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PATRIARCADO LATINO – JERUSALÉN
Homilía de Navidad 2005
Hermanos y Hermanas
Señor Presidente Mahmoud Abbas
1. Sea bienvenido con todos sus colaboradores en esta venerable basílica en esta Noche Santa. Por usted, por sus esfuerzos para llegar a la paz por las sendas de la paz, le pedimos a Dios que le dé la valentía y perseverancia en la difícil senda que habéis tomado. Le damos las gracias por vuestra elección, porque es la mejor. A vosotros, gracia y paz. Y le agradecemos su elección,, porque es la mejor. A usted, gracia y paz.
Hermanos y Hermanas,
2. Os deseo una santa fiesta de Navidad, llena de la gracia y de la vida divina que el Niño nacido en Belén ha venido a traernos. Navidad quiere decir la entrada de Dios en nuestra historia humana: «el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros». El ha llegado a ser el Emmanuel, el Dios con nosotros. Él ha caminado sobre nuestra tierra y se ha hecho para cada uno de nosotros un compañero de camino.
Él es el Verbo de Dios. Él es la plenitud del Ser «por quien todo ha sido hecho, y sin Él nada se hizo» (Jn 1,3). Él es el Invisible: «Nadie le ha visto jamás; el Hijo Único que está en el seno del Padre, Él lo ha dado a conocer. Y de su plenitud hemos recibido todos» (Jn 1,16-17). Navidad es la ocasión para nosotros, cada año renovada, para profundizar mejor este misterio de la presencia de Dios entre nosotros, de nuestra unión con Aquel, que «el Hijo Único nos ha hecho conocer». Navidad nos recuerda que nuestra vida no puede realizarse sin esta relación permanente con esta plenitud del Ser y la Divinidad que se nos manifiesta en esta Noche Santa en el Niño Jesús.
En la alegría de la Navidad también recordamos que Dios presente entre nosotros ha elegido nuestra tierra para su morada, una morada humilde, para vivir allí una vida ofrecida hasta la inmolación. «De condición divina, Él se anonadó a si mismo tomando la condición de esclavo y obedeciendo hasta la muerte y la muerte sobre la cruz» (cf Fil 2, 6-7). Él se ha inmolado para volver a darnos la vida abundante, y a todos sin distinción: Él ha venido por la humanidad. Toda persona humana, de toda raza, de toda nación y de toda creencia, es preciosa a sus ojos y por ella Él ha venido.
3. El mensaje de la Navidad a nuestra Iglesia de Jerusalén, 40 años después del Concilio Vaticano II, es un mensaje de vida nueva, espiritual y religiosa, según los diversos documentos conciliares y los nuevos horizontes abiertos delante de los creyentes. Una vida nueva en el diálogo con las religiones con las cuales nosotros vivimos, con el Islam y el Judaísmo. Pero ante todo, un mensaje de renovación de nosotros mismos, a fin de dialogar mejor, conocer mejor y hacernos conocer.
A fin de dialogar mejor también con nuestras sociedades, con sus sufrimientos y sus alegrías. Pues el creyente es aquel que está a la escucha, por un lado, de aquello que dice Dios, como dice el salmista, aquello que Él dice en la Escritura y en los diversos eventos de nuestra vida, y a la escucha, por otro lado, de las alegrías, de los sufrimientos y de los gritos de los pueblos y de cada persona humana.
El mensaje es un esfuerzo nuevo y perseverante a fin que transformemos nuestra vida en una marcha constante delante de Dios, a fin que sepamos ver siempre la voluntad de Dios, su Providencia y su amor en todos los acontecimientos de nuestra vida. En efecto, muchos han repetido aún este año: ¿cómo celebrar Navidad y regocijarnos con el muro, que crece por doquier, siendo reducidos a vivir en prisiones, nuestras tierras confiscadas, nuestros jóvenes arrancados en las espesuras de la noche y echados en las prisiones israelíes, los muertos que caen al lado nuestro y los clamores de venganza que suben, además de la inestabilidad y de la inseguridad en nuestra propia sociedad? ¿Cómo con todo eso celebrar y acoger la alegría de la Navidad? Precisamente por todo eso, a causa de toda esta realidad de muerte, nosotros necesitamos de la gracia de la Navidad para transformarla en realidad de vida, para poder hacer frente y permanecer vivos y creyentes en Dios amoroso y justo, a fin de tener la valentía de ver en cada persona humana, cualquiera sea, la imagen de Dios, con quien desde hoy es necesario empezar a construir una vida nueva sobre esta tierra.
Cuarenta años después, el Concilio invita a todas nuestras Iglesias de Jerusalén a proseguir con nuestro esfuerzo por la unidad y por una marcha juntos a pesar de todas las complicaciones de nuestras situaciones, y a las Iglesias católicas a continuar nuestra renovación comenzada después de nuestro Sínodo terminado en el año 2000 y por el cual hemos llegado al Plan Pastoral común que queda como nuestra guía.
4. Finalmente, el mensaje de la Navidad para la situación de conflicto que nosotros vivimos, dos pueblos y tres religiones, es un mensaje que dice: paz a todos, a pesar de todas las diferencias, nacionales o religiosas. Un mensaje que nos vuelve a decir que cada hombre es precioso a los ojos de Dios su Creador y que la sangre derramada siempre con tanta facilidad en estos días en esta tierra, la sangre de la persona humana, en los dos campos, clama venganza y ese clamor sube hasta los oídos del Altísimo.
Recordamos las víctimas del terrorismo en Jordania, hace unos meses, todas las víctimas del conflicto aquí en esta Tierra Santa, las víctimas en Líbano y en Irak y del mundo entero, pero sobretodo de toda nuestra región donde la paz depende de la de Jerusalén, la ciudad de Dios y el corazón de la humanidad. A todos decimos: Dios es ante todo un Dios de amor. Él es el Padre de todos sin distinción de raza o religión.
Él nos creó a todos a su imagen. Y nosotros, hemos creado las barreras de raza, de religión y de nacionalidad; hemos así limitado nuestra capacidad de amar y de construir juntos y hemos aumentado nuestra capacidad de muerte. La dignidad humana, es un valor fundamental. La religión también. La libertad también, y la independencia y la soberanía. Pero abusos e injusticias, además de un falso concepto de la religión, de la nación, de la raza y de la soberanía, han transformado todo ello en factores de muerte. Y no es para ello para lo que somos creados. No es para ello que construimos países independientes y soberanos. Todos los responsables y los jefes en los gobiernos de este país también, tienen la obligación de encontrar el medio de no sacrificar la persona humana, su vida o su dignidad, por exigencias de seguridad.
5. Con la Navidad, en esta Noche Santa, nosotros prestamos atención a la voluntad israelí que busca la seguridad para las diversas acciones militares. Nosotros prestamos atención a la voluntad palestina que pide el fin de la ocupación y la libertad completa. Navidad dice a todos: ¡Paz, seguridad y justicia son posibles!
Un nuevo paisaje político israelí y palestino parece delinearse aunque con contorsiones y muchas indecisiones. Si nuestros jefes tienen una voluntad sincera y decidida, ellos pueden, si lo quieren, hacer de este tiempo que atravesamos un momento de gracia. Cesación completa de toda violencia, de toda venganza, liberación de los prisioneros políticos, terminar con el pasado por un momento, para permitir comenzar un nuevo futuro, para crear una tierra nueva en la que los corazones nuevos asegurarán, mejor que los muros y que las otras acciones militares, la seguridad de los israelíes y producirán para los palestinos el fin de la ocupación y la libertad.
A los jefes de nuestros dos pueblos en esta Tierra Santa, a vosotros Autoridades palestinas aquí presentes, a vosotros jefes de Israel, Navidad dice: las sendas de esta tierra santificadas por Dios son las sendas de la paz, basadas sobre la justicia y la igualdad entre los dos pueblos, ninguno superior al otro, nin
guno sometido al otro. Los dos iguales en dignidad, en derechos y en deberes. «No temas Jerusalén, dice el profeta, Dios está en ti» (Sof 3,17). Deseamos ver el día dónde nadie tenga miedo, nadie sea buscado, nadie triunfe a expensas del otro, nadie excluya al otro: porque Dios está en la ciudad para salvar y restablecer la dignidad de todos, porque todos, israelíes y palestinos, somos sus creaturas y la obra de sus manos.
6. Hermanos y hermanas aquí presentes, y en toda nuestra diócesis, Palestina, Israel, Jordania y Chipre, a todos los habitantes de esta Tierra Santa, judíos, cristianos, musulmanes y drusos, a los prisioneros en sus prisiones, a los enfermos, a todos aquellos que sufren y son sacrificados en los diferentes conflictos de esta región, a todos los que ruegan con nosotros en el mundo entero, nosotros le pedimos a Dios para todos la abundancia de la gracia y de la paz y una Feliz y Santa Fiesta de Navidad.
+ Michel Sabbah, Patriarca
[Traducción distribuida por el patriarcado latino]