BOGOTÁ, viernes, 10 marzo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras introductorias que pronunció el cardenal Francisco Javier Errázuriz, presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), este jueves al inaugurar el primer encuentro de movimientos y nuevas comunidades de América Latina, convocado por esa institución y por el Consejo Pontificio para los Laicos.
La iniciativa pretende preparar la quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que inaugurará Benedicto XVI el mes de mayo de 2007 en Aparecida (Brasil).
PRIMER ENCUENTRO DE LOS
MOVIMIENTOS ECLESIALES Y LAS NUEVAS COMUNIDADES
EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
Bogotá, 9 al 12 de marzo de 2006
Saludo de bienvenida y palabras introductorias
Junto con saludarles cordialmente deseo darles, a nombre de la Presidencia del Consejo Episcopal Latinoamericano, del CELAM, la más cordial bienvenida al inicio de este primer encuentro de los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades en América Latina y el Caribe.
Con mucha gratitud por su presencia entre nosotros saludo al Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, Mons. Stanislaw Rylko, uno de los colaboradores más cercanos de Su Santidad Juan Pablo II, quien ciertamente nos acompaña y abriendo su ventana en la Casa del Padre nos bendice, al Secretario del Consejo Pontificio, Mons. Josef Clemens, por tantos años estrecho colaborador de Su Santidad Benedicto XVI, al Profesor Guzmán Carriquiry, subsecretario del Pontificio Consejo, con ellos, un querido amigo de los Movimientos y las Nuevas Comunidades, y a los miembros del Consejo Pontificio que han querido estar con nosotros en estas jornadas.
De igual manera agradezco la presencia del Sr. Nuncio Apostólico de Su Santidad en Colombia, Arzobispo Beniamino Stella, que siempre ha acompañado al CELAM con su consejo, su amistad y su benevolencia, y del secretario de la Nunciatura, Mons. Fernando Chica, como asimismo la participación de todos los obispos presentes, que acompañan desde el CELAM y desde las Conferencias Episcopales a los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades en todos los países de esta parte de América.
Pero nuestros primeros invitados son sobre todo ustedes, queridos delegados de los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades con que el Espíritu Santo ha querido enriquecer a nuestra Iglesia en América Latina y el Caribe. Les doy a todos la más cordial bienvenida; con especial gratitud por su presencia, a los instrumentos que Dios escogió para darles vida, y que nos acompañan en este encuentro.
Ha sido la preparación de la V Conferencia General del Episcopado en esta porción de la Iglesia la que nos ha estimulado a invitarlos. Deseamos de corazón que Ustedes aporten en su preparación toda la riqueza que Dios le regala a la Iglesia a través de las comunidades y los itinerarios de formación que representan, que hagan fecundas con sus oraciones y sus contribuciones todas las iniciativas que emprende la Iglesia en este tiempo de preparación, que se enriquezcan ustedes mismos participando activamente en ella, y que puedan colaborar con el ardor que enciende el Espíritu Santo en la puesta en práctica de cuanto el Señor le diga y le pida a su Iglesia.
Con estas palabras de introducción quisiera referirme a los desafíos que nos llevaron a pedirle al Santo Padre la realización de una V Conferencia General del Episcopado, al tema que él mismo aprobó hace algunos meses y a la esperanza que hemos puesto en ustedes y en quienes representan.
I. Al inicio del tercer milenio
Desde hace largos años nos acompañan las reflexiones sobre el tiempo que Dios nos ha regalado como casa, como atmósfera, como parte de nosotros mismos y como desafío. Desde la fundación del CELAM, en cada Conferencia General del Episcopado latinoamericano hemos buscado el querer de Dios según esa consigna sabia del fundador de uno de nuestros primeros movimientos eclesiales: “con la mano firme en el pulso del tiempo y el oído puesto en el corazón de Dios”. Primero tuvimos la intuición y luego la certeza de evangelizar en medio de un cambio formidable, que comprende las instituciones, las personas y las comunidades, las leyes y las costumbres, los sentimientos y las ideas, las identidades y los valores.
Hace apenas 27 años, en Puebla de los Ángeles, recibimos la palabra orientadora de S.S. Juan Pablo II, que llamó nuestra atención sobre la verdad de Jesucristo, de la Iglesia y del hombre, y así sobre nuestra propia identidad como obispos, sacerdotes y bautizados, en el revuelto mundo de aquel entonces en América Latina y el Caribe. Y esa pregunta inquietante acerca de la identidad, de la plenitud de la vocación y la misión cristianas, vividas en medio de corrientes culturales, de enfrentamientos en el campo de los valores, de pobrezas y de adicciones, no nos ha abandonado.
Buscando mayor claridad, después de la IV Conferencia General en Santo Domingo, en el CELAM reflexionamos primero sobre las “megatendencias” de nuestro tiempo, y posteriormente sobre el complejo y multifacético fenómeno de la globalización, como desafío a la vida y la identidad de nuestros pueblos y a su Nueva Evangelización. Sobre todo desde febrero del año 2004, también en Puebla de los Ángeles, las reflexiones iniciales sobre la V Conferencia General pusieron ante nuestros ojos el horizonte amplio e inquietante de la realidad de nuestro Continente, y de las fuerzas dinámicas que quieren configurarlo.
A. Desde la perspectiva de la Evangelización, vivimos una de las horas más decisivas, y también dramáticas, de nuestra historia. Sin embargo, bullen en ella también poderosos signos de esperanza –entre los cuales, el crecimiento y la fecundidad de los movimientos eclesiales ocupan un lugar relevante-, que nos permiten pensar que las dificultades y los sufrimientos son dolores de parto. Preparan el nacimiento de nuevas comunidades y de una nueva cultura según el Evangelio.
Quisiera proponerles que pasemos revista brevemente a algunas constataciones que claman por una respuesta desde lo más hondo de nuestra fe y del compromiso vivo de quienes reciben del Espíritu Santo dones carismáticos para el bien de la Iglesia y la extensión del Reino.
a. En los últimos diez años descendió fuertemente el número de católicos en muchos países del Continente. En algunos, hasta el 10%. Esto nunca había ocurrido en nuestra historia. Ha crecido la increencia, sobre todo entre los jóvenes. Y se han multiplicado innumerables confesiones religiosas, casi siempre agresivas con la Iglesia. Un gran número de católicos no sabe reaccionar ante este pluralismo religioso. Los desconcierta escuchar que el catolicismo es una opción individual entre muchas otras, todas de igual valor, en el mercado mundial de ofertas religiosas. Incontables bautizados que no participan en la vida de las comunidades eclesiales, que ya no celebran el día del Señor, corren en riesgo de perder su identidad católica, y aun cristiana.
b. Se ha extendido una agresividad nueva, abierta o larvada, contra la Iglesia y contra la familia. Es parte de la liberalización de las costumbres y de las leyes. Se silencia el valor del matrimonio para siempre, de la familia como santuario de la vida, de la maternidad y aún de los hijos en el seno de la sociedad. Se quiere acallar y aun destruir en el Continente la autoridad moral de la Iglesia y de sus pastores, y desdibujar la rea
lidad y la misión de la Familia de Dios. Este trabajo lo facilitan los escándalos que causan las noticias cercanas o lejanas, verdaderas o falsas, de graves transgresiones a la ley moral, que socavan y destruyen credibilidades y confianzas.
c. Por otra parte, la globalización asimétrica de anti-valores está provocando una profunda revolución en este ámbito, que tiende a alterar la identidad cultural de nuestros pueblos. Mientras promueve el culto a los propios derechos, al propio yo, al cuerpo, al consumo y al placer, atenta contra el respeto y el valor sagrado de la vida, contra los derechos de los demás, contra el matrimonio verdadero, entre un varón y una mujer, contra la castidad y contra otros valores cristianos, como el don de la libertad, que recibimos de Dios para optar por el bien.
d. Una componente de este cambio proviene de una creciente y a veces agresiva secularización, sobre todo entre algunos grupos influyentes en la sociedad. Ésta llega unida a un agnosticismo intelectual desencantado y a veces enemistado con el cristianismo, a un desinterés por la verdad, como si todo se resolviera con la crítica, la tolerancia y los acuerdos coyunturales; también cuando se trata de inclaudicables valores. La lucha contra la discriminación, que es un deber indudable, se va transformando en un arma de la cual se abusa para destruir toda referencia a la naturaleza humana y al orden revelado.
e. En incontables constructores de la sociedad influyentes y bautizados -sobre todo en un gran número de políticos, economistas, empresarios y comunicadores sociales- las convicciones éticas son débiles. No cumplen su responsabilidad en el mundo con coherencia cristiana. No se guían por la Doctrina Social de la Iglesia, ni la conocen. Tampoco están contribuyendo de manera determinante numerosos servidores públicos católicos a dar estabilidad política, económica y laboral a los países, ni a construir la equidad y la paz, ni a superar con medios pacíficos el narcotráfico y el terrorismo. Hay síntomas graves de ingobernabilidad y de corrupción en muchos países. Podemos constatar una gran indolencia en reaccionar, y un profundo desinterés entre incontables jóvenes por asumir responsabilidades políticas y prepararse para ellas.
f. Sigue siendo escandalosa la persistencia y el incremento de la pobreza, la miseria y el desempleo en un Continente formado mayoritariamente por cristianos, que recibieron el mandamiento de amar al prójimo como nos ama Jesús. Este mal, que lleva a sufridas y crecientes migraciones y a condiciones de vida inhumanas y carentes de esperanza, golpea cruelmente sobre todo a millones de mujeres, de indígenas y de afroamericanos. Su superación se ve dificultada y amenazada por el tipo de globalización que se extiende, y por los tratados que se suscriben entre países muy desiguales en el campo de la información, la educación y la tecnología. Estamos en deuda con la opción preferencial por los pobres y con el paso de estructuras, también culturales, menos humanas a otras más humanas.
g. Por su parte, las nuevas reformas educacionales, centradas prevalentemente en la adquisición de conocimientos, no se basan en una antropología cristiana, y por eso no nacieron de un discernimiento cristiano de los cambios culturales, ni se proponen responder a los desafíos que plantean. No despliegan los mejores valores de los jóvenes ni su espíritu religioso; no los ayudan a optar por los caminos del Evangelio, y con ello a adquirir aquellas actitudes y costumbres que harían estable el hogar que funden, y que les convertirían en constructores solidarios del futuro de la sociedad. Aumentan los embarazos adolescentes, el consumo de droga y de alcohol, como también la violencia intraescolar. Son síntomas preocupantes de una sociedad enferma.
h. La falta de líderes cuya visión universal valorase la unidad del Continente y el potencial de humanidad y comunión de sus raíces cristianas, la escasa consolidación y desarrollo de los procesos democráticos y de las instituciones que expresan y sostienen la democracia, la debilidad de las redes de la sociedad civil, la frecuente aparición de caudillismos y de políticas populistas, el desconcierto ante la emergencia de los pueblos indígenas, las dolorosas heridas del pasado entre pueblos con vocación fraterna, y otros factores, han retardado hasta ahora una tarea impostergable: la integración de Latinoamérica y el Caribe, dejando así al Continente expuesto a ser tan sólo un satélite o un apéndice de la economía, la política y la cultura de otros grandes bloques.
En una palabra, vacila la identidad cultural y la fe de millones de latinoamericanos y caribeños, vacilan nuestras democracias, no se consolida la unión y la solidaridad entre nuestros países, no avanza ni se afianza la superación de la pobreza, tampoco se proporciona a los jóvenes una educación rica en valores humanos. La Iglesia sufre, porque pierde a muchos de sus hijos, porque hay escándalos, porque se quiere borrar el substrato católico de nuestra cultura y minar la influencia del cristianismo en el campo de la vida pública y de las costumbres. Este sufrimiento es, por una parte, una fuente de purificación. Seguramente dimos espacio en nuestras Iglesias particulares durante el Jubileo a la purificación de la memoria, y conversamos con Dios con profundo dolor de los pecados de los hijos de la Iglesia, que fueron causa concomitante de estas debilidades y amenazas que hoy constatamos. También en los ámbitos mencionados el Pueblo de Dios, el de nuestros días, porta esta cruz y quiere ser, en Cristo, hijo del perdón de Dios. Pero por otra parte tanto dolor, tantas vacilaciones, tanto desconcierto, tanto debilitamiento de la fe, que no es capaz de mover montañas, nos impactan como una llamada imperiosa de Dios a su pueblo, cuya cabeza es Cristo, a volcarse hacia su Maestro, Esposo y Señor, a redescubrir en Él a su Camino, su Verdad y su Vida, su única roca, su única esperanza y su único canto.
B. Lo más impresionante es que junto al desmoronamiento de valores, costumbres y leyes que han formado parte del patrimonio católico de nuestros países; mientras crece el número de quienes confiesan no pertenecer a ninguna religión, y la Iglesia pierde miembros e influencia en la sociedad; constatamos de manera simultánea otros fenómenos poderosos y de signo contrario a los ya nombrados.
En efecto, junto a los fenómenos que acabamos de mencionar, podemos percibir que crecen las manifestaciones de la piedad popular, sobre todo las expresiones masivas, y que son palpables muchas búsquedas de los jóvenes – que tienen como punto de partida el anhelo de felicidad, de libertad, de identidad y pertenencia, de solidaridad, de hogar y paternidad, de trascendencia y de paz -, y que son expresiones de una sed profunda, que se sacia con el Evangelio de Nuestro Señor. Enorme desafío el nuestro, que nos exige comprender estos anhelos existenciales, esta nostalgia de Dios y de sus dones, como expresiones legítimas de quienes fueron creados a imagen y semejanza suya, y anunciarles el Evangelio como mensaje de esperanza. Buscan el cumplimiento de promesas de Dios; muchos, sin conocerlo siquiera.
Por otra parte, un gran signo de esperanza que no se da con igual fuerza en otras latitudes, es el crecimiento del número de quienes se encuentran con Jesucristo y se comprometen con Él y con su Iglesia. Crece de manera vigorosa ese fermento de verdad y de vida constituido por personas y comunidades cuya vida es atrayente, porque permanecen en al amor y en la misión de Cristo, porque en ellas vive el misterio de la Iglesia, misterio de comunión misionera. Crece
el fermento que tiende a una nueva cultura de savia cristiana.
Esta bendición de Dios, que hace de nuestro continente el Continente de la Esperanza, nos compromete a dar una respuesta misionera, y a transformar la sociedad desde sus raíces. Nos compromete también a hacer fecunda la inconmensurable riqueza y el dinamismo del Evangelio que Nuestro Señor le ha regalado a las comunidades de la Iglesia en Latinoamérica y el Caribe. Con todo nuestro corazón, con ilimitada confianza y con todas nuestras fuerzas queremos colaborar con Él. Admiramos con mucha gratitud y alegría su obra, resueltos a ser sus discípulos y misioneros.
C. Saquemos bien nuestras cuentas.
Don Manuel Larraín, uno de los primeros presidentes del CELAM, pensaba proféticamente que en el futuro la lucha contra la fe no se daría de manera frontal, sino minando las costumbres cristianas. El resultado está a la vista. No nos cuesta constatar que la velocidad del desmoronamiento es grande y que los impulsos que éste recibe son poderosos. No van a detenerlo aquellos cristianos que no son coherentes con su fe. Tenemos que avivar su compromiso con Cristo. Pero no nos engañemos: el proceso de desmoronamiento en personas, en hogares y en grupos humanos, como también en la vida pública de muchas naciones es muy profundo y de largo aliento. En el corto plazo, en buena medida no lo va detener nadie, si bien no sabemos cuántas personas y cuántos pueblos van a ser arrastrados por él. Así son de poderosos los cambios culturales. Si son decadentes, dos son las experiencias principales que cambian radicalmente su orientación. Una, es el horror a la fuerza destructiva del mal, el otro es el asombro ante los modelos alternativos que surgen, y que resultan sumamente atrayentes para quienes buscan señales de vida, a veces con desesperación. Y gracias a Dios, en el taller de la esperanza y de la vida nueva trabaja victorioso el Espíritu Santo. Con su poder, la fe vence al mundo. En las grandes confrontaciones y en el día a día del testimonio, quien alienta a los innumerables mártires, cuya sangre es semilla de nuevos cristianos, es el Espíritu de Aquel que murió en la Cruz y que invita a los discípulos a seguirlo cagando su cruz, para la vida del mundo.
La historia nos enseña que siempre sobreviven a los derrumbes comunidades y culturas, verdaderas islas y archipiélagos, que tienen una vida fuerte, que están construidas sobre roca. Dicho en nuestro lenguaje cristiano, sobreviven quienes tienen la voluntad de no anteponer nada a Dios. Es la riqueza de muchas comunidades impregnadas de piedad popular. Sobreviven los santos y las comunidades que asumen su espíritu y su misión, que realmente se encontraron con el amor de Cristo, han contemplado su rostro, le han seguido y le siguen y permanecen en su amor. No sólo sobreviven sino que se transforman en fermento de nuevas culturas y nuevos pueblos. Han hecho de su comida cumplir la voluntad del Padre, están fundados en la roca que es Cristo, edificados sobre el fundamento de los apóstoles, vivificados por el torrente de agua viva que es el Espíritu Santo, alimentados por la Palabra y el Pan de vida eterna, siguen las huellas de la Virgen María, con ella aman al prójimo como Cristo lo ama, viven las bienaventuranzas y quieren ser sacramento de comunión en la Iglesia y para el mundo.
II. El núcleo temático de la V Conferencia General
Por eso, comparando el núcleo temático de la V Conferencia General con el tema de las Conferencias Generales anteriores, es fácil descubrir su originalidad. El centro de esta Conferencia no es, en primer lugar, un gran programa: La nueva Evangelización, la cultura cristiana o la promoción humana. Esta Conferencia General se centra en aquella persona bautizada que va a gestar la cultura cristiana, que va a ser evangelizadora y que va a promover a sus hermanos, sobre todo a los más marginales. Es una nueva perspectiva en la línea de la educación de la fe.
Se trata de ser de
conducir al encuentro vivo con Cristo
para llegar a ser y formar
discípulos y misioneros de Jesucristo
para que nuestros pueblos en Él tengan vida.
con ese espíritu y con ese propósito escuchamos sus palabras:
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”
Desarrollo brevemente este temario:
• Por el encuentro con Jesucristo, es decir, en virtud del encuentro con el Señor Jesús. Estas palabras señalan la raíz y la fuente de todo, y evocan tanto la elección de todo discípulo como asimismo el misterio de la Eucaristía. Ellas asumen la gran orientación pastoral de la Exhortación Apostólica Ecclesia in America: “Encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América”.
• Discípulos. Esta palabra, de gran riqueza bíblica, expresa la gran novedad de esta Conferencia General, aprobada unánimemente por todas las Conferencias Episcopales. Mantenemos las grandes metas de las Conferencias Generales anteriores en relación a la Nueva Evangelización. Pero era necesario descender hasta llegar con profundidad a la persona que se encuentra con el Señor, al sujeto de estas grandes tareas. El encuentro con Cristo nos convierte en discípulos que sólo quieren escuchar al Maestro y seguir al Pastor, formando la comunidad de los discípulos, es decir, la Iglesia, viviendo conforme a la voluntad del Padre, para tener vida en abundancia y ser coherentes con el Evangelio en la vida personal y familiar, en el trabajo y en el servicio a la sociedad, en la tarea evangelizadora, que promueve al hombre y gesta una cultura cristiana. La iniciación cristiana no puede contentarse con transmitir conocimientos, debe conducir al encuentro con Jesús y formar discípulos suyos. María es su gran educadora y su eminente modelo.
• Y misioneros. Es otra gran novedad. Los católicos latinoamericanos tenemos que aprender a vivir en un Continente con múltiples confesiones cristianas, con sectas y con la increencia creciente. Todo cristiano tiene que ser misionero. El discípulo es elegido para ser enviado. La Iglesia entera ha de ser, de manera permanente y no sólo ocasional, instrumento de comunión al servicio de la unidad con Dios de todos los seres humanos, y modelo de la comunión que acoge a todos los hermanos que buscan al Señor Jesús. Además, en la Iglesia en Latinoamérica y el Caribe, cuna de casi la mayor parte de los católicos del mundo, tiene que despertar el anhelo de llevar el Evangelio a otros países y Continentes, a quienes no ha llegado el anuncio de Jesucristo. Muchos esperan que la V Conferencia General sea el inicio y la preparación de una gran Misión Continental, hora de gracia del despertar de una Iglesia realmente misionera.
El Santo Padre nos pidió que no olvidemos el contexto de nuestro tiempo cuando nos proponemos ser y formar discípulos y misioneros de Cristo. América Latina y el Caribe, nosotros mismos, somos desafiados con fuerza por los cambios religiosos, sociales, éticos y, en general, culturales, que marcan los dolores de parto de una nueva época. No somos una isla. Tenemos que orientar nuestro trabajo ascético y pastoral hacia la conversión de hombres, mujeres y jóvenes que viven en el hoy, cuyas convicciones vacilan, que buscan la libertad, el bien, la felicidad y la belleza, siendo atraídos, desafiados o rechazado
s por los mensajes de los medios de comunicación y por los agentes del mal llamado “progresismo”. Remaremos mar adentro, navegando por la corriente de la esperanza de nuestros contemporáneos y con frecuencia contra la corriente del mundo, pero siempre con simpatía por cada persona, creada y recreada a imagen y semejanza de Dios, que tiene sed de su paternidad, de humanidad y fraternidad.
• Para que nuestros pueblos en Él tengan vida. Nos duele la vida de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Nos duelen su pobreza, sus adicciones y todas sus carencias en el campo de la fe, la esperanza, el trabajo, la educación, la salud y la habitación.
El norte de nuestros afanes tiene que estar definitivamente marcado por la cultura de la vida: por el respeto a la vida, por el gozo de transmitir la vida, por la gestación de familias cristianas que sean santuarios de la vida, por la plasmación de condiciones sociales y legislativas, que permitan a todos, especialmente a los más afligidos, pobres y marginados, llevar una vida digna de su vocación humana y cristiana. La Iglesia participó profundamente en la gestación de estos pueblos. También por eso los pastores bien pueden llamarlos nuestros pueblos.
La preocupación de la Iglesia tiene, sin embargo, dimensiones más amplias que el solo bien temporal. La plenitud de vida que Dios quiere para nosotros tiene dimensiones humanas a la vez que divinas. No tiene la Iglesia otro don más precioso para que los pueblos vivan, que hacer de ellos discípulos del Señor, y convertirlos a la vida nueva en Cristo. Se trata de la vida “en Él”, la vida que de Cristo resucitado toma su fuerza, su inspiración y su estilo inconfundible; porque tiene su origen en Él, se realiza con Él y llega en Él a su plenitud. Queremos, en efecto, que la cultura sea un espacio que acoja la vida en Cristo, de modo que todos seamos en Él hijos del mismo Padre y vivamos como familiares de Dios, llamados a la santidad, y a la alegría y la fecundidad de la Buena Noticia. Queremos que también los pobres y marginados puedan vivir conforme a su vocación de ciudadanos del cielo, siendo con todos ellos en Jesucristo constructores de su Reino.
En esta misión aparece el sentido de la Encarnación y de la Pascua del Buen Pastor: para que tengan vida y la tengan en abundancia.
III. El objetivo que persigue la V Conferencia General, ya en el tiempo de preparación mediante el Documento de Participación.
Más allá de suscitar aportaciones de todas las Conferencias Episcopales para preparar bien la V Conferencia General, el tiempo de preparación y el trabajo con el documento persigue una meta. Quiere desencadenar un gran proceso espiritual de conversión y de acción misionera. Éste será:
- Un proceso en el cual crezca la gratitud y una gran estima por el don de ser católicos y de vivir en la comunión de la Iglesia.
- Un proceso pedagógico, ya que se trata de formar discípulos y misioneros de Jesucristo, a partir del encuentro con Él.
- Un proceso de discernimiento, ya que pone en contacto con los dolores de parto de una nueva época, cuyos síntomas requieren discernimiento.
- Un gran proceso de compromiso laical, para transformar el construyendo el Reino.
• Un gran despertar misionero.
IV. Iniciativas del Espíritu Santo
Recordemos las palabras de Su Santidad Juan Pablo: “Los movimientos y las nuevas comunidades (…) son expresiones providenciales de la nueva primavera suscitada por el Espíritu[1] con el Concilio Vaticano II”[2]. “Uno de los dones concedidos por el Espíritu en nuestro tiempo es el florecimiento de los movimientos eclesiales”[3].
Refiriéndose a estos dones del Espíritu, un cardenal de aguda inteligencia, reunido con otros cardenales y muchos obispos, nos sorprendió con sus palabras. Nos dijo: “los movimientos son como las nubes: a veces tenues y diluidas y otras veces hermosas y compactas. No tiene sentido hacer una cartografía de las nubes. Sólo importa una pregunta: ¿presagian buen tiempo?”
Es lo que esperamos de ustedes en estos días, ¿presagian estos dones del Espíritu que ustedes representan buen tiempo y una hermosa primavera para la preparación de la V Conferencia General, su celebración y el tiempo posterior?
Más allá del regalo recíproco de la comunión con Dios y entre ustedes de estos días, y de la gratitud y el asombro por los dones que Dios le regala a su Iglesia proyectando su presente y su futuro, en vista de la V Conferencia General esperamos de ustedes cinco aportaciones.
1. Trabajando el tema de la Conferencia de Aparecida, déjense enriquecer y vivificar por el Espíritu Santo a través de la oración y del proceso de vida que desata su providencial temario.
2. Ustedes han tenido experiencias muy fecundas en la formación de discípulos y misioneros de Jesucristo. Los movimientos y las comunidades que representan son realmente escuelas de discípulos y misioneros, con su propio itinerario de formación. La Iglesia en América Latina y el Caribe quiere que ustedes sean generosos, y le ofrezcan esos caminos de pedagogía pastoral, ya que son dones para toda la Iglesia.
3. Sabemos que no es siempre fácil la relación entre las Iglesias particulares y los movimientos, los nuevos itinerarios de formación cristiana y las nuevas comunidades. No siempre acogen los movimientos las orientaciones pastorales de los Obispos, ni las Iglesias particulares las grandes contribuciones que las nuevas fundaciones pueden entregarle. Habrá un intercambio sobre este tema, de tanta importancia para la fecundidad de la V Conferencia General.
4. Impulsados por los diferentes carismas, surgen en el ámbito de los movimientos y las nuevas comunidades fecundas iniciativas “para que nuestros pueblos en Él tengan vida”, ya sean iniciativas del mismo movimiento o de la comunidad respectiva, o iniciativas de alguno de sus miembros. Quisiéramos compartir también estos dones, preparando la Conferencia de Aparecida.
5. Por último les pedimos que participen en la preparación de la V Conferencia, enviando aportaciones del movimiento a través de las conferencias episcopales; motivando a los miembros de las fundaciones que ustedes representan a impulsar la preparación en las instancias y comunidades de la Iglesia de las cuales forman parte; y sobre todo, pidiendo en oración con la Madre de Jesús los dones del Espíritu Santo para quienes participen en su preparación, celebración e implementación, de modo que esta hora de gracias sea un nuevo Pentecostés para la Iglesia, que vivifique al mundo.
[1] Cf. NMI 46.
[2] Juan Pablo II, homilía de Pentecostés, 31 de mayo de 1998.
[3] Juan Pablo II, Catequesis del 27 de noviembre de 1998.