Consolar el dolor del corazón, pide el padre Cantalamessa al Papa y a la Curia

En su primera predicación de Cuaresma

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 17 marzo 2006 (ZENIT.org).- Constatando ante el Papa y la Curia que «la palabra Getsemaní se ha convertido en el símbolo de todo dolor moral», el padre Raniero Cantalamessa O.F.M.Cap. lanzó este viernes una invitación a tomar «muy en serio el dolor del corazón» y estar cerca de quienes así sufren.

El predicador de la Casa Pontificia inició de esta forma un recorrido por diversos aspectos de la Pasión del Señor, sumergiéndose en su primera meditación de Cuaresma –en la capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico del Vaticano– en la experiencia de Jesús en el Huerto de los Olivos, en Getsemaní, donde «preso de la angustia, oraba más intensamente» ante la inminencia de su muerte.

«Pero la causa de su angustia es más profunda aún», precisó, Jesús «se siente cargado de todo el mal y las indignidades del mundo».

En Getsemaní «no reza sólo para exhortarnos a nosotros a que lo hagamos», sino «porque, siendo verdadero hombre, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado, experimenta nuestra misma lucha frente a lo que repugna a la naturaleza humana», aclaró el padre Cantalamessa.

De ahí que la oración pase a ser «lucha con Dios»: «ocurre cuando Dios te pide algo que tu naturaleza no está lista para darle y cuando la acción de Dios se hace incomprensible y desconcertante», explicó.

«Nos parecemos a Jesús si, aún entre los gemidos y la carne que suda sangre, buscamos abandonarnos a la voluntad del Padre», recalcó el predicador del Papa.

«A veces, perseverando en este tipo de oración» –advirtió– «las partes se invierten: Dios se convierte en quien ruega y tú en aquel a quien se ruega».

«El caso más sublime de esta inversión de las partes es precisamente la oración de Jesús en Getsemaní –recordó–. Él ruega que el Padre le aparte el cáliz, y el Padre le pide que lo beba para la salvación del mundo»; «le recompensa constituyéndole, también como hombre, Señor».

«Muchas pequeñas noches de Getsemaní» se dan en la vida humana por causas muy diversas –observó el predicar del Papa–, entre las más profundas «la pérdida del sentido de Dios, la abrumadora conciencia del propio pecado e indignidad, la impresión de haber perdido la fe», en resumen, lo que los santos han llamado «la noche oscura del espíritu».

«Jesús nos enseña qué es lo primero que hay que hacer en estos casos –afirmó–: recurrir a Dios con la oración»; Él mismo inicia su oración en Getsemaní reconociendo: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti».

«¿Y si ya se ha orado sin éxito?», hay que «¡orar más!, con mayor insistencia», exhortó el padre Cantalamessa. De hecho Jesús, en Getsemani, «fue escuchado por su piedad» –«se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba»–, pero «la verdadera gran escucha del Padre fue la resurrección».

De todas formas, el predicador de la Casa Pontificia recordó que Jesús está «en agonía hasta el fin del mundo»: en el Espíritu «Jesús está también ahora en Getsemaní, en el pretorio, en la cruz», «de una forma que no podemos explicar, también en su persona», «a causa de la resurrección que ha hecho al Crucificado viviente en los siglos».

El «lugar privilegiado» donde podemos encontrar a este Jesús es la Eucaristía, subrayó el padre Cantalamessa, pidiendo que no se olvide «el otro modo en que Cristo está en agonía hasta el fin del mundo»: «en los miembros de su cuerpo místico».

«La palabra Getsemaní se ha convertido en el símbolo de todo dolor moral» –expresó–; y es que allí, sin haber sufrido todavía en la carne, el dolor de Jesús «es del todo interior» y suda sangre «cuando es su corazón, no aún su carne, el que es aplastado».

«El mundo es muy sensible a los dolores corporales, se conmueve fácilmente por ellos; lo es mucho menos ante los dolores morales, de los que a veces hasta se burla tomándolos por hipersensibilidad, autosugestiones, caprichos», denunció.

Pero «Dios se toma muy en serio el dolor del corazón –alertó– y así deberíamos hacer también nosotros».

«Pienso en quien ve roto el lazo más fuerte que tenía en la vida y se encuentra solo (más frecuentemente sola) –reconoció–; en quien es traicionado en los afectos, está angustiado ante algo que amenaza su vida o la de un ser querido; en quien (…) se ve señalado, de un día para otro, en el escarnio público».

«¡Cuántos Getsemaní escondidos en el mundo, tal vez bajo nuestro mismo techo, en la puerta de al lado, o en la mesa de trabajo de al lado! Es tarea nuestra identificar a alguien en esta Cuaresma y hacernos cercanos a quien se encuentra allí», propuso el padre Cantalamessa al Papa y a la Curia.

«Que Jesús no tenga que decir entre estos, sus miembros: “Espero compasión, y no la hay, consoladores, y no encuentro ninguno”, sino que pueda, al contrario, hacernos sentir en el corazón la palabra que recompensa todo: “A mí me lo hicisteis”», concluyó.

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ZENIT Staff

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