El secreto mensaje cristiano de Leonardo da Vinci

Entrevista con el filósofo Giuseppe Fornari

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ROMA, lunes, 13 marzo 2006 (ZENIT.org).- Aunque sobre la genialidad de Leonardo da Vinci no hubo nunca dudas, su vida y sus obras han sido a menudo objeto de interpretaciones malévolas.

Algunos libros le presentan como un increyente y homosexual, que por este motivo estaba amenazado por la Iglesia, otros, como «El Código da Vinci» de Dan Brown hace de él un maestro de esoterismo.

Con el deseo de poner las cosas en su sitio acaba de publicar en italiano un libro el filósofo Giuseppe Fornari, con el título « La belleza y la nada. La antropología cristiana de Leonardo da Vinci» («La bellezza e il nulla. L’antropologia cristiana di Leonardo da Vinci», editorial Marietti).

Para profundizar en el argumento, Zenit ha entrevistado al profesor Fornari.

–Varios autores han difundido la idea de que Leonardo da Vinci era un «naturalista» lejano o incluso opuesto al pensamiento y la cultura católicos. Con su libro, usted sostiene justo lo contrario. ¿Puede explicarnos por qué?

–Fornari: El principal error, cometido por ejemplo por Sigmund Freud, está en atribuir a Leonardo una visión naturalista análoga a la de la ciencia de los siglos XIX y XX. No podría haber una deformación más desviada de su pensamiento. Leonardo es ya un moderno, porque a sus ojos la naturaleza es un inmenso conjunto de fuerzas y fenómenos que el hombre debe tratar de conocer, y sobre la que tiene el derecho de intervenir, allí donde es posible.

La gran diferencia respecto a la visión que prevalece hoy, es que para él estas fuerzas son de carácter íntimamente espiritual, entendiendo por espíritu una energía y finalidad que no es material, que está dentro de la misma naturaleza, y remite a un origen trascendente.

Y una visión semejante no sólo no está en contradicción con la católica, sino que más bien la corrobora del modo más penetrante. Ciertamente se trataba de una visión demasiado avanzada para la época, como nos documentan las incomprensiones de Giorgio Vasari [célebre sobre todo por sus biografías de artistas italianos ndr.], preocupado porque las investigaciones científicas de Leonardo lo podrían haber llevado a posiciones religiosamente escépticas y herejes. Se trata por tanto de un prejuicio antiguo, que se funda esencialmente en una incomprensión.

–En su opinión, ¿cuáles son las obras pictóricas en las que Leonardo expresa su afinidad con la cultura y la teología cristianas?

–Fornari: Sin duda, en todas sus obras de tema religioso, se ve una maduración creciente que encuentra la plenitud de su madurez en la «Adoración de los Magos». Una constante en tales pinturas es la meditación sobre la realidad y centralidad del sacrificio, aceptado por Cristo para la salvación de la humanidad, una meditación que le venía de la tradición y de las sugerencias de los teólogos con quienes contactaba de vez en cuando, pero que Leonardo profundizó cada vez más a la luz de experiencias personales difíciles, marcadas por su condición de hijo ilegítimo. Todo esto le llevó a dar una interpretación de conmovedora verdad y profundidad a los grandes temas de la encarnación, la paternidad de Dios y la maternidad de María.

Le voy a poner sólo un ejemplo que me ha impresionado especialmente durante la preparación del libro: la «Madonna Benois» conservada en el Hermitage de San Petersburgo. En esta obra, todavía juvenil, vemos a una María casi niña, que mira con una sonrisa llena de alegría ingenua, y con una melancolía secreta, apenas insinuada, al Niño que tiene entre los brazos, absorto en la contemplación de una flor, símbolo de su futura crucifixión. Es una escena que se carga de connotaciones conmovedoras si pensamos que el pequeño Leonardo fue separado, cuando era todavía pequeño, de la jovencísima madre natural, Catalina, obligada a casarse, con un matrimonio reparador, y a dejar al pequeño «Lionardo» en la casa del padre.

¿Cómo no pensar en la reelaboración sapientemente filtrada de una experiencia traumática, que Leonardo conocía ciertamente por su misma madre, además de por las propias cicatrices emotivas? En esta especie de «flashback» se puede medir la cercanía de Leonardo con el contenido más íntimo del mensaje cristiano, a través de la reelaboración cognoscitiva de su propia experiencia.

–Usted asegura que para Leonardo la belleza artística es el medio por el que el hombre se une con Dios. ¿Puede ilustrarnos este concepto?

–Fornari: Es un argumento articulado y complejo, porque para reconstruirlo debemos unir observaciones explícitas de Leonardo con lo que se puede deducir de otros testimonios, y sobre todo de sus mismas obras. Leonardo parte de una visión que se remonta al menos parcialmente al platonismo florentino, según el cual, la belleza pertenece a una esfera ideal, superior a la corrupción del mundo material, pero esta reflexión está preñada de implicaciones nada consolantes. La misma prodigiosa facilidad con la que él sabía plasmar esta «divina belleza» debe haberle puesto en guardia. Su enorme talento le daba en efecto también el poder de usarlo para otros fines, como la vanidad, la ambición, la sensualidad.

La belleza del arte es por tanto ambigua, y depende de la manera en que respondemos con nuestra libertad a su ambigüedad: si optamos por su orientación auténticamente espiritual, o si nos quedamos en una visión más equívoca. Creo que esta meditación sobre la ambivalencia de la belleza, y sobre el reclamo que constituye para nuestra libertad, se convirtió en un tema cada vez más importante en la carrera de este artista.

La única vía de salida es la misma imagen de Cristo. Aceptando ser igual a nosotros y morir por nosotros, nos muestra la única solución: la aceptación del sufrimiento y del sacrificio por amor a los demás. De este modo, a través de él, podemos resurgir, y la belleza del mundo, que parecía y estaba destruida, por medio del amor resucita. La imagen de Cristo hace realidad la imagen y semejanza con Dios, por quien hemos sido creados y la belleza de Cristo se revela como la belleza del cuerpo resucitado, de la creación llevada a la redención. Con el mismo Dios, que se hace nuestra imagen, nosotros mismos nos convertimos en su imagen. Creo que es éste el secreto del arte cristiano más grande, el secreto del arte de Leonardo.

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ZENIT Staff

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