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Santo Padre,
Ciento veintidós responsables de cuarenta y cinco movimientos y nuevas comunidades, provenientes de 23 países de Latinoamérica, treinta y dos obispos, junto con la presidencia del CELAM y una representación del Pontificio Consejo de Laicos, reunidos en Bogotá del 9 al 12 de marzo de 2006 para participar en el primer Encuentro de los Movimientos Eclesiales y de las Nuevas Comunidades en América Latina, sobre el tema «Discípulos y misioneros de Cristo hoy», deseamos expresarle nuestra gratitud por la solicitud con la cual ha seguido esta iniciativa conjunta del Pontificio Consejo para los Laicos y del Consejo Episcopal Latinoamericano, y por el mensaje que a través de Su Eminencia el Cardenal Sodano ha querido enviar a los participantes. Gracias Santo Padre por habernos testimoniado su paterna cercanía y su palabra orientadora, mostrando a nuestra Iglesia y a nuestros pueblos un abrazo lleno de amor y esperanza.

Haber puesto en el centro de la atención de este Encuentro el tema del cristiano, o sea, del discípulo de Cristo, es todo un signo de la conciencia que tiene la Iglesia de Latinoamérica de la urgencia fundamental sobre el momento que vive: la permanencia de la fe, la transmisión de la fe, la fructificación de la fe en todas las dimensiones de vida de las personas, de las familias, de nuestras naciones. El patrimonio de la fe católica es el mayor tesoro de nuestros pueblos. Existe, sin embargo, el riesgo de su cada vez más intensa erosión e incluso dilapidación. Existe un riesgo real de pérdida de la fe, de la percepción de su significado para la vida, un riesgo real de que la fe en Cristo sea cada vez más insignificante para la vida de tantas personas. En este sentido, llama la atención la clarividencia con que el Documento de Participación a la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano recoge la convicción adquirida de que no se puede dar por supuesto el sujeto que responderá a tales retos. Hoy somos más conscientes de la verdadera naturaleza de la crisis. No basta hablar de «nueva evangelización» sin preguntarse por el sujeto que la llevará a cabo. Es necesario volver a despertar el interés por Jesucristo y su evangelio. Esta tarea es especialmente ardua hoy, pues son ya muchas las personas que piensan que ya lo conocen o lo confunden con una vaga religiosidad. Hay que «recomenzar desde Cristo», como nuevo inicio, en la novedad, actualidad, realidad y fascinación de su encuentro y seguimiento, de su comunión con Él.

En el Mensaje que Vuestra Santidad nos ha enviado nos dice que la esperanza de la Iglesia «es que los Movimientos y Nuevas Comunidades contribuyan a dar un renovado impulso a la evangelización de todos los sectores de la sociedad, del mundo del trabajo y de la familia, de la cultura y de la educación, en fin, en todos aquellos campos en que se desarrolla la vida de los hombres de hoy». Nosotros, que hemos tenido el privilegio de participar en este Encuentro de Bogotá, queremos responder a vuestras expectativas empeñándonos en asumir tres prioridades.

La primera y gran prioridad es, pues, la formación cristiana. Está en crisis la capacidad de una generación de adultos, de educar a los propios hijos, porque hoy se minan los cimientos mismos del proceso educativo de la persona. Se vive como si la verdad no existiera, como si el deseo de felicidad del que está hecho el corazón del hombre estuviera destinado a permanecer sin respuesta. La influencia de esta cultura también afecta a los bautizados y por ello aun existen identidades cristianas débiles y confusas. La formación es el ámbito por excelencia donde se puede expresar la originalidad de los carismas de los distintos movimientos y comunidades, cada uno de los cuales funda el proceso educativo de la persona en una pedagogía propia y específica. En el centro de cada carisma está el encuentro personal con Cristo vivo. El reto que la Iglesia tiene delante es mostrar su capacidad de generar y de educar al cristiano que responda a la nueva situación de «desconcierto generalizado» (DP 15), en que los cristianos del Continente son llamados a vivir su fe, conscientes de la dificultad que supone transmitir la fe en esta situación.

La segunda gran urgencia es el «anuncio fuerte». La formación cristiana debe tener siempre un gran alcance misionero. La misión ayuda a descubrir en plenitud la propia vocación de bautizados, defiende de la tentación de un repliegue egoísta sobre sí mismos, protege del peligro de considerar el propio movimiento de pertenencia como una especie de refugio, en un clima de cálida amistad, para resguardarse de los problemas del mundo. Se ha mostrado en estos días el compromiso misionero de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades con una capacidad indiscutible de despertar nuevamente en los laicos el entusiasmo apostólico y el coraje misionero. De este modo, se responde a una de las necesidades más urgentes de la Iglesia de nuestros tiempos, es decir, la catequesis de los adultos, entendida como auténtica iniciación cristiana que les revela todo el valor y la belleza del sacramento del Bautismo. Apreciando el arraigado sentido del misterio que se manifiesta en la piedad popular y enriquecidos por ella, los movimientos y las nuevas comunidades ofrecen pedagogías de evangelización que pueden contribuir con eficacia a orientarla hacia la formación de discípulos y misioneros de Cristo. También se dirigen con naturalidad y coraje hacia las difíciles fronteras de los modernos areópagos de la cultura, de los medios de comunicación social, de la economía y de la política para alentar la construcción de formas de vida más dignas de todo el hombre y de todos los hombres. Además, hemos visto la importancia de insertarse en el tejido de las Iglesias locales, para transformarse en signos elocuentes de la universalidad de la Iglesia y de su misión.

El último pero no menos importante compromiso en que queremos empeñarnos es la especial atención hacia los que sufren, pobres y marginados. Frente a tantas formas nuevas y antiguas de pobreza con las que convivimos en nuestra realidad latinoamericana – y que son contradicción estridente e interpelante respecto a la tradición católica de nuestros pueblos - queremos esforzarnos, como nos enseña la encíclica «Deus caritas est», en crear y sostener con creatividad obras y proyectos que muestren el amor de Dios a cada hombre que sufre y abran caminos a la potencia transformadora de la caridad ante los grandes retos de mayor justicia, solidaridad, paz y unidad en la vida de nuestros pueblos.

Tenemos firme esperanza en que este primer Encuentro ofrezca una contribución a la preparación y realización de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, prevista en Aparecida (Brasil), en mayo de 2007, sobre el tema «Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida». «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn. 14, 6). Y nos comprometemos a suscitar por doquier un intercambio de experiencias, reflexiones y propuestas que puedan ser de edificación en el camino de preparación de tan importante evento.

Esperamos deseosos que mucha gente de nuestros movimientos y comunidades puedan encontrar a Vuestra Santidad en Roma, en la Plaza de San Pedro el 3 de junio de 2006, Vigilia de Pentecostés, y le renovamos nuestro empeño para anunciar el Evangelio en todos los lugares donde estemos presentes. Por la intercesión de Maria Madre de la Iglesia, tan amada por nuestros pueblos, por nuestros movimientos y comunidades, ofrecemos a Dios nuestras oraciones por Su Persona e invocamos Su Paternal Bendición Apostólica.
Los cardenales, obispos, sacerdotes y fieles laicos que han participado en el primer Encuentro de los Movimientos Eclesiales y de las Nuevas Comunidades en América Latina.
Bogotá, 12 marzo de 2006