CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 16 marzo 2006 (ZENIT.org).- Este sábado será beatificada la religiosa carmelita descalza italiana Elías de San Clemente (en el siglo Teodora Fracasso), a las 18,30, durante una celebración eucarística en la Catedral de Bari (Italia), presidida por el arzobispo Francesco Cacucci, según ha informado la Oficina de Celebraciones Litúrgicas de la Santa Sede.
La futura beata, que nació en esa ciudad de la región de las Apulias en 1901 y falleció a los 26 años de edad.
Publicamos la biografía de la religiosa que ha redactado la (Orden de los Carmelitas Descalzos).
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Tercera hija de los esposos José Fracasso y Pascua Cianci, la futura beata nació en Bari el 17 de enero de 1901 y, a los cuatro días, fue bautizada con el nombre de Teodora en la iglesia de Santiago por su tío don Carlos Fracasso, capellán del cementerio. Recibió la confirmación en 1903 de manos de monseñor Julio Vaccari, arzobispo de la diócesis.
Su familia vivía entonces en la plaza de San Marcos y se mantenía con los ingresos del padre, maestro pintor y decorador edil, el cual, alrededor de 1929/30 con grandes sacrificios abrirá un negocio para la venta de barnices y colores. Su madre se ocupaba de las faenas domésticas.
Considerados ambos como óptimos cristianos practicantes tuvieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron en tierna edad. Representaron un punto seguro de referencia en su crecimiento humano y espiritual para los cinco hijos que quedaron en vida (Prudencia, Ana, Teodora, Dominica y Nicolás).
En 1905 la familia se transfirió a la calle Piccinni, a una casa que tenía un pequeño jardín, en la cual la pequeña Teodora, a la edad de cuatro o cinco años, afirmó haber visto en sueños a una bella «Señora» que se paseaba entre las filas de lirios florecidos, y que después desapareció al improviso con un haz de luz, y a la cual prometió hacerse monja de grande, una vez que la madre le había explicado el posible significado de la visión.
Teodora, que fue inscrita en el jardín de infancia de las religiosas estigmatinas, prosiguió los estudios hasta el tercer año de primaria. El 8 de mayo de 1911, después de haber hecho una larga preparación, recibió la Primera Comunión; la noche precedente sueña con santa Teresita del Niño Jesús quien le predice: «serás monja como yo». Después frecuentó el taller de costura y de bordado en el mismo Instituto.
Entra a formar parte en la asociación de la Beata Imelda Lambertini, dominica con una acendrada piedad eucarística; pasará enseguida a la «Milicia Angélica» de san Tomás de Aquino. Reunía periódicamente a las amigas en la habitación de la casa para hacer meditación y orar juntas, para leer el Evangelio, las Máximas Eternas, la «Imitación de Cristo», los 15 sábados de la Virgen, las vidas de los santos y sobre todo la autobiografía de santa Teresa del Niño Jesús.
Este comportamiento y su benéfico influjo en las otras compañeras no pasaron desapercibidos para una de sus maestras, sor Angelina Nardi. Mientras tanto, la no bien definida vocación religiosas de Teodora comenzaba tomar una dirección bajo el consejo del padre Pedro Fiorillo, O.P., su director espiritual, que le introdujo en la Tercera Orden Dominica, en la cual, admitida como novicia el 20 de abril de 1914 con el nombre de Inés, hizo la profesión el 14 de mayo de 1915, con dispensa especial por su joven edad.
Teodora, durante los años difíciles de la guerra 1915-1918, encontró una infinidad de ocasiones para ampliar más allá del ámbito familiar y de sus amistades, su campo de apostolado, de catequesis y de asistencia, dando libremente desfogue a su ardiente deseo de hacer bien al prójimo.
Hacia el fin de 1917, Teodora decidió dirigirse al padre jesuita Sergio Di Gioia para pedir consejo, el cual convertido en su nuevo confesor, decidió encaminarla, después de cerca de un año, junto con la amiga Clara Bellomo, futura Sor Diomira del Divino Amor, al Carmelo de san José, de la calle De Rossi, en Bari, al que se dirigieron ambas por vez primera en diciembre de 1918.
El 1919 fue un año de intensa preparación espiritual en vistas al ingreso en el monasterio, bajo la guía prudente e iluminada del padre Di Gioia.
La nueva Beata entró en comunidad el 8 de abril de 1920 y vistió el sagrado hábito el 24 de noviembre del mismo año, asumiendo el nombre de sor Elías de San Clemente. Emitió los primeros votos simples el cuatro de diciembre de 1921: «Sola a los pies de mi Señor Crucificado, lo miré largamente, y en aquella mirada vi que El era toda mi vida». Además de santa Teresa de Jesús, tomó como guía a Teresita del Niño Jesús, siguiendo el «caminito de la infancia espiritual donde me sentía -afirma la Beata- llamada por el Señor». Hizo la profesión solemne el 11 de febrero de 1925.
Su camino, desde los inicios, no fue fácil. Ya en los primeros meses del noviciado había tenido que afrontar con gran espíritu de fe no pocas dificultades. Pero el verdadero problema surgió después de que la madre priora, Angélica Lamberti, en la primavera de 1923, nombró a sor Elías maestra de encaje a máquina en el centro de educación para jovencitas junto al Carmelo; la directora, sor Paloma del Santísimo Sacramento, de carácter autoritario, severa y poco comprensiva, no veía con buenos ojos la bondad y la gentileza con que sor Elías trataba a las educandas, y, después de dos años, la hizo apartar de su oficio.
Siempre rigurosamente observante de las reglas y de los actos comunes, la nueva beata transcurría largos ratos gran parte de la jornada en su celda, dedicada a los trabajos de costura que se le encomendaban, continuando incluso a disfrutar de una gran estima por parte de la madre priora, que la nombró sacristana en 1927. En esta dolorosa prueba le sirvió de gran consuelo el padre Elías de san Ambrosio, procurador general de la Orden de los Carmelitas Descalzos, que la había conocido en 1922, con ocasión de una visita al Carmelo de san José, y con el cual la joven mantuvo una edificante correspondencia epistolar sacando un gran provecho.
Afectada en enero de 1927 de una fuerte gripe que la debilitó mucho, sor Elías comenzó a acusar frecuentes dolores de cabeza de los que no se lamentaba, y que soportaba sin tomar ninguna medicina.
Cuando, algunos días antes de Navidad (el 21 de diciembre), sor Elías comenzó acusar también una fuerte fiebre y otras molestias, lo consideraron que se trataba de uno de sus habituales malestares; pero la situación se hizo cada vez más preocupante. El 24 de diciembre la visitó un médico, quien aún habiendo diagnosticado una posible meningitis o encefalitis, no consideró la situación clínica particularmente grave, por lo que solamente la mañana siguiente fueron convocados a la cabecera de la enferma dos médicos, los cuales desgraciadamente constataron la irreversibilidad de sus condiciones.
Sor Elías de San Clemente falleció a las 12 del 25 de diciembre de 1927. Hizo su entrada en el cielo en un día de fiesta, como lo había predicho: «Moriré en un día de fiesta». El arzobispo de Bari, monseñor Augusto Curi, celebró el funeral al día siguiente en presencia de los familiares de la Sierva de Dios y de muchísima gente que vino para visitar la finada.
La joven Carmelita dejó en todos un nostálgico recuerdo, y también una gran enseñanza: es necesario caminar con gozo hacia el Paraíso porque es el «punto omega» de todo creyente.