crecimiento en número y calidad y los vemos como instrumentos providenciales para dar a conocer y animar las opciones y los procesos pastorales de nuestras Iglesias particulares.

“Anunciar la muerte del Señor ‘hasta que venga’ (l Cor 11, 26), comporta para los que participan en la Eucaristía el compromiso de transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo ‘eucarística’. Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio, hacen resplandecer la tensiòn escatológica de la celebración eucarística y de toda la vida cristiana. ‘¡Ven, Señor Jesús¡’ (Ap 22,20)” (EdE 20).

4. “Quédate con nosotros, Señor”

“Quédate con nosotros, Señor”, a lo largo del camino de los pueblos centroamericanos, en el que peregrinan multitudes inmensas de hermanos y hermanas, que en medio de sufrimientos cada vez mayores, siguen creyendo en Ti y esperan que se cumpla la promesa con que se inicia el tiempo del Adviento: “levanten la cabeza porque se acerca su liberación” (Lc 21, 28).

“Quédate con nosotros, Señor”, los pastores que Tú has puesto al frente de tu pueblo, para que nosotros los obispos y
los sacerdotes, que son nuestros principales colaboradores, nos comprometamos en un esfuerzo constante de conversión para llegar a ser signos cada vez más claros de tu corazón misericordioso de Buen Pastor.

“Quédate con nosotros, Señor”, e ilumina nuestra mente para que sepamos leer los signos de los tiempos en el alba del nuevo milenio; y danos confianza y valentía para que asumamos los desafíos que nos presenta la realidad, tanto en el interior de la Iglesia como en su servicio al mundo por el que Tú entregaste la vida.

“Quédate con nosotros, Señor”, para que seamos una Iglesia cada vez más misionera, que en tu nombre sigue anunciando tu palabra y comunicando la vida divina, no sólo a quienes se congregan habitualmente en nuestros templos, sino también a tantos hermanos y hermanas que viven alejados de la fuente de la gracia o están tentados a abandonar la fe que profesaron desde su infancia.

“Quédate con nosotros, Señor”, para que como Tú nos enseñaste, tengamos entrañas de misericordia, ofrezcamos en tu nombre los tesoros del Evangelio y extendamos la mano fraterna y solidaria a quienes están a punto de caer en la desesperación ante los problemas económicos y sociales que los agobian.

“Quédate con nosotros, Señor”, para que amemos la vida, la defendamos y la celebremos en un mundo bombardeado por mensajes y acciones que van destruyendo sin compasión la familia, haciendo cada vez más difícil el cumplimiento de la misión que ha recibido de su Creador, de ser santuario de la vida y del amor, Iglesia doméstica y célula básica de la sociedad.

“Quédate con nosotros, Señor”, en el misterio de la Eucaristía, y ayuda a todos los bautizados a buscar el encuentro personal contigo en la misa de cada domingo, a fin de que, como los discípulos de Emaús, acojamos tu palabra en nuestro corazón y acudamos al banquete del pan de vida que Tú partes para nosotros.

“Quédate con nosotros, Señor”, para que sigamos comprometidos en la construcción de la Iglesia que Tú quieres: una Iglesia más fraternal y participativa, solidaria con los pobres y desde los pobres, más acogedora y misericordiosa, más esperanzada y creativa, más integralmente liberadora del ser humano y transformadora de la sociedad.

“Quédate con nosotros, Señor”. Te lo pedimos por intercesión de María, tu Santísima Madre, quien en Pentecostés cuidó con ternura a la Iglesia naciente. A Ella, en el aniversario ciento cincuenta de la proclamación de dogma de tu Inmaculada Concepción, la invocamos con el nombre bendito de Nuestra Señora de los Ángeles.

Alajuela, Costa Rica, 25 de noviembre de 2004, en el Año de la Eucaristía.

+ José Francisco Ulloa Rojas
Obispo de Limón
Presidente del SEDAC

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ZENIT Staff

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