CIUDAD DEL VATICANO, martes, 7 marzo 2006 (ZENIT.org).- Jesús llama a su seguimiento a discípulos pobres y pecadores, constató el cardenal Marco Cé, patriarca emérito de Venecia, en la mañana de este martes, segundo día de ejercicios espirituales.
Las dos primeras meditaciones del día, dirigidas a Benedicto XVI y a sus colaboradores de la Curia romana en la Capilla dedicada a la Madre del Redentor, en el palacio apostólico vaticano, se centraron en la llamada de Cristo a los doce apóstoles, narrada en el Evangelio de Marcos.
Según el predicador, el llamamiento de Cristo a sus discípulos es una de las imágenes simbólicas de la vida de fe, pues muestra elementos característicos del llamamiento de todo cristiano a seguir a Jesús: la «conversión radical», el «desapego», el hecho de que ante todo es una «iniciativa de Jesús».
Recordando el llamamiento de los doce apóstoles, el purpurado, según recogió la crónica ofrecida por «Radio Vaticano», recordó el escenario: Galilea, tierra de gente pobre.
La humildad en contraste con la sabiduría alardeada por los hombres es una constante de la vida de Cristo, reconoció el predicador. Sus elegidos son pescadores, gente que ve cómo la sencillez de sus vidas ordinarias queda desconcertada por tres palabras: «convertíos», «creed», «buena nueva».
«El sentido más radical de la conversión a la que nos invita la Cuaresma es el seguimiento de Cristo», indicó.
Según el cardenal Cé, «convertirse no es ante todo un cambio moral de vida: es una reorientación de la misma hacia la persona del Señor Jesús, es una apertura radical de la vida a Cristo, entregarle la vida a Él».
Al evocar el llamamiento de los apóstoles, explicó que fue Jesús quien se acercó a Pedro y a sus futuros compañeros de viaje, trastocando las costumbres de la época, pues, por ejemplo, los rabinos de la época no eran quienes salían al paso de sus seguidores.
Este estilo muestra el anuncio «totalmente nuevo» que Cristo está a punto de proclamar del Reino de Dios y el carácter «totalmente nuevo» del señorío de Jesús sobre sus discípulos: no oprime, sino que libera, solicitando una respuesta completa a su invitación a seguirle.
El escenario de la segunda meditación de la mañana fue la aldea de pescadores de Cafarnaum, en casa del apóstol Pedro, donde Jesús curó a un paralítico que fue introducido desde el techo por cuatro personas que cargaban la camilla, impresionando con su fe al mismo Jesús.
La solidaridad de estas cuatro personas con el enfermo, según explicó el patriarca, constituye una imagen de la vocación de las personas que han consagrado su vida a Dios en la Iglesia.
«A veces pensamos que nuestro papel en la Iglesia es muy diferente al que habíamos soñado el día en que fuimos ordenados sacerdotes», reconoció dirigiéndose directamente al Papa, a los cardenales, obispos, sacerdotes, y religiosos.
«Puede suceder que la edad o la enfermedad nos alejen de la pastoral activa. En ese momento hay que pensar en la comunión que en la Iglesia nos une a todos y nos hace camilleros necesarios para la salvación de los hermanos», sugirió.
«Entonces tiene sentido nuestro trabajo, aunque sea escondido o nos dé pocas satisfacciones –añadió–, entonces tiene sentido el cansancio e incluso la dureza de las situaciones que hay que afrontar, entonces tiene sentido –ya lo creo– la enfermedad, la vejez, con su mayor fragilidad, con la consiguiente disminución de las fuerzas».
«Al mismo tiempo –concluyó– se abren también en estas situaciones espacios de libertad interior, cuando la debilidad se convierte en fuerza para quien trabaja en los difíciles campos del anuncio del Evangelio».